Con cuidado, puso la foto sobre el tocador, el rostro de Jasmine al lado de su imagen en el espejo. Gemma habia registrado aquella habitacion a fondo, tenia que haber encontrado la foto. Se pregunto por un instante por que no se la habia ensenado.
Acabo con el tocador y la comoda, miro debajo de la cama y en el cajon de la mesilla, pero no encontro nada mas.
Al volver al salon encontro a Sid enroscado sobre la colcha multicolor de la cama de hospital. Habia visto muchas veces el gato en el mismo sitio, hecho una solida bola negra contra la cadera o el muslo de Jasmine.
Kincaid se sento en el borde de la cama y apreto el boton que levantaba la cabecera y se reclino sobre la almohada. Sintio de repente un intenso dolor en el pecho. Cerro los ojos con fuerza y enterro los dedos en el pelo espeso de Sid.
19
Meg recogio el resguardo del equipaje que le tendia el dependiente y lo guardo en el bolso. Dieciocho meses de su vida contenidos en una vieja maleta de cuero y un petate, ahora a buen recaudo en la consigna de equipajes de la estacion de ferrocarril. Le habia sorprendido lo amplia y desnuda que se veia la habitacion sin sus pertenencias.
De camino a la estacion habia tenido la gran satisfaccion de enviar una carta a la oficina de Planificacion presentando su dimision, pero decirle a su casera que se marchaba no habia sido como esperaba. De hecho, por la cara adiposa de la senora Wilson cruzo una expresion que a Meg le parecio casi de pesar.
– Me alegro de no volver a ver a ese Roger, eso no te lo niego. Acuerdate de lo que te digo, chica, estaras mejor sin el.
Meg habia llegado a la misma conclusion hacia algun tiempo, pero hacer algo al respecto era otra cosa. Habia pasado la noche despierta en su estrecha cama, pensando, planificando, atreviendose a imaginar un futuro en el que ella controlara su propio destino.
Por la manana habia tomado una decision, pero necesitaba encontrar el valor para llevarla a cabo. Sabia que no podia enfrentarse a Roger a solas, pero tenia que hacerle frente de todas formas. Asi que hizo un pacto consigo misma y quemo todos los puentes para asegurarse de que no hubiera marcha atras.
En la estacion tomo el autobus hasta la rotonda de Shepherd's Bush y fue caminando dos manzanas hasta El Angel Azul. El colega de Roger, Jimmy, trabajaba en un garaje cercano, y Roger iba a menudo los sabados a almorzar al pub. Confiaba en que el orgullo de el delante de sus companeros le impediria seguirla cuando hubiese acabado lo que tenia que decirle.
Con todo, vacilo delante de la puerta del pub: tenia un nudo en el estomago y la respiracion acelerada. Dos hombres abrieron la puerta y casi la derribaron. Meg dio un paso atras, se paso los dedos por el cabello y abrio la puerta.
El aire estaba cargado de humo y el nivel del ruido era muy alto. Tomo fuerzas ante el hervidero de gente y se puso de puntillas para buscar entre las mesas. Primero vio a Jimmy, luego a Matt con su vaporoso cabello rubio y el bigote caido, luego a Roger, de espaldas a ella. La muchedumbre no se separo como el Mar Rojo cuando ella se abrio paso por el local. Casi se echo a reir ante la analogia biblica que cruzo por su cabeza, extranada ante la sensacion de regocijo que la invadia. Matt la vio antes de que llegara a la mesa y dijo con su tono burlon:
– ?Oye, Roger!, viene tu chavala a buscarte.
Por una vez, a Meg no le molesto. Jimmy le sonrio -no era mal chico-, y Roger se volvio para mirarla, inexpresivo.
– Roger, ?podemos hablar?
Su voz fue mas firme de lo que esperaba.
– Pues habla.
Ella miro a Jimmy y a Matt.
– Quiero decir a solas.
