semanas el baile de las gruas que giraban sobre los portacontenedores era incesante. Desde la madrugada hasta la puesta del sol el cielo era recorrido por los aviones que garantizaban las comunicaciones entre los diferentes aeropuertos. No se habian reconstruido todos los puentes, pero las huellas del huracan eran casi inapreciables, ?o acaso es que la gente se habia acostumbrado a ellos?
Las noches estrelladas prometian un ano hermoso y el retorno de las cosechas generosas. La sirena de un carguero anunciaba la medianoche y la salida de un cargamento de platanos rumbo a Europa.
Philip paso a buscar a Mary por su casa. Tenian que ir a la fiesta de Nochevieja que organizaba su revista en la planta treinta tres de un rascacielos cercano al del
– Hablo demasiado, ?no?
– ?Tengo cara de aburrirme? -respondio ella.
– Eres demasiado educada para demostrarlo. Lo siento, pero se me escapan las palabras que no he podido pronunciar en toda la semana. He trabajado tanto que casi no he hablado.
Se abrieron camino entre las trescientas personas congregadas en las oficinas donde se celebraba la fiesta, que estaba en su apogeo. El bufe habia sido tomado al asalto. Una brigada de camareros se esforzaba en servir comida. En la mayoria de los casos estos soldados vestidos de blanco debian dar la media vuelta, puesto que las bandejas que portaban eran saqueadas antes de llegar a su destino. Hablar, escuchar e incluso bailar era algo imposible debido a la cantidad de gente. Dos horas mas tarde Mary hizo una senal con la mano a Philip, que hablaba animadamente a pocos metros de ella.
El ruido le impedia entender la mas minima palabra, pero su indice senalaba la direccion que le interesaba, que era la de la puerta de salida. Con un movimiento de la cabeza, el le indico que habia entendido el mensaje y se dispuso a dejar la sala. Quince minutos mas tarde se encontraron delante del guardarropa. Una vez cerrada la puerta, el silencio que habia en el rellano de los ascensores resultaba impresionante. Mientras Philip apretaba el boton, manteniendose delante de las puertas de cobre, Mary se alejo para dirigirse lentamente hacia los ventanales desde los que se dominaba la ciudad:
– ?Que te hace pensar que es ese el que llegara antes y no el de la derecha o el de la izquierda?
– Nada, solo la costumbre. Pero si me coloco en el centro estare mas cerca de cualquiera de las puertas.
Apenas hubo terminado la frase, la luz verde que estaba encima de su cabeza se ilumino al tiempo que sonaba una campanilla.
– ?Lo ves?, ?he acertado!
Mary no reacciono. Habia pegado su frente contra la ventana. Philip dejo que el ascensor continuase a otra planta, se acerco y se coloco junto a ella. Mientras miraba la calle, deslizo su mano hasta coger la de la chica.
– ?Feliz ano nuevo! -dijo ella.
– ?Hace media hora que nos lo hemos deseado!
– No hablo de ese. Quiero decir que es casi la misma hora que cuando me encontraste aquella Nochevieja. Solo que en lugar de estar aqui, avanzabamos entre la muchedumbre. Esa es casi la unica diferencia. En fin, no me puedo quejar. ?Hemos subido treinta y tres pisos desde entonces!
– ?Que intentas decir?
– Philip, desde hace un ano cenamos juntos tres veces por semana. Un ano desde que me cuentas tus cosas y yo las mias. Cuatro estaciones desde que recorremos las calles del Soho, del Village, del Noho. Un domingo incluso fuimos a Tribeca. Hemos debido de sentarnos en todos los bancos de Washington Square, probado todos los brunch del centro de la ciudad y bebido en todos los bares. Despues, cada noche, me has acompanado y dejado en casa. Luego desaparecias, con una sonrisa tristona. Y cada vez que tu silueta se esfumaba en la esquina se me hacia un nudo en el estomago. Creo que me conozco bien el camino y que ya puedo regresar sola.
– ?Prefieres que no volvamos a vernos?
– Philip, siento algo por ti. Resulta patetico que lo ignores. ?Cuando vas a dejar de pensar solo en ti? En cualquier caso, te corresponde a ti poner fin a nuestra relacion, si es que habia alguna. ?No puedes estar tan ciego!
– ?Te he hecho dano?
Mary lleno los pulmones, levanto la cabeza hacia el techo y suspiro suavemente.
– No, es ahora cuando me lo estas haciendo. ?Llama a ese maldito ascensor, por favor!
Desconcertado, lo hizo y las puertas se abrieron al instante.
– ?Gracias, Senor! -suspiro ella-. Me faltaba el oxigeno.
Se metio en la cabina y Philip bloqueo las puertas, sin saber que decir.
– Deja que me marche, Philip. Te adoro cuando te pones tonto, pero tu estupidez ahora resulta cruel.
Ella se echo hacia atras y las puertas se cerraron.
El se dirigio hacia la ventana para intentar verla salir del edificio. Se sento en el reborde y contemplo el hormiguero que se agitaba a sus pies.
Desde hacia dos semanas Susan mantenia una relacion con el responsable de un dispensario construido detras del puerto. Solo lo veia una vez cada tres dias, a causa de la distancia que habia que recorrer, pero aquellas noches bastaban para que reapareciesen en su cara los hoyuelos que se dibujaban junto a su boca cuando se sentia feliz. Ir a la ciudad la oxigenaba: el ruido de los camiones, el polvo, las bocinas que se mezclaban con los gritos de la gente, el ruido de las cajas que se lanzaban al suelo, todos esos excesos de la vida la emborrachaban y la hacian salir del sopor de una larga pesadilla. A principios de febrero abandono a su especialista en logistica por las cenas en compania de un piloto de las Lineas Aereas Hondurenas que viajaba varias veces al dia a Tegucigalpa a bordo de un bimotor. Por la noche, cuando el regresaba a San Pedro, pasaba sobre su pueblo en vuelo rasante. Ella entonces saltaba a su Jeep y se lanzaba en persecucion del avion, aceptando el desafio perdido de antemano de llegar antes que el.
El la esperaba en las rejas del pequeno aeropuerto situado a veinte kilometros de la ciudad. Con su barba y su chupa de cuero parecia un icono de los anos cincuenta, algo que a ella no le disgustaba del todo. A veces le resultaba bueno dejarse llevar y vivir como en las peliculas.
Por la manana, cuando el reanudaba su servicio, ella circulaba a toda velocidad por la pista que la conducia de vuelta al pueblo. Con las ventanillas abiertas, le gustaba aspirar el olor de la tierra humeda al mezclarse con el perfume de los pinos.
El sol salia a sus espaldas y, cuando se daba la vuelta para contemplar durante un instante el polvo que levantaban las ruedas, se sentia viva. Cuando las alas rojas y blancas pasaban por vigesima vez por encima de su techo y el aparato no era mas que una pequena mancha en el horizonte, daba una media vuelta en la pista y regresaba a su casa. La pelicula habia terminado.
Philip, con un ramo de flores en la mano, apreto el boton del interfono y espero unos segundos; la cerradura dio un zumbido. Sorprendido, subio a pie los tres pisos de la maltrecha escalera. El suelo resonaba bajo sus pies. En cuanto llamo, la puerta se abrio.
– ?Esperabas a alguien?