por transportarnos a las dos y el equipaje. Luego se quejo del polvo que levantabamos al pasar, del olor de la calle, el traqueteo debido a la mala pavimentacion, lo tarde que era y su dolor de estomago. Y cuando puso fin a estos lamentos, me dirigio sus quejas: una mancha en mi vestido nuevo, el pelo enmaranado, las medias torcidas. Intente congraciarme de nuevo con ella, senalandole un jardincillo, un pajaro que volaba sobre nuestras cabezas, un largo tranvia electrico que paso por nuestro lado haciendo sonar la campana.

Pero ella se irrito mas todavia y me dijo:

– Quedate quieta, An-mei, y no te excites tanto. Solo vamos a casa.

Y cuando por fin llegamos a casa, ambas estabamos exhaustas.

Sabia desde el principio que nuestro nuevo hogar no seria una morada ordinaria. Mi madre me habia dicho que viviriamos en casa de Wu Tsing, un comerciante rico, que tenia una fabrica de alfombras y habitaba una mansion localizada en la Concesion Britanica de Tientsin, la mejor zona de la ciudad donde podian vivir los chinos. No estabamos lejos de Paima Di, o calle de las Carreras de Caballos, donde solo podian vivir los occidentales, y tampoco estaban lejos las tiendecitas que vendian una sola cosa: solo te, o solo tela, o jabon unicamente.

Mi madre me dijo que la casa era de construccion extranjera. A Wu Tsing le gustaban las cosas extranjeras, porque los extranjeros le habian enriquecido, y llegue a la conclusion de que por ese motivo mi madre tenia que llevar ropa de estilo occidental, a la manera de los nuevos ricos chinos que gustaban de exhibir su riqueza.

Aunque ya supiera todo esto antes de llegar, lo que vi no dejo de asombrarme.

Se accedia a la casa a traves de un portal chino de piedra, redondeado en la parte superior, con grandes puertas de laca negra y un umbral que era preciso pisar. El patio, al otro lado del portal, me sorprendio. No tenia sauces ni casias de dulce olor ni pabellones ni bancos al borde de un estanque ni tinas con peces. Habia un ancho sendero pavimentado con ladrillo y flanqueado por largas hileras de arbustos, y a los lados de esos arbustos sendas extensiones de cesped en las que se alzaban unas fuentes. Avanzamos por el sendero y, al aproximamos a la casa, vi que esta era de estilo occidental, de argamasa y piedra. Tenia tres plantas, con largos balcones de hierro en cada uno y chimeneas en los angulos.

En cuanto llegamos, salio de la casa una joven sirvienta que saludo a mi madre con gritos de alegria. Hablaba en voz alta y aspera.

– ?Oh, Taitai, por fin has llegado! ?Como es posible?

Era Yan Chang, la sirvienta personal de mi madre, y sabia la cantidad apropiada de carantonas que debia hacerle. La habia llamado Taitai, el sencillo titulo honorable de Esposa, como si mi madre fuera la primera esposa, la unica.

Yan Chang llamo a gritos a otras sirvientas para que se hicieran cargo del equipaje, mientras ordenaba a otra que trajera te y preparase un bano caliente. Entonces se apresuro a explicar que Segunda Esposa habia dicho a todo el mundo que no llegariamos por lo menos hasta una semana mas tarde.

– ?Que verguenza! ?Nadie ha ido a recibirte! Segunda Esposa esta en Pekin, visitando a unos parientes. Tu hija es muy bonita, muy parecida a ti. Es muy timida, ?verdad? Primera Esposa y sus hijas… han ido de peregrinaje a otro templo budista… La semana pasada, un tio del primo, un hombre un poco raro, vino de visita y luego resulto que no era primo ni tio, a saber quien era…

En cuanto entramos en aquella casa enorme, mi mirada se perdio entre tantas cosas que me llamaban la atencion: una escalera curva que subia y subia en espiral, un techo con rostros pintados en cada angulo, pasillos que se ramificaban para dar acceso a distintas habitaciones. A mi derecha habia una sala muy grande, como ninguna otra que hubiera visto jamas, con sofas, mesas y sillas de madera de teca. En el otro extremo de esa habitacion larguisima habia puertas que daban a otras habitaciones, con mas muebles y mas puertas. A mi izquierda se abria una sala oscura, otro salon, este con mobiliario extranjero, sofas de cuero verde oscuro, cuadros con escenas de caza, sillones y escritorios de caoba. En aquellas habitaciones veia a distintas personas, y Yan Chang me explicaba:

– Esta joven es la criada de Segunda Esposa. Esa no es nadie, solo la hija del ayudante del cocinero. Este hombre se ocupa del jardin.

Entonces subimos la escalera y llegamos a otra amplia sala de estar. Nos dirigimos a la izquierda, por un pasillo, cruzamos una habitacion y entramos en otra.

