El edificio de la SQ estaba silencioso. El habitual estrepito se habia acallado ante la desercion general: solo quedaban algunos infelices. Los guardianes del vestibulo me miraron recelosos, pero en silencio. Tal vez se debiera a la cola de caballo, a los leotardos o quiza al malhumor general reinante por verse obligados a trabajar en jornada festiva. No me importaba.

Los sectores del LML y el LSJ estaban completamente desiertos. Los laboratorios y despachos vacios parecian hallarse en reposo y prepararse para despues de aquel calido y largo fin de semana. Mi despacho estaba como lo habia dejado, con los boligrafos y rotuladores aun desperdigados sobre la mesa. Mientras los recogia, mire alrededor de mi, hacia los informes inconclusos, las diapositivas no clasificadas y el proyecto que tenia en marcha sobre las suturas de los maxilares. Las huecas orbitas de los craneos utilizados como referencia me contemplaban desde el vacio.

Aun no estaba segura de por que me encontraba alli ni de lo que me proponia hacer. Me sentia tensa y baja de tono. De nuevo recorde a la doctora Lentz. Ella habia conseguido que yo reconociera mi alcoholismo y que me enfrentase al creciente alejamiento de Pete, pero sus palabras habian arrancado despiadadamente las costras que cubrian mis emociones.

– ?Por que tiene que controlar siempre la situacion, Tempe? -me decia-. ?No puede confiar en nadie?

Tal vez tuviera razon. Quiza yo solo tratara de evadirme de la culpabilidad que me atormentaba cuando no podia resolver un problema. Acaso unicamente tratara de eludir la inactividad y la sensacion de incapacidad que la acompanaba. Me dije que la investigacion del crimen no era en realidad responsabilidad mia, que tal mision incumbia a los detectives de homicidios y que mi trabajo consistia en ayudarlos facilitandoles un absoluto y fidedigno apoyo tecnico. Me autoincrepe por encontrarme alli simplemente ante la falta de opciones. Aquello no funcionaba.

Cuando habia recogido los boligrafos y rotuladores por completo y reconocia la logica de mis propios argumentos, aun no podia evitar la sensacion de que necesitaba hacer algo. Aquel sentimiento me corroia como un conejo devora una zanahoria. No podia liberarme de la insistente impresion de que, en aquellos casos, se me escapaba algun elemento infimo aunque de suma importancia, de un modo que aun no comprendia. Necesitaba hacer algo.

Saque un expediente del archivador donde conservaba los informes de los casos antiguos y otro del monton de los que estaban en marcha y los deposite junto al de Adkins. Tres expedientes amarillos. Tres mujeres arrebatadas de su circulo y asesinadas con la malignidad de un psicopata. Trottier, Gagnon, Adkins. Las victimas vivian muy distantes entre si y contaban con diferentes entornos, edades y caracteristicas fisicas. Sin embargo, no podia liberarme del convencimiento de que la desaparicion de todas ellas era obra de un mismo asesino. Claudel tan solo era capaz de percibir las diferencias; necesitaba descubrir un vinculo para convencerlo de lo contrario.

Arranque una hoja de papel reglado y elabore un tosco grafico encabezando las columnas con las categorias que consideraba mas importantes: edad, raza, color y longitud de cabellos, color de ojos, altura, peso, ropas que vestian la ultima vez que fueron vistas, estado civil, idioma, grupo etnico/religion, lugar/tipo residencia, lugar/tipo de empleo, causa, fecha y hora de la muerte, tratamiento posmortem del cadaver y su localizacion.

Comence con Chantale Trottier, pero comprendi rapidamente que mis archivos no contendrian toda la informacion que precisaba. Deseaba examinar todos los informes policiales y las fotos de los escenarios del crimen. Consulte mi reloj: eran las dos menos cuarto de la tarde. Puesto que el caso de Trottier habia sido asignado a la SQ decidi bajar a la primera planta. Dudaba que hubiera mucha actividad en la sala de la brigada de homicidios, por lo que seria una ocasion oportuna para solicitar lo que deseaba.

No me equivocaba. La enorme sala estaba casi vacia, y sus hileras de escritorios de metal gris reglamentario se hallaban desocupados en su mayoria. Tres hombres se agrupaban en el otro extremo de la estancia. Dos de ellos ocupaban mesas proximas, uno frente a otro, entre montones de expedientes de archivo y bandejas rebosantes de documentacion.

