– No le pega. Tal vez sea un espia.
Kincaid solto una carcajada.
– No, por Dios, eso si que seria aburrido, rutina de sabueso.
Hannah fruncio el entrecejo y la frente se le lleno de arruguitas; ajusto al milimetro la posicion de sus cubiertos.
– Eso me recuerda… lo de la rutina de sabueso, quiero decir. Hace unos seis meses me entraron en casa. Solo se llevaron el reloj, una camara barata, algunas joyas. Pero lo registraron todo. Mi escritorio, todos los cajones. Que sensacion mas desagradable. Me dio muchisima rabia, y a la vez sentia escalofrios de pensar en alguien registrando mis cosas. Hasta mi ropa interior. Que estupidez, en realidad -anadio, un tanto avergonzada.
– Es muy normal -dijo Kincaid-, la mayoria de gente se siente furiosa y violada, y tardan mucho en olvidarlo.
Sus palabras tranquilizadoras sonaron profesionales, nacidas de la experiencia. Al principio de su carrera se habia encargado de casos de robo, y habia compartido la desesperacion de quienes solian tomar peor la invasion de su intimidad que la perdida de sus posesiones. Hannah lo miro con interes, con mirada interrogante.
Cuidado, penso. Decididamente, el doble juego no le iba bien. Era preciso un prudente cambio de tema para seguir con la cena, si es que conseguia no volver a meter la pata.
– Parece como si la camarera quisiera barrernos. ?Nos vamos?
Se encontraron uno ante el otro, apurados, en el patio de Followdale House, entre el nuevo Citroen de Hannah y el Midget. La comparacion hizo que Kincaid se sintiera en el deber de justificar a su viejo amigo.
– Me gusta -dijo, con sorna-. La vejez y la belleza van parejas.
Hannah solto una carcajada y todo el apuro que habia entre ellos se deshizo.
– Y en este caso, toda la belleza esta en el ojo que mira.
La noche era especialmente calida y brumosa para septiembre, el aire era suave. Kincaid no tenia ganas de que el encuentro terminara.
– ?Damos una vuelta por el jardin antes de entrar?
– Muy bien -contesto Hannah, y echaron a andar, unidos por un companerismo silencioso. La luz del jardin era difusa y no proyectaba sombras, y los leones de piedra blanca de los parapetos les lanzaban destellos inquietantes a traves de la niebla. Sutton Bank se alzaba ante ellos, una masa oscura recortada contra el cielo. Se detuvieron al final del camino y miraron hacia atras, a la casa. Las ventanas del primer piso brillaban amarillas, y una luz parpadeo en la suite de la planta baja tan brevemente que Kincaid penso que habia sido un efecto optico.
– ?Sabia que somos vecinos? Habra que ver quien tiene la mejor vista. Cassie me aseguro que yo tenia la mejor de la casa.
– A mi me dijo lo mismo -dijo Hannah-. Me tendra que recitar poesias desde su balcon a medianoche. -Solto una carcajada, luego estiro los brazos por encima de su cabeza y giro sobre sus talones, en un extrano gesto de abandono-. He pasado una noche estupenda. No las tenia todas conmigo con estas vacaciones, pense que podia ser… una mala idea. No se explicarlo… es tan complicado. Pero de repente me siento como si todo fuera a ir bien. Tiene usted una influencia positiva sobre mi.
– No se si es un cumplido -respondio el con una sonrisa simpatica, pero se pregunto que o quien estaba detras de aquella explosion de alegria, pues no le parecio que se debiera exclusivamente a el.
Lo desperto el canto de los pajaros. El sonido entraba por la puerta cristalera abierta, y un haz de luz subia y bajaba por el aire inmovil. Kincaid se giro y se puso un almohadon encima de la cabeza, luego se desperezo y miro el reloj: las siete.
