rapido y util marcador de ADN para diferenciar a dos individuos.
Identifica la region DQ del complejo mayor de histocompatibilidad en el cromosoma seis.
– ?Y que me dices de la vena porta? ?Tambien tenia sutu ras?-pregunto Laurie.
– Por desgracia, la vena porta estaba destruida, junto con gran parte de los intestinos.
– Bien -dijo Laurie-. Esto facilitara la identificacion.
– Es lo que pense -dijo Jack-. Ya he avisado a Bart Arnold y el se ha puesto en contacto con el Banco Nacional de Organos. Tambien se propone llamar a los hospitales que hacen trasplantes de higado, sobre todo aqui, en la ciudad.
– Es una lista pequena -dijo Laurie-. Buen trabajo, Jack.
El se ruborizo ligeramente y Laurie se conmovio. Pensaba que era inmune a los cumplidos.
– ?Y que me dices de las balas? -pregunto Laurie-. ?Son de la misma arma?
– Las hemos enviado a balistica, en la policia -explico Jack-. Debido a la distorsion, era dificil asegurar si procedian de la misma arma. Una de ellas atraveso la decima costilla y estaba achatada. La segunda tampoco estaba en buen estado. Creo que rozo la columna vertebral.
– ?De que calibre eran? -pregunto Laurie.
– No pude determinarlo a simple vista -respondio Jack.
– ?Y que dijo Vinnie? -pregunto Laurie.
– Vinnie hoy estaba hecho un inutil -repuso Jack-. Nunca lo habia visto de tan mal humor. Le pregunte que opinaba y se nego a responder. Dijo que era mi trabajo y que no le pagaban lo suficiente para que diera su opinion todo el tiempo.
– ?Sabes? Yo tuve un caso similar durante aquel horrible asunto de Cerino -dijo Laurie. Miro al vacio unos instantes y sus ojos se humedecieron-. La victima era la secretaria del medico que estaba involucrado en la conspiracion. Por su puesto, no le habian trasplantado el higado, pero tambien le faltaban la cabeza y las manos y consegui identificarla basandome en su historia clinica de cirugia.
– Algun dia tendras que contarme esa historia siniestra -dijo Jack-. No haces mas que dejar caer fragmentos intrigantes.
Laurie suspiro.
– Ojala pudiera olvidarme de todo aquello. Todavia me atormentan las pesadillas.
Raymond consulto el reloj de pulsera mientras abria la puerta de la consulta del doctor Daniel Levitz, en la Quinta Avenida. Eran las dos y cuarenta y cinco. Raymond habia llamado al medico tres veces poco despues de las once de la manana, pero no habia conseguido hablar con el. En cada ocasion, la recepcionista le habia prometido que el doctor responderia a su llamada, pero no lo habia hecho. En su estado de agitacion, a Raymond le parecio una descortesia inadmisible, y puesto que la consulta de Levitz estaba a la vuelta de la esquina de su apartamento, prefirio ir directamente a telefonear otra vez.
– Doctor Raymond Lyons -anuncio a la recepcionista con tono autoritario-. Vengo a ver al doctor Levitz.
– Si, doctor Lyons -repitio la recepcionista, que tenia el mismo aire refinado y sereno de la recepcionista del doctor Anderson-. Creo que no lo tengo en mi lista de visitas. ?El doctor lo espera?
– No exactamente -respondio Raymond.
– Bueno, le informare de que se encuentra aqui -repuso la recepcionista sin comprometerse.
Raymond se sento en la abarrotada sala de espera. Cogio
una de las revistas tipicas de los consultorios medicos y la
hojeo sin concentrarse en las im genes. Su nerviosismo aho ra rayaba en crispacion y se pregunto si habia cometido un error al presentarse en la consulta.
Comprobar el estado del otro paciente de trasplante habia sido muy sencillo. Raymond habia telefoneado al medico de Dallas, y este le habia asegurado que el hombre a quien habian trasplantado un rinon, un distinguido ejecutivo local, evolucionaba perfectamente y no era probable que necesitara una autopsia en un futuro proximo. Antes de colgar, el medico le habia prometido informarle de cualquier cambio en la situacion.
Pero puesto que el doctor Levitz no habia devuelto sus llamadas, Raymond no tenia noticias del segundo caso. Paseo la vista por la estancia, que estaba tan lujosamente decorada como la del doctor Anderson, con originales al oleo, las paredes pintadas de color burdeos y los suelos tapizados con alfombras orientales. Los pacientes que aguardaban eran obviamente ricos, a juzgar por su indumentaria, sus modales y sus joyas.