Un hombre alto y desgarbado, con las mejillas hundidas y cabellos de color ceniciento, estaba sentado con la silla inclinada hacia atras, los pies sobre la mesa y los tobillos cruzados. Se llamaba Andrew Ryan. Hablaba el seco y duro frances de los anglofonos y acuchillaba el aire con un boligrafo. Su chaqueta pendia del respaldo de la silla, y las mangas se agitaban al ritmo con que movia el boligrafo. La escena me recordo a un bombero en el parque de servicio, relajado pero dispuesto a entrar en accion en cualquier momento.

El companero de Ryan lo observaba desde su escritorio con la cabeza ladeada, como un canario que examinara un rostro fuera de su jaula. Era de escasa estatura y musculoso, aunque su cuerpo comenzaba a asumir los contornos propios de la mediana edad. Presentaba un perfecto bronceado artificial, sus espesos y negros cabellos tenian un corte moderno y se veia muy atildado. Parecia un futuro actor en unas pruebas de promocion. Pense que incluso se habia atusado el bigote de modo profesional. En una placa de madera que estaba sobre su escritorio se leia su nombre: Jean Bertrand.

El tercero, sentado en el borde de la mesa de Bertrand, seguia las bromas y examinaba las borlas de sus mocasines italianos. Al verlo, el alma se me cayo a los pies con el vertiginoso descenso de un ascensor.

Tras la conclusion de un chiste obsceno los hombres rieron simultaneamente, con las roncas carcajadas con que parecen disfrutar de las chanzas a costa de las mujeres. Claudel consulto su reloj.

«Te vuelves paranoica, Brennan -me dije-. Haz un esfuerzo por controlarte.» Me aclare la garganta y me abri camino por el laberinto de mesas. El trio guardo silencio y se volvio a mirarme. Al reconocerme, los detectives del SQ sonrieron y se levantaron. Claudel permanecio impasible, sin esforzarse en absoluto por disimular su desaprobacion. Doblo y bajo los pies y siguio observando sus borlas, interrumpiendose tan solo para consultar su reloj.

– ?Como esta, doctora Brennan? -me saludo Ryan en ingles y tendiendome la mano-. ?Hace tiempo que no regresa a su pais?

– Bastantes meses.

El hombre me estrecho la mano con fuerza.

– Pensaba preguntarle si se lleva alli un AK-47.

– No, las conservamos preferentemente para uso domestico, ya montadas.

Estaba acostumbrada a sus bromas sobre violencia americana.

– ?Y tienen lavabos dentro de las casas? -me pregunto Bertrand.

Solia centrar en el sur el topico de sus conversaciones.

– En algunos hoteles importantes, si -respondi.

De los tres, solo Ryan parecia sentirse violento.

Andrew Ryan habia sido un candidato insolito para la brigada de homicidios de la SQ. Nacido en Nova Scotia, era hijo unico de padres irlandeses, ambos medicos, que habian ejercido en Londres y llegaron a Canada hablando unicamente ingles. Esperaban que su hijo siguiera su misma profesion e, irritados por las restricciones que les imponia su monolinguismo, decidieron asegurarse de que dominara el frances.

Durante su penultimo ano en el instituto St. Francis Xavier, la situacion comenzo a empeorar. Seducido por la vida peligrosa, Ryan entro en dificultades con el alcohol y las drogas. Por ultimo pasaba poco tiempo en el campus y frecuentaba los siniestros antros de maleantes y drogadictos. Acabo siendo conocido por la policia local pues sus borracheras solian conducirlo al suelo de una celda, con la apoteosis de sus vomitos. Una noche tuvo que ser internado en el hospital St. Martha's, con la arteria carotida casi seccionada por la navaja de un camello.

Como un cristiano renacido, su conversion fue rapida y total. Atraido aun por los bajos fondos, se limito a cambiar de bando. Estudio criminologia y solicito y obtuvo un empleo en la SQ, donde alcanzo el cargo de teniente.

Su experiencia callejera le fue muy util. Aunque solia mostrarse cortes y se expresaba con amabilidad, tenia fama de tipo peleon, capaz de enfrentarse a los degenerados en su propio terreno y de utilizar todos sus trucos. Yo nunca habia trabajado con el: toda aquella informacion me habia llegado a traves de las habladurias de la brigada. Jamas habia oido un comentario negativo sobre Andrew Ryan.

– ?Que hace hoy aqui? -se asombro. Senalo con un ademan hacia la ventana-. Deberia estar por ahi y disfrutar de la fiesta.

Distingui la cicatriz de su cuello, que se extendia hasta casi la nuca como una serpiente sinuosa.

– Supongo que mi vida social es pesima. Y no se que hacer cuando los comercios estan cerrados.

Mientras lo decia apartaba el flequillo de mi frente. Recorde las ropas de gimnasia que vestia y me senti algo intimidada ante su impecable atavio. Los tres parecian figurines de una revista masculina de moda.

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