– Basta con que me digas el fin de semana que te iria bien -respondio Antoine-. Lo he dispuesto todo para que no tengas que cerrar el restaurante entre semana. Los obreros llegaran un sabado por la manana y el domingo por la tarde habran acabado.

– Mi querido Antoine, no puedo pagar ni la pintura de las paredes -dijo ella con voz fragil.

Antoine cambio de silla para ir a sentarse mas cerca de Yvonne. Le explico que el sotano de sus oficinas estaba lleno de botes de pintura y de objetos recuperados de las obras. McKenzie habia concebido el proyecto de renovacion del restaurante partiendo de esos excedentes que les molestaban. Tambien le daria un pequeno toque barroco y moderno a su establecimiento. Y cuando le pregunto si no se daba cuenta del enorme favor que le haria al poder deshacerse de todos esos trastos, los ojos de Yvonne se llenaron de lagrimas. Antoine la cogio entre sus brazos.

– Para, Yvonne, vas a hacer que yo tambien me ponga a llorar. Ademas, el dinero aqui no pinta nada, solo me importa que seamos felices, tu y nosotros. Seremos los primeros en disfrutar de tu nueva decoracion, pues almorzamos aqui a diario.

Ella se seco las mejillas y lo reprendio por hacerla llorar como a una chiquilla.

– Tambien vas a pretender convencerme de que los rutilantes apliques que me ha ensenado McKenzie en el catalogo de novedades son materiales reciclados.

– ?Son muestras que nos regalan los proveedores! -respondio Antoine.

– ?Que mal mientes!

Yvonne prometio pensarselo; Antoine insistio, ya lo habia pensado todo por ella. Empezaria las obras dentro de algunas semanas.

– Antoine, ?por que haces todo esto?

– Porque me hace feliz.

Yvonne lo miro a los ojos y suspiro.

– ?No estas harto de ocuparte de todo el mundo? ?Cuando te vas a decidir a cuidar de ti mismo?

– Cuando haya acabado con lo demas.

Yvonne se acerco y tomo sus manos en las suyas.

– ?Que crees, Antoine, que la gente te aprecia porque les haces favores? No te voy a querer menos porque me hagas pagar las obras.

– Se de personas que se van a la otra punta del mundo para hacer el bien; yo, por mi parte, intento hacer tanto bien como pueda a las personas que quiero.

– Eres una buena persona, Antoine, deja de castigarte porque Karine se fuera.

Yvonne se levanto.

– Entonces, si acepto tu proyecto, ?quiero un presupuesto! ?Esta claro?

Al salir a la calle para vaciar un jarron de agua en la alcantarilla, Sophie se quedo estupefacta al ver a McKenzie arrodillado delante del cristal del restaurante de Yvonne, y le pregunto si necesitaba ayuda. El hombre se sobresalto y la tranquilizo de inmediato: los cordones de los zapatos estaban un poco flojos, pero ya lo habia arreglado. Sophie miro el par de mocasines viejos que llevaba, se encogio de hombros y dio media vuelta.

McKenzie entro en la sala. Tenia una pequena duda sobre los apliques que le habia ensenado a Yvonne, y eso lo tenia verdaderamente preocupado. Ella puso los ojos en blanco y se volvio a meter en la cocina.

El hombre tenia las unas negras, y su aliento apestaba al aceite rancio del fish and chips del que se iba alimentando a lo largo del dia. Detras del mostrador del aquel sordido hotel, con mirada libidinosa, devoraba la segunda pagina del Sun. Una pin-up anonima se exponia alli como cada dia, casi desnuda, en una posicion que no dejaba dudas.

Enya empujo la puerta y avanzo hasta el. No levanto los ojos de su lectura y se contento con preguntar, con voz anodina, durante cuantas horas queria ella disponer de la habitacion. La joven pregunto el precio del alquiler semanal, no tenia suficiente dinero, pero prometio ir pagando su deuda cada dia. El hombre solto su periodico y la miro. Era bonita. Frunciendo la boca, le explico que su establecimiento no ofrecia ese tipo de servicio, pero que podia pagar de una manera u otra, siempre habia formas de arreglarlo. Cuando le puso la mano en el cuello, ella lo abofeteo.

Enya caminaba, con los hombros caidos, y sentia odio por aquella ciudad en la que carecia de todo. Aquella manana, su casero la habia echado despues de no pagar el alquiler un mes.

