Acabe ensenandole el jardin. Cuando llego, al caer la tarde, la bruma veraniega ya se habia instalado. Yo tenia los documentos del divorcio en el bolsillo de mi chaqueta. Ted vestia un traje deportivo y temblaba mientras examinaba los danos del jardin.
– Que desastre -le oi musitar, mientras agitaba la pernera del pantalon para liberarla de una rama de zarzamora que se habia extendido sobre el sendero. Supe que estaba calculando cuanto tiempo necesitaria para establecer de nuevo el orden.
– Me gusta tal como esta -comente.
Di unas palmaditas a las zanahorias demasiado crecidas, cuyas cabezas anaranjadas empujaban a traves de la tierra, como si esta las estuviera pariendo. Entonces me fije en las malas hierbas: algunas habian brotado en las grietas del suelo y los muros del jardin, otras se habian afianzado en la pared lateral de la casa, y bastantes mas habian encontrado refugio bajo ripias sueltas y trepaban por el tejado. Era imposible arrancadas una vez metidas en la mamposteria, pues si uno lo intentaba acabaria desmontando todo el edificio.
Ted recogia ciruelas del suelo y las arrojaba por encima de la cerca al jardin del vecino.
– ?Donde estan los papeles? -me pregunto finalmente.
Se los di y el los guardo en el bolsillo interior de la chaqueta. Entonces me miro y vi en sus ojos la expresion que en otro tiempo confundi con amabilidad y proteccion.
– No tienes que marcharte en seguida -me dijo-. Se que necesitaras por lo menos un mes para encontrar otra vivienda.
– Ya tengo donde vivir -me apresure a decirle, porque en aquel preciso momento supe donde me alojaria. El enarco las cejas, sorprendido y sonriente, por un instante muy breve, hasta que le dije-: Aqui.
– ?Que estas diciendo? -pregunto asperamente. Aun tenia las cejas alzadas, pero ya no sonreia.
– He dicho que me quedo aqui -repeti.
– ?Quien te ha metido en la cabeza que puedes hacer eso?
Se cruzo de brazos, entrecerro los ojos y escruto mi rostro, como si supiera que se descompondria de un momento a otro. Aquella expresion solia asustarme y me hacia tartamudear.
Ahora no senti nada, ni temor ni colera.
– Digo que me quedo, y mi abogado lo dira tambien, una vez que te hagamos entrega de la documentacion.
Ted se saco del bolsillo los papeles del divorcio y los examino. Sus equis seguian alli, los espacios en blanco seguian vacios.
– ?Que estas haciendo? -dijo el-. Quisiera saberlo exactamente.
Y la respuesta, la unica importante por encima de todo lo demas, recorrio mi cuerpo y cayo de mis labios:
– No puedes arrancarme sin mas de tu vida y tirarme a un lado.
Vi lo que deseaba: su expresion confusa y luego asustada, estaba
Aquella noche sone que deambulaba por el jardin. La niebla envolvia arboles y arbustos. Entonces distingui al viejo senor Chou y a mi madre, a lo lejos, con sus bruscos movimientos arremolinando la niebla a su alrededor. Estaban inclinados sobre uno de los macizos de plantas.
– ?Ahi esta ella! -exclamo mi madre. El viejo senor Chou sonrio y me saludo agitando la mano. Me acerque a mi madre y vi que estaba inclinada sobre algo, como si atendiera a un bebe.
– Mira -me dijo, radiante-. Los he plantado esta manana, algunas para ti y otros para mi.
Y bajo el
JING-MEI WOO
Hace cinco anos, despues de una cena a base de cangrejo para celebrar el Ano Nuevo chino, mi madre me dio mi «importancia de la vida», un colgante de jade con una cadena de oro. Personalmente, no habria elegido ese colgante, del tamano de mi dedo menique, jaspeado en blanco y verde e intrincadamente tallado. El efecto de conjunto me parecia erroneo: demasiado grande, demasiado verde, demasiado llamativo. Lo guarde en mi joyero de laca y me olvide de el.