A medida que pasaban los minutos, la irritacion de Raymond crecia. La evidente prosperidad del doctor Levitz era un elemento agravante, pues le recordo a Raymond la injusticia de que le retiraran la licencia medica y lo dejaran en una cuerda floja legal solo porque lo habian pillado inflando las facturas de una mutualidad medica.
Sin embargo, alli estaba el doctor Levitz, en todo su esplendor, aunque debia la mayor parte de sus ingresos a unos cuantos miembros de la mafia. Era evidente que se trataba de dinero sucio. Y para colmo, Raymond estaba seguro de que Levitz tambien inflaba las facturas de las mutualidades. Joder, todo el mundo lo hacia.
Aparecio una enfermera y carraspeo. Raymond se adelanto en su asiento con expectacion. Pero la enfermera pronuncio otro nombre. Cuando el paciente se levanto, dejo las revistas y desaparecio en la consulta, Raymond volvio a arrellanarse en el sofa, echando humo por las orejas. La sensacion de que se encontraba a merced de esa gentuza hizo que Raymond anhelara aun mas la seguridad economica. Con el programa de 'dobles' estaba muy cerca. No podia permitir que el negocio se echara a perder por un problema tonto, imprevisto y facilmente remediable.
Cuando por fin lo hicieron pasar al santuario del doctor Levitz, ya eran las tres y cuarto. Levitz era un hombrecillo enjuto, semicalvo y con multiples tics nerviosos. Lucia un bigote, aunque este era ralo y decididamente poco varonil.
Raymond siempre se preguntaba que tenia aquel hombre para inspirar tanta confianza a sus pacientes.
– Ha sido un dia de mucho trajin-se excuso Levitz-. No esperaba verlo por aqui.
– Yo tampoco tenia previsto pasar, pero como no respondio a mis llamadas, no tuve otra eleccion.
– ?Sus llamadas? -pregunto Daniel. No sabia que hubiera llamado. Tendre que darle un tiron de orejas a mi recepcionista. Hoy dia es muy dificil encontrar personal competente.
Raymond sintio la tentacion de decirle que cortara el rollo, pero se contuvo. Despues de todo, por fin podia hablar con el, y no resolveria nada con un enfrentamiento. Ademas, por mucho que lo irritara la personalidad de Daniel Levitz, debia reconocer que habia sido un reclutamiento rentable.
Habia conseguido doce clientes y cuatro medicos para el proyecto.
– ?Que puedo hacer por usted? -pregunto Daniel y sacudio la cabeza varias veces de manera desconcertante, como era habitual en el.
– En primer lugar, quiero agradecerle su ayuda de la otra noche -dijo Raymond-. En las mas altas esferas, consideraron que el problema era una autentica emergencia. La publicidad en estos momentos hubiera significado el fin del programa.
– Me alegro de haber sido util -respondio Daniel. Y tambien de que el senor Vincent se prestara a ayudar para conservar su inversion.
– Hablando del senor Dominick -dijo Raymond-, el otro dia me hizo una visita inesperada.
– Espero que fuera cordial -repuso Levitz, que conocia las actividades de Dominick, asi como su personalidad, y sabia que la extorsion no era ajena a sus metodos.
– Si y no -dijo Raymond-. Insistio en darme detalles que yo no queria conocer y luego solicito que lo eximieramos de la cuota durante dos anos.
– Podria haber sido peor. ?Que incidencia tiene eso en mi porcentaje?
– El porcentaje continua igual -respondio Raymond-.
Aunque un porcentaje de nada es nada.
– ?De modo que los ayudo y me castigan! -exclamo Daniel. ?Es una injusticia!
Raymond guardo silencio. No habia pensado en la perdida de Daniel sobre la cuota de Dominick, aunque era algo que tendria que afrontar tarde o temprano. En aquellos momentos no queria tener problemas con el medico.
– Tiene razon -concedio Raymond-. Discutiremos este asunto muy pronto. Pero en este momento me preocupa otra cosa. ?En que estado se encuentra Cindy Carlson?
Cindy Carlson era una muchacha de dieciseis anos, hija de Albright Carlson, un pez gordo de Wall Street famoso por sus trapicheos en la bolsa. Daniel habia reclutado a Albright y a su hija como clientes. En su infancia,