Las noches de soledad, que eran numerosas, Enya recordaba la textura de la arena caliente deslizandose entre sus dedos cuando era nina.

La ironia habia marcado el destino de Enya; durante toda su adolescencia, ella, que habia carecido de todo, sonaba con conocer, aunque solo fuera un dia, una sola vez, el significado de la palabra «demasiado», y, aquel dia, era demasiado.

Caminaba por el borde de la acera y se fijo en el autobus que subia a gran velocidad por la avenida; la calzada estaba humeda, le bastaba con dar un paso, un pasito. Inspiro profundamente y se lanzo hacia delante.

Una mano solida la agarro por el hombro y le hizo dar marcha atras. El hombre que la sujetaba en sus brazos tenia el aspecto de un caballero. Todo el cuerpo le temblaba, como si tuviera fiebre alta. El se quito su abrigo y se lo paso por los hombros. El autobus paro; el conductor no habia visto nada. El hombre subio a bordo con ella. Atravesaron la ciudad sin decir nada. El la invito a compartir un te y una comida. Sentado junto a una chimenea en un viejo pub ingles, se tomo todo el tiempo necesario para escuchar su historia.

Cuando se separaron, no le dejo que se lo agradeciera; era costumbre en esa ciudad vigilar a los peatones que cruzaban la calle. El sentido de la circulacion diferia del resto de Europa, y muchos accidentes se evitaban gracias a un poco de civismo. Enya habia vuelto a sonreir. Le pregunto su nombre, y el respondio que podria encontrar su tarjeta en el bolsillo del abrigo que le dejaba gustoso. Ella lo rechazo, pero el le juro que le hacia un gran favor. Le confeso que detestaba ese abrigo, su companera lo adoraba, asi que si se lo olvidaba tontamente en un perchero, ella lo perdonaria rapidamente. Le hizo prometer que guardaria el secreto. El hombre desaparecio con tanta discrecion como habia aparecido. Un poco mas tarde, cuando se metio las manos en los bolsillos del abrigo, no encontro ninguna tarjeta de visita, sino algunos billetes que le permitirian dormir caliente durante el tiempo necesario para encontrar una solucion a sus problemas.

Mathias estaba atendiendo a un cliente y se puso a correr a su mostrador para descolgar el telefono.

– French Bookshop, ?digame?

Mathias le pidio a su interlocutor que le hablara mas lentamente, ya que le costaba muchisimo entender lo que decia. El hombre se irrito un poco y repitio sus palabras vocalizando lo mejor que podia. Queria encargar diecisiete colecciones completas de la enciclopedia Larousse. Su deseo era regalarselas a cada uno de sus ninos para que aprendieran frances.

Mathias lo felicito. Era una bella y generosa idea. El cliente pregunto si podia hacer el encargo, y esa misma tarde arreglaria el pago. Mathias, loco de alegria, cogio un boligrafo y una libreta y empezo a escribir los datos del que seria, sin ninguna duda, el mayor cliente del ano. Desde luego, la venta tenia que ser importante para que se esforzara tanto en descifrar una algarabia tan incomprensible. Mathias comprendia como mucho una frase de cada dos que pronunciaba su interlocutor, y era incapaz de identificar un acento tan extrano.

– ?Y donde quiere usted que le envie las colecciones? -pregunto con voz engolada para honrar a un cliente tan importante.

– ?En tu culo! -respondio Antoine munendose de risa.

Doblado en dos en la ventana de su despacho, Antoine tenia dificultades para ocultar a sus colaboradores los espasmos por la risa que lo sacudian y las lagrimas que rodaban por sus mejillas. Todo su equipo lo miraba. Al otro lado de la calle, agachado tras su mostrador, Mathias, del que se habia apoderado la misma risa loca, intentaba recuperar un poco de aire.

– ?Llevamos esta noche a los ninos al restaurante? -pregunto Antoine con hipo.

Mathias se levanto y se seco los ojos.

– Tengo mucho trabajo, pensaba llegar tarde.

– Dejalo ya, te veo desde mi despacho, no hay ni un alma en la libreria. Bueno, voy a buscar a los ninos a la escuela, esta noche hare croquetas y despues veremos una pelicula.

La puerta de la libreria se abrio, y Mathias reconocio enseguida al senor Glover. Colgo el telefono y fue a darle la bienvenida. El propietario miro a su alrededor. Los estantes estaban perfectamente ordenados; la madera de la

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