escoger de modo visual. Supongo que, cuando se trata de comida, podria decirse que se impone lo grafico y no un menu. Aquella noche deseaba algo rojo y denso.

– ?Italiano?

– De acuerdo.

Medito un instante.

– ?Que tal Vivaldi's, en Prince Arthur? Estaremos al aire libre.

Atravesamos la plaza en diagonal y pasamos junto a las grandes hojas que forman arco sobre el cesped. Unos ancianos, sentados en los bancos, hablaban en grupos y observaban a sus conciudadanos. Una mujer con gorro de bano daba de comer a las palomas el pan que llevaba en una bolsa y los reganaba como si fuesen criaturas traviesas. Una pareja de policias paseaban por uno de los senderos del parque con las manos cogidas en la espalda formando identicas uves y se detenian periodicamente a intercambiar cumplidos, formular preguntas y responder a bromas.

Cruzamos la glorieta de cemento del extremo oeste de la plaza. Repare en la inscripcion «Vespasiano» que alli figuraba y me pregunte una vez mas por que habrian grabado el nombre de un emperador romano sobre aquella puerta.

Al salir de la plaza cruzamos la rue Laval y pasamos por una serie de columnas de cemento que senalan el acceso a la rue Prince Arthur sin haber cruzado palabra hasta el momento. Aquello era extrano: Gabby no es tan reservada ni pasiva. Solia desbordar de planes e ideas y aquella noche se limitaba a admitir todas mis sugerencias.

La observe de reojo, con discrecion. Examinaba los rostros de aquellos que pasaban por nuestro lado y al mismo tiempo se mordia una una. Semejante escrutinio no parecia una distraccion instintiva. Estaba nerviosa e inspeccionaba las atestadas aceras.

El anochecer era calido y humedo, y por Prince Arthur circulaba un gentio que se arremolinaba y giraba en todas direcciones. Los restaurantes habian abierto puertas y ventanas, y las mesas invadian la calle desordenadamente, como si se hubieran propuesto arreglarlas mas tarde. Los hombres llevaban camisas de algodon, y las mujeres iban con los brazos desnudos y hablaban y reian bajo sombrillas de vivos colores. Algunos aguardaban en hilera a que los acomodaran. Me incorpore a la fila en el exterior de Vivaldi's mientras Gabby iba al depanneur de la esquina a comprar una botella de vino.

Cuando por fin nos instalamos, Gabby encargo fettucine Alfredo y yo pedi piccata de ternera con acompanamiento de espaguetis. Aunque me atraia el limon, me mantuve parcialmente leal a la vision del rojo. Mientras aguardabamos nuestras ensaladas me tome un agua Perrier. Hablamos un poco, moviamos las bocas, formabamos palabras, pero sin decir nada. Ante todo estabamos tranquilamente sentadas. Pero no era el silencio placentero de antiguas amigas acostumbradas a su mutua compania sino un dialogo incomodo.

Estaba tan familiarizada con los altibajos de humor de Gabby como con mis propios ciclos menstruales. Percibia algo tenso en su comportamiento. Rehuia mi mirada, pero sus ojos vagaban incansables, en continua exploracion, como habia hecho en el parque. Era evidente que estaba distraida y solia recurrir a un trago de vino. Cada vez que levantaba la copa, la temprana luz del anochecer iluminaba el Chianti y lo hacia resplandecer como una puesta de sol en Carolina.

Yo conocia aquellas senales: bebia demasiado a fin de reducir su ansiedad. El alcohol es el opio de los seres preocupados. Yo lo sabia porque lo habia probado. El hielo de mi Perrier se deshacia lentamente, y yo observaba como subsistia el limon mientras chocaba con los cubitos con un delicado y sutil sonido.

– ?Que sucede, Gabby?

Mi pregunta la sobresalto.

– ?Como?

Profirio una breve y temblorosa risita y se aparto un rizo del rostro con inexpresiva mirada.

Ante su evasiva trate de abordar un topico neutral, diciendome que ella me informaria cuando estuviera dispuesta. O tal vez yo me comportaba como una cobarde, y el valor de la intimidad se perderia.

– ?Has tenido noticias de alguien del noroeste?

