– Swanle! (?Se acabo!) -dijo entonces mi tio-. ?An-Mei ya ha cambiado!

Mientras me alejaba de la vida que habia llevado hasta entonces, me pregunte si era cierto lo que mi tio habia dicho, que habia cambiado y nunca podria volver a levantar la cabeza. Asi que lo intente. La levante. Y vi a mi hermanito, llorando desesperado, con tanta fuerza como la que empleaba mi tia para sujetarle la mano. Mi madre no se atrevio a llevarselo, pues un hijo nunca puede ir a vivir a una casa ajena. Si lo hacia, perderia toda esperanza de futuro. Pero yo sabia que el no pensaba asi. Lloraba, airado y asustado, porque mi madre no le habia pedido que la siguiera.

Lo que mi tio habia dicho era cierto. Tras ver la reaccion de mi hermanito, no pude mantener la cabeza levantada.

En el jinrikisha que nos llevaba a la estacion del ferrocarril, mi madre murmuro:

– Pobre An-mei, solo tu lo sabes. Solo tu sabes cuanto he sufrido.

Me senti orgullosa porque solo yo podia ver aquellos pensamientos excepcionales y delicados. Pero una vez en el ten, me di cuenta de lo lejos que dejaba mi vida, y senti miedo. Viajamos durante siete dias, uno de ellos en tren y los demas en barco de vapor. Al principio mi madre estaba muy animada, y cada vez que yo volvia la cabeza hacia lo que dejabamos atras, me contaba relatos de Tientsin.

Me hablo de buhoneros inteligentes que vendian toda clase de alimentos sencillos: budines al vapor, cacahuetes hervidos y la golosina preferida de mi madre, una torta delgada con un huevo en el centro y unos brochazos de negra pasta de alubias, que se enrollaba y, caliente todavia, recien salida de la plancha, se servia al hambriento cliente.

Me describio el puerto y sus restaurantes, y afirmo que alli los productos del mar eran incluso mejores que la comida de Ningpo. Grandes almejas, gambas, cangrejos, toda clase de pescado, de mar y agua dulce, lo mejor… Si no fuera asi, ?por que acudirian tantos extranjeros a aquel puerto?

Me hablo de las calles estrechas con bazares atestados. A primera hora de la manana, los campesinos vendian verduras que yo no habia visto ni comido en toda mi vida, y mi madre me aseguraba que las encontraria muy dulces, tiernas y frescas. Habia barrios de la ciudad donde vivian extranjeros de diversas nacionalidades, japoneses, rusos blancos, norteamericanos y alemanes, pero nunca juntos, sino cada grupo por separado y con sus habitos propios, unos sucios y otros limpios, y tenian casas de todas las formas y colores, una pintada de rosa, otra con habitaciones que sobresalian en todos los angulos como las partes delantera y trasera de un vestido victoriano, otras con tejados como sombreros puntiagudos y tallas de madera pintadas de blanco para que parecieran de marfil.

Me dijo que en invierno veria la nieve. Dentro de unos meses llegaria la epoca del Rocio Frio, luego empezaria a llover y despues la lluvia caeria mas suave, mas lentamente, hasta volverse blanca y seca como los petalos de hojas de membrillo en primavera. ?Ella me cubriria con abrigos y pantalones forrados de piel, y daria igual que hiciera un frio atroz!

Me conto muchos relatos, hasta que deje de mirar atras y volvi la cabeza adelante, hacia mi nuevo hogar de Tientsin.

Pero al quinto dia, cuando nos acercabamos al golfo de Tientsin, el color de las aguas paso del amarillo turbio al negro y el barco empezo a balancearse y crujir. Me senti asustada y mareada, y por la noche sone con la corriente que fluia al este, contra la que mi tia me habia prevenido, las aguas oscuras que cambiaban a una persona para siempre. Y al mirar aquellas aguas, desde el camastro en el que yacia mareada, temi que las palabras de mi tia fuesen ciertas. Veia que mi madre estaba empezando a cambiar, lo sombrio y enojado que se habia vuelto su semblante, la mirada perdida cn el mar, su silencio, sumida en sus pensamientos. Y tambien los mios se volvieron turbios y confusos.

La manana del dia que ibamos a llegar a Tientsin, mi madre entro en el camarote con su vestido chino de duelo, de color blanco, y cuando regreso al salon de cubierta parecia una desconocida. Tenia las cejas muy pintadas en el centro y largas y afiladas en los extremos. Sus ojos estaban rodeados de tiznajos, el rostro era blanco y los labios rojo oscuro. Se tocaba con un sombrero de fieltro marron, cruzado en la parte frontal por una gran pluma moteada de pardo. Su cabello corto estaba oculto bajo el sombrero, con excepcion de dos rizos perfectos sobre la frente, que se miraban uno a otro como pequenas tallas lacadas. Llevaba un largo vestido marron con cuello de encaje blanco que se extendia hasta la cintura, donde se abrochaba con una rosa de seda.

