consigo al mundo, y su deber es compartirla.
El todavia tiene la mano apoyada en la mejilla de ella. Ella no se retrae, pero tampoco cede.
– ?Y si
– Entonces, deberias compartirla mas aun.
Palabras suaves, lisonjeras, tan antiguas como la seduccion misma. Sin embargo, en ese momento el cree en esas palabras. Ella no es duena de si misma. La belleza no es duena de si misma.
– De los mas bellos seres de la creacion deseamos mas aun -dice-, para que la belleza de la rosa jamas muera.
No ha sido una buena iniciativa. La sonrisa de ella pierde su calidad juguetona y movil. El verso pentametro, cuya cadencia tan bien sirvio para endulzar las palabras de la serpiente, ahora solo consigue crear un efecto de extraneza. Ha vuelto a ser el profesor, el hombre libresco, el guardian de los tesoros de la cultura. Ella deja la taza sobre la mesa.
– Tengo que marcharme, me estan esperando.
Ha despejado, lucen las estrellas.
– Hace una noche deliciosa -dice el abriendo la verja del jardin. Ella ni siquiera mira al cielo-. ?Quieres que te acompane a casa?
– No.
– Muy bien. Como quieras. Buenas noches. -Se acerca a ella, la abraza. Por un instante llega a sentir los pequenos pechos de ella contra si. Acto seguido, ella se escurre de su abrazo y desaparece.
3
Ahi deberia haber puesto fin a la historia, pero no lo hace. El domingo por la manana va en su coche al campus, que esta desierto, y entra en las oficinas de la secretaria general. Del archivo extrae la tarjeta de matricula de Melanie Isaacs y copia sus datos personales: el domicilio de los padres, el domicilio en Ciudad del Cabo, el numero de telefono.
Marca el numero, le contesta una voz de mujer.
– ?Melanie?
– Ahora se pone. ?Quien la llama?
– Digale que soy David Lurie.
Melanie… «melody»: una rima meretriz. No es un buen nombre para una chica asi. A ver, cambiando el acento… Melani, la morena. La oscura.
– ?Hola?
En esa unica palabra capta toda su incertidumbre. Es demasiado joven. No sabra como tratar con el; definitivamente deberia dejarla en paz, pero esta poseido por algo. La belleza de la rosa: el poema le da de lleno con la precision de una flecha. Ella no es duena de si misma; tal vez tampoco sea el dueno de sus actos.
– Pense que a lo mejor te apetecia salir a almorzar -le dice-. Puedo recogerte digamos que a las doce.
Ella todavia tiene tiempo de decir una mentira, de escurrir el bulto. Pero esta demasiado confusa, y ese momento se va tal como viene.
Cuando el llega, esta esperandolo en la acera, delante del edificio en que vive. Lleva unas mallas negras y un jersey negro. Tiene las caderas tan estrechas como una chiquilla de doce anos.
La lleva a Hout Bay, al puerto. Durante el trayecto trata de que se sienta comoda. Le pregunta por el resto de las asignaturas que estudia. Ella le dice que actua en una obra teatral. Es uno de los requisitos de su diplomatura. Los ensayos le quitan muchisimo tiempo.
Ya en el restaurante resulta que no tiene apetito. Con evidente desanimo mira al mar.
– ?Te ocurre algo? ?Quieres decirmelo? Ella niega con la cabeza.
– ?Estas preocupada por nosotros?
– Puede ser -responde.
– Pues no tienes por que. Yo me cuido de todo. No dejare que lleguemos demasiado lejos.
Demasiado lejos: ?que entiende por lejos, que es demasiado lejos en un asunto como este? Demasiado lejos… ?sera lo mismo para ella que para el?
Ha empezado a llover; las cortinas de lluvia barren la bahia desierta.
– ?Nos vamos? -dice el.
La lleva de nuevo a su casa. En el suelo de la sala de estar, mientras la lluvia repica en los cristales, hace el amor con ella. Tiene un cuerpo claro, sencillo, perfecto a su manera; aunque se muestra pasiva en todo momento, el acto a el le resulta placentero, tan placentero que tras el climax cae en un estupor absoluto.
Cuando vuelve en si ha dejado de llover. La muchacha yace bajo el con los ojos cerrados, las manos distendidas y alzadas por encima de la cabeza, el rostro levisimamente fruncido. El tiene sus manos bajo el aspero jersey de ella, sobre sus senos. Sus mallas y sus braguitas estan hechas un lio en el suelo; el tiene los pantalones a la altura de los tobillos.
Con la cara vuelta, ella se libera, recoge sus cosas, sale de la sala. En cuestion de minutos esta de regreso, vestida.
– Tengo que irme -susurra. El no hace ningun esfuerzo por impedirselo.
Despierta a la manana siguiente en un estado de profundo bienestar que no se disipa. Melanie no esta en clase. Desde su despacho llama a una floristeria. ?Rosas? No, tal vez no. Encarga unos claveles.
– ?Rojos o blancos? -pregunta la mujer.
?Rojos? ?Blancos?
– Envie una docena de claveles rosas -dice.
– No tengo una docena de claveles rosas. ?Quiere que le mande un surtido?
– Eso, un surtido -responde.
Llueve durante todo el martes; los nubarrones entran por el oeste y cubren toda la ciudad. Al atravesar el vestibulo de la Facultad de Comunicacion al termino de su jornada, la descubre en la puerta: esta en medio de un grupo de estudiantes que esperan a que escampe momentaneamente.
– Esperame aqui -le dice tras colocarse a sus espaldas y ponerle una mano en el hombro-. Te llevare en coche a tu casa.
Vuelve con un paraguas. Al atravesar la plaza de entrada camino del aparcamiento, la atrae hacia si para resguardarla de la lluvia. Una racha repentina vuelve del reves el paraguas; con torpeza, corren juntos hacia el coche.
Ella lleva un impermeable de plastico amarillo; en el coche, se baja la capucha. Esta ruborizada; el repara en que le sube y le baja el pecho. Con la lengua, se limpia una gota de lluvia del labio superior.
Conduce despacio, el trafico es denso a ultima hora de la tarde.
– Ayer te eche de menos -le dice-. ?Te encuentras bien?
Ella no contesta. Mira fijamente los limpiaparabrisas.
En un semaforo en rojo el coge su mano fria. -?Melanie! -dice, y trata de hacerlo con tono ligero. Pero se le ha olvidado como es el cortejo. La voz que oye es la de un padre zalamero, no la de un amante. Detiene el coche ante el edificio de ella.
– Gracias -le dice, y abre la portezuela.
– ?No vas a invitarme a subir?
– Creo que mi companera de piso esta en casa.
– ?Y esta noche?
– Esta noche tengo ensayo.