entiende que no podia contarselo a Jasmine, ?verdad, senor Kincaid? Por nada del mundo queria hacerle dano.
Kincaid se acabo la cerveza y se levanto.
– Gracias, comandante, lo siento.
Salio por la puerta trasera y subio las escaleras hasta el piso de Jasmine. Se quedo un momento mirando el jardin desde arriba: de las rosas del comandante se veian solo unas formas oscuras a la luz de las ventanas del piso. Rosas como regalo a Jasmine, y tal vez a su esposa muerta mucho antes, asi como a su hija. Kincaid estaba seguro de que el comandante habia cargado con el peso de sus muertes casi toda su vida, un trozo de dolor guardado en secreto. Tal vez su contacto con Jasmine habia sido el principio de una apertura muy necesaria.
Las luces se encendieron en la casa de detras del jardin. A traves de las ventanas, las habitaciones iluminadas se veian con tanta nitidez como un escenario teatral, y Kincaid se pregunto que desesperado secreto ocultarian sus personajes. Alguien corrio las cortinas, el atisbo de aquellas vidas desconocidas se desvanecio tan rapidamente como habia aparecido. Kincaid se estremecio y entro.
Cerro el ultimo diario despacio y lo devolvio a la caja de zapatos. En la mesita habia una copa de vino medio vacia; la lectura lo habia absorbido tanto que la habia olvidado.
La entrada final del diario estaba fechada la semana antes de la muerte de Jasmine y ocupaba la ultima pagina del cuaderno.
Kincaid se puso en pie y se estiro, apuro el vino y llevo el envoltorio del
– ?Jamon? ?Queso? ?Setas? ?Pimientos? ?Cualquier otra cosa? -solicito, sin que las preguntas interrumpieran su concentracion ni la suavidad de sus movimientos. Kincaid lo observaba mientras daba la espalda deliberadamente a la tienda Haagen-Dazs, determinado a no pensar en Jasmine ni en el helado de ron con pasas.
Ahora lavo la copa y se quedo en la mesa sin saber que hacer, cansado de la conduccion del dia, demasiado inquieto y perturbado para pensar en dormir. Al cabo de un buen rato cogio las llaves de la encimera y bajo al piso de Jasmine.
Habia dejado una luz encendida para el gato y se reprendia por ser tan estupido. ?Es que no veian en la oscuridad los gatos? Y dudaba mucho de que Sid encontrara algun consuelo en la luz familiar.
Todo tenia el mismo aspecto que cuando lo hubo dejado, el mismo aspecto que una semana antes, cuando Gemma y el habian registrado el piso de cabo a rabo. No obstante, volvio a empezar: levanto el colchon de la cama de hospital, palpo los almohadones del sillon, paso las manos tras las hileras de libros en las estanterias. Fue al secreter y examino cada recoveco y hendidura con el mismo cuidado que la primera vez.
Penso que las vidas de las personas acumulaban los desechos mas disparatados mientras observaba los objetos que ocupaban el cajon de arriba: trozos de entradas al teatro, tarjetas de visita antiguas y amarillas, recibos de cosas compradas y olvidadas hacia tiempo, todo mezclado con un revoltijo de boligrafos, resto de lapices y trozos de papel.
?Que dejaria el en su casa si lo atropellara un autobus? ?Que haria un buscador anonimo de su polvorienta coleccion de libros de ciencia ficcion, o de los discos de los anos sesenta y de los setenta de los que no podia deshacerse, aunque desde hacia tiempo no tenia tocadiscos?
?Que seria de las fotos de boda, pegadas en la parte trasera del cajon de su escritorio? ?De Vic, con su cabello de
Los informes de la escuela y los dibujos de infancia, los boletines y los trofeos de rugby que su madre habia guardado en la buhardilla de Cheshire con otros recuerdos de infancia. ?Que habria hecho Jasmine con los recuerdos de su infancia? No habia encontrado fotos instantaneas ni cartas, nada de los anos de la India o de Dorset, aparte de los diarios.
Entro en el dormitorio. Los caftanes sedosos de Jasmine rozaron sus dedos mientras tanteaban el fondo del armario. A un lado pendian los trajes de chaqueta y los vestidos, con los hombros cubiertos por una pelicula de polvo, como tambien lo tenian las modernas zapatillas alineadas en el suelo del armario.
Al no encontrar nada, se sento en el taburete frente al tocador y se miro reflejado en el espejo. La luz de la lampara situada en el lado derecho de la mesa proyectaba sombras que formaban planos y angulos extranos en su rostro y dejaban sus ojos a oscuras. Parpadeo y se aparto el cabello de la frente con los dedos, luego abrio el cajon de en medio. Los cosmeticos femeninos nunca habian dejado de asombrarlo. Incluso las mujeres como Jasmine, que en todas las demas cosas era relativamente metodica, parecian incapaces de hacer algo mas que confinar el desorden a una zona especifica. Y nunca tiraban los recipientes usados. El cajon de Jasmine no era ninguna excepcion. Botes medio vacios de sombras de ojo, colorete, pintalabios usados hasta el tubo de metal, cepillos y esponjitas, todo recubierto con un fino polvillo de maquillaje. Inhalo. Le llego una fragancia que asociaba con Jasmine: exotica y floral, con una punta de almizcle que casi le recordaba el incienso.
Estaba levantando la ropa interior y los camisones del fondo del cajon cuando su mano topo con algo duro. Se le acelero el pulso y luego se calmo al sacar el objeto y darse cuenta de que no era un diario sino una fotografia enmarcada. Le dio la vuelta con curiosidad.
La reconocio al instante. Cuando paso por Briantspuddle el dia anterior y se imagino a la Jasmine de veinte anos saliendo a la puerta de su casa, la habia visto exactamente asi: el cabello largo y oscuro, la suave piel aceitunada y el ovalo delicado de su rostro. Tenia una expresion serena, seria a pesar de un esbozo de sonrisa en las comisuras de los labios y en los ojos oscuros que lo miraban directamente.