Pero ultimamente pienso a menudo en la importancia de mi vida y me pregunto que significa, porque mi madre murio hace tres meses, seis dias antes de que yo cumpliera los treinta y seis, y ella era la unica persona a la que podria haberselo preguntado, haberle pedido que me hablara de la importancia de mi vida, que me ayudara a comprender mi afliccion.
Ahora llevo a diario ese colgante. Creo que las tallas significan algo, porque las formas y los detalles, en los que nunca reparo hasta que alguien me los indica, siempre significan algo para los chinos. Se que podria preguntarle a tia Lindo, a tia An-Mei o a otros amigos chinos, pero tambien se que me explicarian un significado totalmente distinto del que le habria dado mi madre. ?Y si me dijeran que esa linea curva que se ramifica en tres formas ovales es un granado y que mi madre me deseaba fertilidad y descendencia? ?Y si mi madre hubiera dado a las tallas el significado de una rama de peral, para proporcionarme pureza y honestidad? ?O gotitas de la montana magica con diez mil anos de antiguedad, que darian orientacion a mi vida y mil anos de fama e inmortalidad?
Y Como pienso constantemente en esto, siempre me fijo en quienes llevan los mismos colgantes de jade, no los medallones rectangulares planos o los blancos redondeados con orificios en el centro, sino los que son como el mio, una figura oblonga de cinco centimetros de longitud y color verde manzana. Es como si todos hubieramos jurado la misma alianza secreta, tan secreta que ni siquiera supieramos lo que tenemos en comun. Por ejemplo, el ultimo fin de semana vi a un camarero que llevaba uno. Mientras acariciaba mi colgante, le pregunte:
– ?De donde ha sacado el suyo?
– Me lo dio mi madre.
Inquiri por que motivo, pregunta impertinente que solo un chino puede hacerle a otro chino. Entre una multitud de blancos, dos chinos ya son como dos miembros de la misma familia.
– Me lo dio despues de mi divorcio. Supongo que con esto quiso decir que aun seguia valiendo algo.
Y, por el deje de extraneza en su voz, supe que no tenia la menor idea de lo que el colgante significaba realmente.
Para la cena del ultimo Ano Nuevo chino mi madre cocino once cangrejos, uno por persona y un cangrejo de mas. Los habia comprado en la calle Stockton de Chinatown. Bajamos la pendiente pronunciada en cuya cima se alza la casa familiar, el piso bajo de un edificio de seis plantas del que son propietarios, en Leavenworth, cerca de California. La vivienda estaba a solo seis manzanas de la pequena agencia publicitaria donde trabajo como creativa, por lo que dos o tres veces a la semana pasaba por alli a la salida de la oficina. Mi madre siempre tenia suficiente comida e insistia en que me quedara a cenar.
Esta vez el Ano Nuevo chino cayo en jueves, y sali pronto del trabajo para ayudar a mi madre en la compra. Mi madre tenia setenta y un anos, pero aun caminaba briosamente, con su menudo cuerpo erguido, la actitud decidida, y una bolsa de plastico, decorada con flores de colores chillones, en la mano. Yo iba detras de ella, tirando del carrito metalico de la compra.
Cada vez que ibamos a Chinatown, senalaba a otras mujeres chinas de su edad.
– Senoras de Hong Kong -decia, mirando a dos damas muy elegantes, con largos abrigos de vison oscuro y el cabello negro perfectamente peinado-. Cantonesas, pueblerinas -susurraba al pasar junto a unas mujeres con gorros de lana, chaquetas acolchadas y chalecos de hombre.
Mi madre, con unos pantalones de poliester azul claro, un sueter rojo y una chaqueta de color verde que le daba un aspecto infantil, no se parecia a nadie. Llego a los Estados Unidos en 1949, tras un largo viaje iniciado en Kweilin en 1944. Fue al norte, hacia Chungking, donde se reunio con mi padre. Luego los dos se dirigieron al