adosado a la fachada del edificio mas cercano. Abrio las dobles puertas de cristal y se encontro en un vestibulo con suelo de linoleo. Habia puertas a lo largo de un pasillo y pudo oir el suave sonido de un teclado electrico y alguna que otra voz.
Una mujer joven salio corriendo de la primera puerta a la izquierda con un fajo de papeles en la mano. Al verlo se detuvo, con expresion de sobresalto. Por lo visto, Farrington Center no recibia visitas con mucha frecuencia.
– ?Que desea?
El le mostro la identificacion y sonrio.
– Soy Duncan Kincaid. Me gustaria ver a un paciente, Timothy Franklin.
– ?A Tim? -parecio todavia mas anonadada que antes-. ?Y quien puede querer ver a Tim? -pregunto, luego se recompuso. Sacudio la cabeza y dijo-: Perdone. Soy Melanie Abbot. El director no esta en las instalaciones hoy, pero yo soy su ayudante particular.
Daba una imagen segura y capaz, vestida con jersey marron y pantalones anchos, y el cabello castano a la altura de la barbilla enmarcando un rostro redondo y alegre.
– ?Como es que desea ver a Tim, si puedo preguntarlo? No lo intranquilizara, ?verdad?
– Es una investigacion rutinaria sobre una persona que conocio hace mucho tiempo. -Kincaid hizo un gesto a su alrededor-. ?Que ha ocurrido en este lugar? Parece que acabe de sufrir un bombardeo.
– Nada tan drastico. La politica del condado ha cambiado en los ultimos anos. La mayoria de pacientes han sido despachados, por decirlo asi: unos a casas particulares, otros a clinicas, otros viven independientemente bajo vigilancia -dijo con sinceridad, sin reparar en la contradiccion que entranaban los ultimos terminos-. Los ayudamos a que se vuelvan autosuficientes, miembros integrados en la comunidad. Este lugar -repitio el gesto circular de Kincaid- ahora sirve casi solo para tareas administrativas.
– ?Pero todavia tienen algunos pacientes?
– Si -dijo Melanie Abbot mientras abrazaba los olvidados papeles contra el pecho con un solo brazo. Kincaid percibio cierta desgana en su respuesta, como si sus esperanzas hubieran fracasado de alguna forma-. Hay unos cuantos que no se pueden llevar a ningun sitio, por varios motivos.
– ?Como Timothy Franklin?
Ella asintio y explico:
– En la ultima decada el tratamiento de la esquizofrenia ha hecho grandes progresos, pero Tim es uno de esos raros esquizofrenicos que no reacciona a la medicacion. -Bajo la vista hasta los papeles que seguia cinendo contra el pecho y consulto su reloj-. Mire, yo tengo que mandar un fax. Le mostrare la sala de los pacientes y llamare a una enfermera para que le traiga a Tim.
El suelo del salon de los pacientes estaba cubierto de un linoleo todavia mas manchado y amarillento que el del pasillo del anexo. Habia unas sillas de respaldo recto, con agrietados almohadones de vinilo naranja, dispuestas contra la pared de cualquier manera. Imagenes borrosas parpadeaban en la pantalla de un televisor en un rincon y un ficus caia desanimado en el otro. Aparcada en una silla de ruedas frente al televisor, habia una mujer vestida con una bata verde de hospital y zapatillas. Tenia la cabeza ladeada, como un barco que se hunde, y babeaba por la comisura de la boca abierta.
La puerta se abrio y entro un hombre seguido por una enfermera uniformada de blanco.
– Este es el senor que quiere verte, Timmy. -Y anadio mientras se dirigia a Kincaid con viveza-. Hoy tiene un buen dia. Estare en el pasillo, por si me necesita.
Kincaid sabia que el hombre que lo estaba mirando tan placidamente tendria unos cincuenta anos, pero por su belleza fisica daba la impresion de un hombre mucho mas joven. El cabello oscuro de Timothy Franklin no tenia ni una cana, y la piel en torno a sus oscuros ojos no tenia arrugas. Era de la altura y de la constitucion de Kincaid, pero la holgura del cardigan y de los pantalones de pana le hicieron pensar que debia de haber perdido peso recientemente.