Se habia quedado profundamente dormido en el sofa con la lampara encendida y el libro abierto sobre el pecho, tras acompanar a Hannah hasta su puerta y darle las buenas noches. Se sentia sorprendentemente descansado despues de aquella noche poco ortodoxa. Tenia tiempo de ir a nadar y darse una ducha antes del desayuno, y luego el dia prometia ser ideal para ir a conocer los valles de Yorkshire. Dejo su ropa arrugada en un monton encima de la cama, se puso el banador y el albornoz y salio de su habitacion descalzo.
La casa estaba sumida en la calma y el silencio. No olia a cafe ni a bacon, no se oian rumores de conversaciones detras de las puertas. Se detuvo por un instante en el vestibulo, deleitandose en la paz de la manana y su renovada sensacion de bienestar fisico.
Abrio la puerta del balcon. Tal vez tendria toda la piscina…
De pronto, sono desde abajo un aullido agudo y penetrante. Un animal angustiado, un cachorro de perro o de gato, fue su primera idea, momentanea, pues enseguida se dio cuenta de que era un grito humano de terror. Se precipito escaleras abajo e irrumpio por la puerta.
Los dos ninos estaban abrazados en las escaleras, a la entrada, a pocos pasos del jacuzzi de la piscina.
El cuerpo desnudo de Sebastian Wade se mecia contra el borde, al ritmo ininterrumpido de los remolinos de agua.
4
Sebastian flotaba boca abajo, tenia la piel cenicienta y el pelo rubio ondeaba como una anemona en una ilusoria vivacidad. A pesar de la primera impresion de Kincaid, llevaba un banador estampado con flores tropicales.
Habia un grueso cable electrico enroscado en torno al balcon del primer piso que se hundia en las agitadas aguas. Kincaid empujo a los ninos, que se habian quedado mudos, a traves de las puertas. Tenian expresiones conmocionadas y, como no recordo sus nombres, se agacho delante de ellos y les dijo con suavidad:
– Quedaos aqui. No podeis tocar el agua. ?Habeis entendido?
Los ninos asintieron solemnemente y Kincaid los dejo para subir los escalones de tres en tres hasta el balcon.
El cable se extendia por la barandilla desde el enchufe cercano a la puerta del fondo. Kincaid aferro la clavija con un pliegue del albornoz y la solto, luego aseguro el cable enrollandolo a uno de los barrotes del balcon. Se detuvo un instante a tranquilizar a los ninos y volvio a la piscina, se quito el albornoz e inicio la incomoda tarea de sacar el cuerpo del agua.
La piel de Sebastian estaba flaccida y reblandecida. Todavia sorprendia a Kincaid, a pesar de su larga experiencia con cadaveres, que algo tan intangible como la presencia de vida pudiera experimentarse tan claramente al contacto con la piel. El cuerpo de Sebastian, sin embargo, al contrario que la mayoria, estaba caliente, mas caliente incluso que el suyo, con la carne viscosa y resbaladiza.
Kincaid logro por fin sacarlo de la piscina agarrandolo por las axilas, y Sebastian cayo sobre el borde del ladrillo con un leve rebote. Kincaid le dio la vuelta en busca de senales vitales, aunque la rapida alteracion del cuerpo en agua caliente convertia su accion en inutil.
Las puertas de la piscina se abrieron de par en par y oyo una exclamacion detras de el. Se incorporo con esfuerzo y se seco las manos en los costados en un gesto instintivo.
Era Emma MacKenzie, ante la puerta, todavia con la mano en el picaporte. Menos mal que era Emma y no Penny, penso Kincaid.
– Dios mio. Es Sebastian. Esta muerto, ?verdad? -Le sorprendio la suavidad de su voz. Se acerco y tendio la mano, como para tocarlo.
Kincaid asintio:
– Eso me temo. ?Podria usted ir al despacho y llamar a la policia local? Y luego esperarlos para acompanarlos hasta aqui.
– Pero… ?y los ninos?