Nos habiamos conocido en la universidad durante los setenta. Yo me habia casado y Katy asistia al parvulario. Entonces envidiaba la libertad de que disfrutaban Gabby y los demas. Echaba de menos las experiencias complices de las fiestas que duraban toda la noche y las sesiones filosoficas de primeras horas de la manana. Tenia su misma edad, pero vivia en un mundo diferente. Gabby era la unica con quien habia alcanzado intimidad aunque, en realidad, nunca supe la razon. Eramos todo lo distintas que pueden ser dos mujeres, pero nos respaldabamos mutuamente. Tal vez fuera porque a Gabby le gustara Pete o, por lo menos, lo simulara. Pete, considerado retrospectivamente, tenia aire militar y estaba rodeado por criaturas en flor que tomaban marihuana y bebian cerveza barata. El odiaba mis fiestas escolares y disimulaba su incomodidad con jactancioso desden. Solo Gabby se interesaba por acercarsenos.

Yo habia perdido el contacto con casi todos nuestros companeros de estudios, que en aquellos momentos se hallaban diseminados por Estados Unidos, principalmente en universidades y museos. Sin embargo, en el transcurso de los anos, Gabby si habia conseguido mantener algunas relaciones. O quizas ellos buscaban su compania.

– De vez en cuando tengo noticias de Joe. Creo que da clases en algun lugar perdido de Iowa o Idaho.

La geografia americana nunca habia sido su fuerte.

– ?Ah si? -trate de estimularla.

– Y Vern vende propiedades inmobiliarias en Las Vegas. Hace unos meses estuvo aqui para dar una especie de conferencia. Dejo la antropologia y es muy feliz.

Tomo un trago de vino.

– Aunque lleva los mismos cabellos.

En esta ocasion la risa sono autentica. El vino o mi encanto personal la estaban relajando.

– ?Ah! He recibido un mensaje electronico de Jenny. Piensa dedicarse de nuevo a la investigacion. ?Sabes que se caso con un pirado y renuncio a un cargo importante en Rutgers para seguirlo a los Cayos?

Gabby no suele andarse por las ramas.

– Pues bien, ha conseguido cierto puesto como adjunta y esta meneando el trasero para conseguir una propuesta de subvencion.

Otro trago.

– Cuando el la deje. ?Que sabes de Pete?

La pregunta me cogio desprevenida. Hasta aquel momento yo habia sido muy prudente al referirme a mi fallido matrimonio. Era como si el engranaje de mi conversacion se atascara al llegar a ese tema y soltarlo demostrara en cierto modo confirmar la realidad. Como si el acto de ordenar las palabras en secuencia, o de formar frases, convalidara una certeza a la que aun no fuera capaz de enfrentarme. Eludia el topico, aunque Gabby era una de las pocas personas que estaba al corriente de la situacion.

– Esta bien. Hablamos de vez en cuando.

– La gente cambia.

– Si.

Llegaron las ensaladas y durante unos momentos nos concentramos en alinarlas. Cuando levante la mirada ella estaba inmovil, con un tenedor cargado de lechuga en el aire. Se habia aislado de nuevo de mi, aunque en esta ocasion parecia examinar un mundo interior, mas que el que la rodeaba.

Intente otra tactica.

– Cuentame como va tu proyecto -le dije al tiempo que pinchaba una aceituna negra.

– ?Ah, el proyecto! ?Bien! ?Marcha bien! Por fin he conseguido ganarme su confianza y algunas de ellas ya comienzan a abrirseme.

Se metio la ensalada en la boca.

– Aunque ya me lo has explicado, quisiera que me lo ampliaras, Gabby. Yo solo comprendo las ciencias fisicas. ?Cual es exactamente el objetivo de la investigacion?

Se echo a reir ante la familiar demarcacion establecida entre los estudiantes de antropologia fisica y cultural. Nuestra clase habia sido reducida, pero diversa: algunos estudiaban etnologia; otros se dedicaban a antropologia linguistica, arqueologica y biologica. Yo conocia tan poco sobre el «descontruccionismo» como ella sobre el ADN mitocondrial.

– ?Recuerdas los estudios de etnografia que Ray nos hacia leer sobre los yanomamo, los semai y los nuer?

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