Roger puso los ojos en blanco, exasperado. No habia mesas libres, y todos los bancos y taburetes estaban cubiertos de cuerpos. Roger miro a sus amigos e inclino la cabeza hacia el bar.
– ?Traeis otra, muchachos?
Se fueron, Jimmy de mejor talante que Matt, y Meg se abrio paso entre una mujer gruesa y la mesa de al lado y se sento en el banco que habian dejado libre.
Roger empezo antes de que ella pudiera tomar aliento, apartando su cerveza para inclinarse sobre la mesa y bisbisearle:
– ?Que pretendes? ?Dejarme como un imbecil delante de mis colegas, estupida bru…?
– Roger, me voy. Me…
– Asi lo espero. Y que no se te ocurra…
– Roger, quiero decir que hemos terminado. Tu y yo. Me he despedido en el trabajo. He dejado la habitacion. He escrito al comisario Kincaid para decirle donde estoy. Me estoy despidiendo.
Por primera vez, que ella recordara, lo habia dejado sin palabras. No hundido en un silencio deliberado, sino boquiabierto, mudo.
Por fin cerro la boca, volvio a abrirla y dijo:
– ?Como que te vas? No puedes.
Meg empezo a temblar, pero se aferro a la sensacion de fuerza que la habia invadido.
– Si que puedo.
– ?Y el dinero? -dijo el, inclinandose hacia delante y bajando la voz-. Habiamos quedado…
Meg no se molesto en bajar el volumen.
– Yo no he quedado en nada. Y no veras ni un penique. Tu la querias muerta. ?Te aseguraste de ello, Roger? No se lo que hiciste, pero voy a dejar de encubrirte.
El abrio los ojos, atonito.
– Me vas a delatar, ?verdad? Bruja, te… -se interrumpio, tomo aire y cerro los ojos, y cuando los abrio habia recuperado el control-. Piensalo, Meg. Piensa en lo mucho que me echaras de menos.
Levanto una mano y le paso un dedo por la mejilla.
Ella movio bruscamente la cabeza hacia atras y aparto la cara.
– Asi estan las cosas, entonces -dijo, con todo su veneno-. Corre a casa de papa y mama. No tienes ningun otro sitio donde ir. Trabaja en el garaje de tu padre, deja que todos los viejos obscenos que entren te toquen el trasero, cambiales los panales sucios a los crios de tu hermana. Adelante. Y cuentale a tu querido comisario lo que quieras porque no van a colgarme la culpa de nada-. La sonrisa de Roger no tenia nada de agradable-. Te gusta el comisario, ?eh? He visto como lo miras. Pues esta muy lejos de tus posibilidades, eres mas estupida de lo que creia.
Meg sintio una oleada de calor tenirle el rostro, pero se nego a darse por vencida. Se puso en pie y salio de entre las mesas, tan cerca de Roger que el podia rozarle el muslo con el brazo. Lo miro, percibio su pestaneo tembloroso y capto el miedo bajo su bravuconeria.
– Igual que tu -dijo, y se alejo. Sin volver la vista atras.
– Gracias, Charlie -le dijo Meg al conductor cuando el autobus se detuvo con un chirrido debajo del reloj de Abinger Hammer. Era el trayecto de Dorking a Guildford, y el conductor uno de los clientes habituales de su padre. Ella hizo un gesto de despedida y la puerta se cerro suavemente tras ella. Miro el autobus hasta que doblo el recodo y desaparecio por la carretera.
La tienda estaba en la acera de enfrente, inconfundible, tal como la recordaba. Se froto las manos en las solapas del abrigo y descubrio una mancha donde debio haber derramado la bebida que habia tomado en el tren desde Londres a Dorking. La parada en casa de sus padres habia sido breve: habia metido las bolsas en su antiguo cuarto, rechazado el te que le ofrecia su madre y se habia negado a contestar preguntas.
– Ahora no, mama. Tengo que ir a ver a una persona.