Me sorprendio veda vestida asi, porque estabamos de luto, pero no pude decide nada. Yo era una chiquilla. ?Como podia renir a mi propia madre? Solo podia sentirme avergonzada al ver a mi madre exhibir su propia verguenza con tanta audacia.

Sus manos enguantadas sostenian una gran caja de color crema con unas palabras extranjeras en la tapa: «Prendas finas de estilo ingles». Recuerdo que deposito la caja entre ambas y me dijo: «?Abrela, rapido!». Estaba exaltada y sonriente. Su nueva actitud me sorprendio tanto que solo muchos anos despues, cuando usaba aquella caja para guardar cartas y fotografias, me pregunte como lo supo mi madre. Aunque no me habia visto en muchos anos, supo que algun dia la seguiria y que deberia llevar un vestido nuevo cuando lo hiciera.

Y al abrir la caja, mi verguenza y mis temores se disiparon por completo. Contenia un vestido blanco, almidonado. Tenia volantes en el cuello y a lo largo de las mangas, y la falda estaba formada por seis hileras de volantes. Habia tambien medias blancas, zapatos blancos de piel y un enorme lazo blanco, ya preparado y listo para atarlo con dos cintillas.

Todo era demasiado grande. Mis hombros se deslizaban fuera del gran orificio del cuello, la cintura era demasiado ancha para mi. Pero no me importaba, ni a mi madre tampoco. Levante los brazos y permaneci inmovil. Ella saco unos alfileres y, haciendo un pliegue aqui y otro alla, redujo la tela sobrante, y luego relleno las puntas de los zapatos con papel de seda, hasta adaptarlo todo a mi talla. Vestida con aquellas prendas tuve la sensacion de que me habian crecido nuevas manos y pies y ahora tendria que aprender a caminar de otro modo.

Entonces el semblante de mi madre volvio a ponerse sombrio. Se sento con las manos entrelazadas en el regazo, contemplando como nuestro barco se iba acercando al muelle.

– An-mei, ahora estas preparada para iniciar tu nueva vida. Viviras en una nueva casa y tendras un nuevo padre, muchas hermanas y otro hermanito, vestidos y cosas buenas para comer. ?Crees que todo eso te bastara para ser feliz?

Asenti en silencio, pensando en la desdicha de mi hermano en Ningpo. Mi madre no dijo nada mas acerca de la casa, ni de mi nueva familia, ni de mi felicidad, y yo no le hice ninguna pregunta, porque ahora sonaba una campana y un marinero anunciaba que estabamos llegando a Tientsin, Mi madre dio rapidas instrucciones a nuestro porteador, senalo los dos pequenos baules y le dio dinero, como si hubiera hecho eso todos los dias de su vida. Entonces abrio cuidadosamente otra caja y saco cinco o seis pieles que parecian zorros muertos, con ojos de cristal, garras flacidas y colas mullidas. Se puso esa prenda de aspecto mas bien terrible alrededor del cuello y los hombros, luego me cogio la mano con fuerza y avanzamos por el pasillo entre los demas pasajeros.

Nadie nos recibio en el puerto. Mi madre descendio lentamente la rampa y cruzo la plataforma de equipajes, mirando nerviosamente a uno y otro lado.

– ?Vamos, An-mei! ?No seas tan lenta! -me dijo en un lona rebosante de temor.

Yo arrastraba los pies, procurando que no salieran de aquellos zapatos demasiado grandes, mientras el suelo oscilaba bajo mis plantas, y cuando no miraba en que direccion se movian los zapatos, alzaba la vista y veia que todo el mundo tenia prisa, todos parecian desdichados: familias con madres y padres ancianos, todos vestidos con ropas oscuras, de colores sombrios, empujando y acarreando bolsas y cajas con las posesiones de su vida; palidas damas extranjeras vestidas como mi madre, que caminaban aliado de hombres extranjeros con sombrero; viudas ricas que renian a las doncellas y criados que las seguian, cargados con baules, bebes y cestos de comida.

Nos detuvimos cerca de la calle, por donde jinrikishas y camiones iban y venian. Cogidas de la mano, sumidas en nuestros pensamientos, mirabamos a la gente que llegaba a la estacion y a los viajeros que se alejaban apresuradamente de alli. Era casi mediodia, y aunque parecia que en la calle hacia calor, el cielo era gris y se estaba encapotando.

Tras permanecer largo rato en pie sin ver a nadie cocido, mi madre suspiro y finalmente llamo a un jinrikisha.

Durante el trayecto, mi madre discutio con el hombre que tiraba del vehiculo, pues queria cobrar mas dinero

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