– Tal vez no tanto, Philip.

– Estamos en el presente…

– Vuestro pasado es tan denso que a veces me resulta dificil concebir un futuro para nosotros dos. No sueno con un amor perfecto, pero no me gustaria vivir en el condicional, y menos aun en el imperfecto.

Para poner fin a la conversacion, el le pregunto si le gustaria vivir alli un dia. Ella le respondio con una gran risotada, anadiendo que a cambio de dos ninos como minimo aceptaria vivir en cualquier parte. Desde lo alto de las colinas, replico Philip, se veia Manhattan, que solo estaba a media hora en coche. Para Mary ver la ciudad y vivir en ella eran dos cosas muy diferentes. No habia estudiado periodismo para instalarse en un pequeno pueblo del interior de Estados Unidos, por muy cerca que estuviese de la Gran Manzana. De todos modos, ninguno de los dos habia llegado a la edad de la jubilacion.

– Pero aqui, por el mismo alquiler, uno puede vivir en una casa con jardin. Se respira aire puro y se puede trabajar en Nueva York. Se tienen todas las ventajas.

– ?De que me hablas exactamente, Philip? ?Ahora haces proyectos, tu, el que solo piensa en el dia de hoy?

– Deja de burlarte de mi.

– No tienes sentido del humor. Me sorprendes, eso es todo. Nunca puedes decirme si cenaremos juntos o no y ahora me preguntas si me gustaria venir a vivir contigo lejos de la ciudad. ?Disculpame, pero lo tuyo es un salto en el vacio!

– ?Solo los imbeciles nunca cambian de opinion!

Volvieron al centro de la ciudad, donde el la llevo a cenar. Cuando estuvo sentada delante de el, le tomo la mano.

– ?Asi que puedes cambiar de opinion?

– Hoy es un dia un poco especial. Se supone que es festivo. ?No podriamos cambiar de tema?

– Tienes razon, Philip. Es un dia muy especial y por esa razon me llevas a ver la ventana que enmarca la obsesion de tu vida.

– ?Que piensas?

– ?No, Philip! ?Que piensas tu!

– Ahora estoy contigo y no con ella.

– Pero yo pienso en el dia de manana.

A los quince dias y a varios miles de kilometros de alli, otro hombre, otra mujer, compartian otra cena. El robo del almacen todavia no se habia resuelto. Ahora las puertas del mismo permanecian cerradas con una cadena y un candado, cuya llave solo tenia Susan. Esto habia causado cierto malestar en el equipo. Sandra cada vez le resultaba mas hostil y desafiaba su autoridad, hasta el punto de que Susan habia tenido que amenazarla con enviar un informe a Washington y hacerla repatriar. Melanie, una doctora que trabajaba en Puerto Cortes, habia logrado calmar los animos de unos y otros, y la vida de la unidad hondurena del Peace Corps habia recuperado su curso normal. Excepto para Susan. Thomas, el responsable del dispensario, con el que habia mantenido una corta relacion, le habia pedido que fuera a verle, aduciendo motivos profesionales.

Ella se habia desplazado a la ciudad al final del dia y lo esperaba en el exterior del edificio.

El al fin salio y se quito la bata blanca, que arrojo en la parte trasera del 4x4. Habia reservado sitio en una terraza de un pequeno restaurante del puerto. Se sentaron a la mesa y, antes de consultar la carta, pidieron unas cervezas.

– ?Como va por aqui? -pregunto ella.

– Como de costumbre: falta de materiales, falta de medios humanos, demasiado trabajo, el equipo esta agotado, la rutina. ?Y por alli?

– Por alli tenemos el inconveniente adicional de que somos pocos.

– ?Quieres que te envie a alguien?

– Eso es algo poco compatible con lo que me acabas de contar.

– Tienes derecho a estar harta, Susan. Tienes derecho a estar cansada y tambien a dejarlo todo.

– ?Me has invitado a cenar solo para soltarme esa tonteria?

– En primer lugar, no te he dicho que te invitara… La gente cree que desde hace algunas semanas no te encuentras del todo bien. Te muestras agresiva y lo que llega a mis oidos no dice mucho en tu favor. No estamos aqui para hacernos impopulares. Debes aprender a controlarte.

El camarero trajo dos platos de tamales. Ella retiro la hoja de platano y corto la masa que contenia carne de cerdo. Al mismo tiempo que se echaba salsa picante sobre el plato, Thomas pidio dos botellas mas de Salva Vida, una cerveza del pais.

Hacia dos horas que el sol se habia puesto y la luz que reflejaba la luna era increible. Ella se dio la vuelta para contemplar los reflejos ondulantes de las grandes gruas sobre las aguas.

– Con vosotros, los tios, una nunca tiene derecho a equivocarse.

– ?No mas que los medicos, sean hombres o mujeres! Aunque seas la que manda, eres un eslabon mas de la cadena. ?Si te rompes, toda la maquinaria se detiene!

– Hubo un robo y eso me saco de mis casillas. No podemos admitir que estemos aqui para ayudarles y que se roben la comida entre ellos.

– Susan, no me gusta tu manera de decir «ellos». En nuestros hospitales tambien se roba. ?Acaso crees que no sucede lo mismo en mi dispensario?

Tomo su servilleta para limpiarse los dedos. Ella le cogio el indice, se lo llevo a la boca y lo apreto delicadamente entre sus dientes al tiempo que le dirigia una mirada maliciosa. Cuando el dedo de Thomas estuvo limpio, ella lo solto.

– ?Acaba ya con tu leccion de moral! -dijo ella sonriendo.

– Estas cambiando, Susan.

– Dejame dormir esta noche en tu casa. No me gusta volver cuando ya ha oscurecido.

El pago la cuenta y la invito a levantarse. Mientras caminaban por el muelle, paso su brazo en torno a la cintura de el y apoyo la cabeza sobre su hombro.

– Estoy a punto de dejarme vencer por la soledad y, por primera vez en mi vida, tengo la impresion de no poder superarlo.

– Vuelve a casa.

– ?No quieres que me quede?

– No hablo de esta noche, sino de tu vida. Deberias regresar a Estados Unidos.

– No me rendire.

– Volver a casa no siempre es una rendicion. Es una manera de conservar lo que se ha vivido, si uno sabe retirarse antes de que sea demasiado tarde. Dejame el volante, conducire yo.

El motor se puso en marcha y arrojo una nube de humo negro. Thomas encendio los faros, que barrieron los muros con un haz de luz blanca.

– Deberias cambiar el aceite. Se te va a despedazar entre las manos.

– No te preocupes. Tengo la costumbre de que las cosas se me despedacen entre las manos.

Susan se repantigo en el asiento y, sacando las piernas por la ventanilla, apoyo los pies en el espejo retrovisor externo. Aparte de los ruidos mecanicos, el interior del coche permanecia en silencio. Cuando Thomas estaciono el coche delante de su casa, Susan permanecio inmovil.

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