– Esta es la habitacion de tu madre -me dijo orgullosamente Yan Chang-. Aqui es donde vas a dormir.

Lo primero que vi, lo unico que pude ver al principio, fue una cama magnifica, pesada y ligera al mismo tiempo, de madera oscura y reluciente, decorada con tallas de dragones. Cuatro postes sostenian un dosel de seda, y de cada uno colgaban grandes cintas de seda que sujetaban unas cortinas. Las patas de la cama eran cuatro garras de leon, como si su peso hubiera aplastado al animal. Yan Chang me enseno a usar un pequeno taburete para subirme a la cama. Y cuando me deje caer sobre la colcha sedosa, rei al descubrir un colchon que tenia diez veces el grosor del de mi cama en Ningpo.

Sentada en aquella cama, lo admire todo como si fuese una princesa. La habitacion tenia una puerta de vidrio que daba a un balcon. Ante la ventana habia una mesa redonda de la misma madera que la cama. Sus patas tambien terminaban en garras de leon y estaba rodeada por cuatro sillas. Una criada ya habia dejado te y dulces sobre la mesa, y ahora estaba encendiendo el houlu, un hornillo de carbon.

En realidad, la casa de mi tio en Ningpo no era pobre.

Muy al contrario, era la vivienda de una familia acomodada. Pero la mansion de Tientsin era asombrosa, y pense que mi tio se equivocaba, que el matrimonio de mi madre con Wu Tsing no era en absoluto vergonzoso.

Mientras pensaba tales cosas, me sobresalto un subito estrepito metalico seguido de musica. En la pared, enfrente de la cama, habia un gran reloj de madera, con tallas que representaban un bosque y varios osos. La puerta del reloj se habia abierto y por alli salia una diminuta habitacion llena de gente. Sentado a una mesa habia un hombre de barba con un gorro puntiagudo, que inclinaba la cabeza una y otra vez para tomar sopa, pero la barba penetraba primero en el cuenco y se lo impedia. Una muchacha con un panuelo blanco y un vestido azul estaba de pie al lado de la mesa, y se inclinaba una y otra vez para servir mas sopa al hombre. J unto a estos dos personajes habia otra chica con falda y chaqueta corta, que movia el brazo adelante y atras, tocando el violin. Siempre tocaba la misma cancion siniestra, y aun puedo oida en mi cabeza al cabo de tantos anos: ?ni-ah! ?nah! ?nah! ?nah! ?na-ni-nah!

Era un reloj magnifico, pero despues de oir la musica aquella primera vez, una hora despues y asi sucesivamente, se convirtio en una molestia excesiva. Pase muchas noches sin poder dormir, y mas adelante descubri que tenia la capacidad de hacer oidos sordos a las cosas insensatas que intentaban llamarme la atencion.

Las primeras noches en aquella casa tan entretenida, durmiendo en la cama grande y blanda con mi madre, me senti muy feliz. Yacia en aquella cama comoda, pensando en la casa de mi tio en Ningpo, y entonces comprendia lo desdichada que habia sido y me sentia apesadumbrada por la suerte de mi hermanito. Pero la mayor parte de mis pensamientos se centraban en todas las cosas nuevas que podia ver y hacer en la casa.

Veia los grifos de agua caliente no solo en la cocina, sino tambien en lavabos y baneras en los tres pisos de la casa. Veia orinales que se limpiaban solos, sin necesidad de que los criados tuvieran que vaciados. Veia habitaciones tan lujosas como la de mi madre. Yan Chang me explico cuales pertenecian a Primera Esposa y las otras concubinas, a las que llamaban Segunda Esposa y Tercera Esposa. Y algunas habitaciones no pertenecian a nadie. «Son para los invitados», me dijo Yan Chang.

En el tercer piso estaban las habitaciones de los criados varones, una de las cuales incluso tenia una puerta de acceso a un gabinete que en realidad era un escondite, por si atacaban los piratas.

Me resulta dificil recordar todo lo que contenia la casa, pues demasiadas cosas buenas juntas no tardan en confundirse y parecer lo mismo al cabo de cierto tiempo. Cuando Yan Chang me traia los mismos dulces que el dia anterior, le decia: «Estos ya los he probado».

Mi madre parecia recobrar su talante simpatico. Volvio a ponerse sus viejas prendas largas, vestidos chinos y faldas, ahora con franjas blancas de luto cosidas en los bordes. Durante el dia me ensenaba cosas extranas y curiosas, y me las nombraba: bidet, camara Brownie, tenedor para ensalada, servilleta. Por la noche, cuando no habia nada que hacer, hablabamos de los criados, de quien era listo, quien diligente y quien leal. Chismorreabamos mientras cociamos huevos pequenos y boniatos encima del houlu,

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