– No, ?por que?
– Ni siquiera has preguntado quien era cuando he llamado abajo.
– ?En Nueva York nadie llama con tan poca insistencia como tu!
– ?Tenias razon!
– ?De que me hablas?
– De lo que dijiste el otro dia, que soy un imbecil. Eres una mujer generosa, brillante, divertida, bonita, me haces feliz y yo estoy ciego y sordo.
– ?De nada me sirven tus cumplidos, Philip!
– ?Lo que quiero decir es que no hablar contigo me ha vuelto loco, no cenar contigo me ha quitado el apetito y desde hace quince dias no hago mas que mirar el telefono como un idiota!
– ?Porque eres imbecil!
Ella le interrumpio en el momento en que el se disponia a responder. Puso la boca sobre la de el y metio su lengua entre sus labios. El dejo las rosas sobre el rellano para abrazarla y fue arrastrado al interior del pequeno apartamento.
Esa noche, mucho mas tarde, la mano de Mary se escurrio por la puerta entreabierta y cogio el ramo de flores que descansaba sobre el felpudo.
Cada dia dedicaba mas horas a la escuela. Ahora su clase tenia una media diaria de sesenta y tres alumnos. Todo dependia de la voluntad del encargado de llevar a los escolares y de la asistencia mas o menos regular de los ninos. Tenian entre seis y trece anos, y ella debia impartir un programa de lo mas variado para que se animasen a volver al dia siguiente.
A primera hora de la tarde comia una tortilla de maiz en compania de Sandra, una colaboradora que habia llegado hacia unos dias. Habia ido a buscarla a San Pedro, rogando que no descendiese de un avion de alas rojas y blancas. Inmersa en la duda, habia esperado a la nueva recluta en el interior de una barraca que hacia las veces de terminal: el temido comandante solo apagaba una de sus helices y jamas abandonaba la cabina.
Sandra era joven y hermosa. Como no tenia donde alojarse, se instalo en casa de Susan, solo por unos dias, una o dos semanas quiza… Una manana, mientras compartian el primer cafe de la manana, Susan la observo de arriba abajo con cierta insistencia.
– Por tu propio bien te recomiendo que guardes ciertas normas de higiene personal. Con el calor y la humedad pronto tendras la piel cubierta de granos.
– ?Pero si yo no sudo!
– ?Oh, si, querida! Sudas como todo el mundo, puedes fiarte de mi. A proposito, tienes que ayudarme a cargar el 4 x 4. Esta tarde tenemos que distribuir quince sacos de harina.
Sandra se seco las manos en el pantalon y se dirigio hacia el almacen. Susan la siguio. Cuando vio que las grandes puertas estaban abiertas, acelero el paso y se adelanto corriendo. Entro en el edificio y contemplo las estanterias llena de ira.
– ?Mierda, mierda y mierda!
– ?Que ocurre? -pregunto Sandra.
– Nos han robado los sacos.
– ?Muchos?
– No lo se, veinte, treinta. Habra que contarlos.
– ?Para que? Eso no hara que vuelvan.
– Servira porque lo digo yo y porque la responsable de este lugar tambien soy yo. Debere hacer un informe. ?Solo me faltaba esto!
– Calmate, de nada servira que te alteres.
– ?Callate, Sandra! Soy yo quien manda aqui. Hasta nueva orden, guardate tus comentarios.
Sandra la cogio por el brazo y acerco su rostro al de ella. Una vena azulada le sobresalia en la frente.
– No me gusta la manera en que me estas hablando. No me gusta como eres. Pensaba que esto era una organizacion humanitaria y no un campamento militar. Si crees que soy un soldadito, cuenta los sacos tu solita.
Se dio la vuelta y Susan le ordeno a gritos que volviese al instante, sin exito.
A unos cuantos lugarenos que se habian acercado les indico con las manos que se alejasen. Los hombres se dispersaron encogiendose de hombros y las mujeres le lanzaron miradas de disgusto. Ella cogio los dos sacos que habian quedado tirados sobre el suelo y los coloco en una estanteria. Luego estuvo ocupada hasta que llego la noche, controlando su ira y sus lagrimas. Cuando estuvo mas tranquila se sento en el exterior del edificio. Con la espalda apoyada contra la pared, sintio como el calor que la pared habia recogido durante el dia se dispersaba por sus venas. La sensacion fue agradable. Con la punta del pie trazo letras en el suelo, una gran «P» que contemplo antes de borrarla con la suela, luego una gran «J» y murmuro: «?Por que te fuiste, Juan?». Al regresar a casa encontro que Sandra ya se habia marchado.
12 de febrero de 1978
Susan:
Es el comienzo de una batalla como jamas habras visto: una batalla de bolas de nieve. Se que te burlas de nuestras tempestades, pero la que cayo sobre nuestras cabezas hace tres dias fue increible, y ahora estoy bloqueado en mi casa. Toda la ciudad esta paralizada bajo una gruesa capa blanca que llega al techo de los coches. Esta manana, con los primeros rayos del sol, los pequenos, los mayores y los ancianos han invadido la acera. Ese es el motivo de mi primera frase. Creo que voy a arriesgarme y bajare a comprar comida. Hace un frio que pela. ?La ciudad esta bellisima, toda nevada! Echo de menos tus cartas. ?Cuando vendras? Quizas esta vez puedas quedarte dos o tres dias. El ano se anuncia mas bien bueno y lleno de promesas.
Los jefes estan contentos con mi trabajo. No me reconocerias: salgo casi todas las noches cuando no trabajo hasta la madrugada, lo cual sucede a menudo. Me suena raro hablarte de mi trabajo, como si de golpe hubiesemos ingresado en el mundo de los adultos sin siquiera darnos cuenta de ello. Un dia hablaremos de nuestros hijos y de repente nos daremos cuenta de que nos hemos convertido en adultos. Cuando digo «nuestros hijos» es tan solo una expresion, no me refiero a los tuyos o los mios; es solo una imagen, tambien podria haber escrito «nuestros nietos». Pero tu inmediatamente habrias pensado que no llegaras a vieja y a abuela. ?Tu y tus certidumbres pesimistas! Sea como fuere, aqui el tiempo corre a una velocidad vertiginosa y ya veo la primavera que anunciara, con mucho optimismo esta vez, que no esta lejos tu llegada. Te lo prometo, este ano no habra polemica. No hare mas que escuchar lo que tengas que decirme y compartiremos de verdad ese momento precioso que espero siempre como una Navidad en pleno verano. A la espera de ese momento, te envio una lluvia de besos.
Philip
El dia de San Valentin Philip llevo a Mary a la estacion de autobuses. Tomaron el autobus 33, que hacia el trayecto entre Manhattan y Montclair en una hora. Se bajaron en el cruce de Grove Street y Alexander Avenue y atravesaron la ciudad a pie; el le iba descubriendo los lugares de su adolescencia. Cuando pasaron delante de su antigua casa ella le pregunto si echaba de menos a sus padres, que ahora vivian en California. Philip no respondio. Sobre la fachada vecina, advirtio que en la ventana que en otros tiempos fuera la de Susan habia una luz encendida.
Quizas ahora otra muchacha estaria revisando sus apuntes escolares.
– ?Era su casa? -pregunto Mary.
– Si, ?como lo has adivinado?
– Bastaba con seguir tu mirada. Estabas muy lejos de aqui.
– Sucedio hace mucho tiempo.