sudeste, a Shanghai, y huyeron mas al sur, hasta Hong Kong, de donde zarpo el barco rumbo a San Francisco. Mi madre procedia de muchas direcciones diferentes.
Y ahora rezongaba, al ritmo de su paso cuesta abajo.
– Aunque no quieras, sigues con ellos -decia, irritada de nuevo con los inquilinos que vivian en el primer piso.
Dos anos atras habia tratado de desalojarlos, con el pretexto de que unos parientes de China irian a vivir alli. Pero la pareja vio su estratagema para zafarse del control de alquileres, y dijeron que no se moverian de alli hasta que aparecieran los parientes. A partir de entonces tuve que escuchar a mi madre el relato de cada nueva injusticia que le infligia aquella gente.
Segun ella, el hombre de cabellos grises ponia demasiadas bolsas en los cubos de basura, cosa que representaba «un coste extra». Y la mujer, muy elegante, con tipo de artista y pelo rubio, al parecer habia pintado el piso de atroces colores rojo y verde.
– Es horrible -gemia mi madre-. Y ademas se banan dos o tres veces al dia. ?El agua corre, corre, corre y nunca para!
A cada paso que daba su ira iba en aumento.
– La semana pasada el
– ?Que gato? -le pregunte, aunque sabia exactamente de cual me hablaba.
Habia visto muchas veces aquel animal de una sola oreja y rayas grises, que habia aprendido a saltar al alfeizar de la ventana en la cocina de mi madre, quien se ponia de puntillas y golpeaba el vidrio para asustarle, pero el gato no se movia y respondia con un siseo de desagrado a sus gritos.
– Ese gato que siempre levanta la cola para hacer pipi junto a mi puerta.
Una vez la vi ahuyentarle del hueco de la escalera, con un cazo de agua hirviendo. Senti la tentacion de preguntarle si realmente habia envenenado un pescado, pero sabia que nunca debia enfrentarme a ella.
– ?Que le paso a ese gato? -le pregunte.
– ?Se fue! ?Desaparecio! -Levanto los brazos, sonriente, y por un momento parecio complacida, pero no tardo en fruncir el ceno de nuevo-. Y ese hombre alzo la mano asi, me enseno su feo puno y me dijo que soy la peor casera de Fukien. Yo no procedo de Fukien. ?Ah! ?No sabe nada! -concluyo, satisfecha por haber puesto a aquel hombre en su lugar.
Al llegar a la calle Stockton, fuimos de una pescaderia otra, buscando los cangrejos mas vivos.
– No cojas ninguno muerto -me advirtio mi madre en chino-. Ni siquiera un mendigo se comeria un cangrejo muerto.
Yo empujaba los cangrejos con un lapiz para comprobar su vitalidad. Si uno de ellos se aferraba al lapiz, lo sacaba y lo metia en una bolsa de plastico. Uno de los que cogi de esa manera estaba trabado con otro cangrejo, y al tirar de el perdio una pata.
– Devuelvelo -susurro mi madre-. La falta de una pata es mala senal en el Ano Nuevo chino.
Pero un hombre con delantal blanco se nos acerco y se puso a hablar a gritos con mi madre en cantones. Ella, que hablaba el cantones tan mal que apenas lo diferenciaba del mandarin, le replicaba con la misma vehemencia, senalando el cangrejo cojo. Tras un intercambio de palabras violentas, aquel cangrejo fue a parar a nuestra bolsa.
– No importa -dijo mi madre-. Este sera el numero once, un cangrejo extra.
Una vez en casa, mi madre saco los cangrejos de sus envoltorios de papel de periodico y los echo en la pila llena de agua fria. Saco una vieja tabla de madera y una cuchilla, corto el jengibre y las cebolletas y vertio salsa de saja y aceite de sesamo en un plato. La cocina olia a periodicos mojados y a fragancias chinas.
Entonces cogio los cangrejos por el lomo, uno tras otro, los saco de la pila y los agito hasta que estuvieron secos y despiertos. Los animales flexionaron sus patas en el aire, entre la pila y los fogones. Mi madre los coloco en una marmita de varios niveles, apoyada sobre dos fuegos de la cocina, tapo el recipiente y encendio los fogones. No soportaba veda hacer eso, de modo que me fui al comedor.