– Hola, Tim. -Kincaid le tendio la mano-. Me llamo Duncan Kincaid.
– Hola.
Tim dejo que le cogiera la mano, pero no le devolvio la presion, y su tono, aunque no era hostil, no mostraba ningun interes.
– ?Nos sentamos?
En lugar de responder, Tim arrastro los pies hasta la silla naranja mas cercana y se sento y apoyo las manos en los reposa-brazos de madera rayada.
Kincaid acerco una silla para sentarse enfrente y volvio a intentarlo.
– ?Te importa que te llame Tim?
Un parpadeo y, tras una larga pausa, dijo:
– Timmy.
– Muy bien, Timmy. -Kincaid maldijo el falso tono cordial de su voz-. Quiero preguntarte por una persona que conociste hace mucho tiempo.
Los ojos de Timmy habian vagado hasta la television insonora.
– Timmy -volvio a decir Kincaid, todo lo normal que pudo-. ?Te acuerdas de Jasmine?
Los ojos oscuros dejaron la television y se centraron en Kincaid, luego su rostro se ilumino con una sonrisa y lo transformo.
– ?Claro que me acuerdo de Jasmine!
Pasaron unos segundos antes de que Kincaid cayera en la cuenta de que las preguntas de rigor: «?Como esta?», «?como le va?», no iban a tener lugar.
– Erais amigos, ?verdad? -pregunto mientras lamentaba no tener mas conocimientos sobre como afectaba el trastorno mental de Tim Franklin sus procesos de pensamiento. ?Estaria intacta su memoria?
– Somos colegas, Jasmine y yo.
– Saliais juntos por el pueblo, ?verdad?
Tim asintio y su mirada volvio hacia la television.
Kincaid probo una tactica un poco mas agresiva.
– Pero tu madre y la tia de Jasmine, May, no querian que fuerais amigos. Querian impedir que estuvierais juntos, ?verdad?
Tim no reacciono y Kincaid hizo una mueca de frustracion.
– ?Recuerdas cuando Jasmine se marcho, Tim? ?Eso te entristecio?
Aunque los ojos de Tim permanecieron fijos en la tele, una de las manos que habia abandonado en el reposabrazos se crispo convulsivamente. Se puso a murmurar por lo bajo.
– Pelo bonito. Pelo bonito. Pelo bonito.
La mujer de la silla de ruedas gimio. Kincaid se giro sobresaltado. Habia olvidado su presencia, como si hubiera sido un mueble. Volvio a gemir mas alto y a Kincaid se le erizaron los pelos de la nuca. Aquel sonido contenia un dolor primitivo, mas animal que humano.
Tim Franklin se puso a sacudir la cabeza, aunque sus ojos no se apartaron de la television. El movimiento adelante y atras se acelero, se agito, y los gemidos de la mujer aumentaron en frecuencia.
Kincaid se puso en pie.
– ?Tim, Timmy!
– No, no, no, no, no -decia Timmy, sin dejar de mover la cabeza y dando punetazos en los reposabrazos.
Kincaid temio que la situacion se le fuera completamente de control, asi que corrio a la puerta y llamo por el pasillo.
– ?Enfermera, enfermera!
Su figura uniformada de blanco aparecio por el fondo del pasillo, y le sonrio alegremente.
– La cosa se le ha ido un poco de las manos, ?verdad? Lo primero es acostar a la senora Mason. -Kincaid se aparto para dejarla entrar en la sala mientras continuaba hablando-. Bueno, querida, ahora vamos a echar una siestecita -decia tranquilizadora, mientras se llevaba a la mujer en la silla de ruedas-. A este nos va a costar horas tranquilizarlo -anadio mientras senalaba a Tim con la cabeza-. No le sacara usted nada.