Cuando tenia ocho anos, jugue con un cangrejo que mi madre habia comprado para la cena el dia de mi cumpleanos. Lo tocaba y saltaba hacia atras cada vez que el extendia sus pinzas. Cuando por fin se levanto y camino sobre la encimera, pense que habiamos llegado a entendemos muy bien, pero antes de que pudiera decidir que nombre le pondria a mi nuevo animalito domestico, mi madre lo echo en una cacerola con agua fria y lo puso al fuego. Observe con creciente temor como se calentaba el agua y la cacerola matraquecaba con el cangrejo que intentaba huir de la sopa a la que el mismo proporcionaba sustancia. Todavia hoy me acuerdo de aquel cangrejo que gritaba mientras deslizaba una pinza de color rojo brillante sobre el borde de la cacerola burbujeante. Debia de ser mi propia voz, porque ahora se, por supuesto, que los cangrejos no tienen cuerdas vocales, y tambien trato de convencerme de que no tienen suficiente cerebro para conocer la diferencia entre un bano caliente y una muerte lenta.
Mi madre habia invitado a la cena de Ano Nuevo a sus viejos amigos Lindo y Tin Jong. Sin necesidad de preguntarselo, yo sabia que vendrian tambien los hijos de los Jong: Vincent, de treinta y siete anos, que vivia aun en casa de sus padres, y su hija Waverly, mas o menos de mi edad. Vincent telefoneo para preguntar si podia llevar a su novia, Lisa Lum. Waverly dijo que iria con su nuevo prometido, Rich Shields, quien, como Waverly, era abogado especializado en tributacion y trabajaba en Price Waterhouse. Anadio que Shoshana, su hija de cuatro anos, habida en un matrimonio anterior, queria saber si mis padres tenian video para ver la pelicula
Entre los invitados, mis padres y yo sumabamos once personas, pero mi madre solo habia contabilizado diez, pues para ella la pequena Shoshana no contaba, por lo menos como consumidora de cangrejo. No se le habia ocurrido que quiza Waverly pensara de otro modo.
Cuando pasaron alrededor de la mesa la fuente de humeantes cangrejos, Waverly fue la primera en servirse y eligio el mejor crustaceo, el mas brillante y rollizo, que deposito en el plato de su hija. Luego eligio el mejor de los restantes para Rich y cogio otro buen ejemplar para ella. Y como habia aprendido de su madre esta habilidad de escoger lo mejor, era muy natural que la senora Jong supiera elegir los mejores cangrejos que quedaban para su marido, su hijo, la novia de este y ella misma. Y mi madre, naturalmente, examino los cuatro ultimos cangrejos y ofrecio el que parecia mejor al abuelo Chong, porque tenia cerca de noventa anos y se merecia esa clase de respeto, y luego eligio otro bueno para mi padre. Quedaron, pues, dos cangrejos en la fuente: uno grande, de color naranja desvaido, y el numero once, el de la pata arrancada.
Mi madre agito la fuente delante de mi.
– Cogelo, ya esta frio -me dijo.
Desde aquel dia de mi cumpleanos en que vi el cangrejo hervido vivo, no era muy aficionada a ese manjar, pero sabia que no podia rechazarlo. Las madres chinas no expresan el amor que sienten por sus hijos con besos y abrazos, sino con severos ofrecimientos de budin al vapor, menudillos de pato y cangrejo.
Pense que lo correcto seria tomar el cangrejo al que le faltaba una pata, pero mi madre grito:
– ?No! ?No! Comete el grande. Yo no podria terminarlo.
Recuerdo los ruidos que hacian todos, quebrando los caparazones, chupando la carne de cangrejo, rebanando los restos con las puntas de los palillos… y el silencio de mi madre. Fui la unica que reparo en que abria el caparazon, husmeaba el cuerpo del cangrejo y se levantaba para ir a la cocina, con el plato en la mano. Regreso sin el cangrejo, pero con mas cuencos de salsa de soja, jengibre y cebolletas.
Y entonces, ya con los estomagos llenos, todos se pusieron a hablar por los codos.
– ?Suyuan! -llamo tia Lindo a mi madre-. ?Por que te has puesto ese color? -Senalo con una pata de cangrejo el sueter rojo de mi madre-. ?Como puedes llevar todavia ese color? -la regano-. ?Demasiado joven!
Mi madre actuo como si le hubiera hecho un cumplido.
– Emporium Capwell -replico-. Diecinueve dolares. Mas barato que si me lo hubiera hecho yo misma.
Tia Lindo asintio, como si el color mereciera aquel precio. Entonces dirigio la pata de cangrejo hacia su futuro yerno, Rich, y dijo:
– Fijaos en ese. No sabe comer la comida china.
– El cangrejo no es chino -dijo Waverly quejumbrosa.
Era sorprendente que Waverly siguiera hablando igual que veinticinco anos atras, cuando teniamos diez y ella