Bertrand rodeo su escritorio y se acerco sonriente a saludarme con la mano tendida, que yo estreche. Claudel seguia sin mirarme. Me hacia menos falta que una alergia.
– Pensaba si podria echar una mirada a un expediente del ano pasado. De una tal Chantale Trottier que fue asesinada en octubre del 93. El cadaver se encontro en Saint Jerome.
Bertrand chasco los dedos y me senalo.
– Si, lo recuerdo: la chica del vertedero. Aun no hemos dado con el canalla que lo hizo.
Observe de reojo la mirada que Claudel dirigia a Ryan. Aunque el movimiento fue casi imperceptible, provoco mi curiosidad. Dudaba que el se encontrara alli de visita: estaba segura de que estaban hablando del crimen descubierto el dia anterior. Me pregunte si comentarian el caso de Trottier o el de Gagnon.
– Desde luego -repuso Ryan sonriente pero impasible-. Lo que quiera. ?Cree que se nos paso algo por alto?
Saco un paquete de cigarrillos y cogio uno que se puso en la boca. A continuacion me ofrecio otro, que rechace con un movimiento de cabeza.
– No, no, nada de eso -conteste-. Trabajo en un par de casos que me han recordado el de Trottier. No estoy muy segura de lo que trato de encontrar, pero me gustaria volver a ver las fotos del escenario de los hechos y tal vez el informe del incidente.
– Si, ya he tenido esa sensacion -comento al tiempo que echaba una bocanada de humo por la comisura de la boca.
Si sabia que todos mis casos competian asimismo a Claudel, no dio muestras de ello.
– A veces uno siente que debe seguir una corazonada. ?Que piensa que va a encontrar?
– Cree que por ahi anda un psicopata responsable de todos los crimenes cometidos desde Jack el Destripador -intervino Claudel. Se expresaba con aire indiferente, y adverti que volvia a examinar las borlas de sus zapatos. Apenas habia movido los labios al hablar. Me parecia que no trataba de disimular su desden. Le di la espalda e hice caso omiso de su presencia.
– ?Vamos, Luc! -dijo Ryan sonriente-. ?Tranquilo, nunca esta de mas echar otra mirada! Tampoco hemos fijado ningun limite de tiempo para cazar a ese gusano.
Claudel dio un resoplido, movio la cabeza despectivo y consulto de nuevo su reloj.
– ?Que ha descubierto? -prosiguio dirigiendose a mi.
La puerta se abrio bruscamente sin darme tiempo a responder, y Michel Charbonneau irrumpio por el extremo de la sala. Corria hacia nosotros sorteando las mesas y agitaba un papel en la mano.
– ?Lo tenemos! -exclamo-. ?Tenemos a ese hijo de perra!
Estaba jadeante y acalorado.
– Poco a poco -dijo Claudel-. Veamos de que se trata.
Se dirigia a Charbonneau igual que a un chico de recados, como si su impaciencia no mereciera el menor simulacro de cortesia.
Charbonneau le tendio el documento a Claudel con el entrecejo fruncido. Los tres hombres se agruparon e inclinaron las cabezas como un equipo que consultara un libro de instrucciones. Charbonneau seguia hablando.
– El imbecil utilizo la tarjeta bancaria de la victima una hora despues de habersela cargado. Al parecer aun no se habia divertido bastante, de modo que fue al cajero automatico del
Y senalo la fotocopia.
– Una belleza, ?verdad? La he llevado alli esta manana y, aunque el empleado nocturno reconocio el rostro, desconocia el nombre del tipo. Sugirio que hablasemos con el companero que lo sustituye a las nueve. Al parecer se trata de un asiduo.
– ?Mierda! -exclamo Bertrand.
Ryan miraba la foto en silencio, inclinado sobre su companero mas bajito.
– De modo que este es el hijo de puta -dijo Claudel examinando la imagen que tenia en la mano-. Vamos por el.
– Me gustaria acompanarlos.
Habian olvidado mi presencia. Los cuatro se volvieron hacia mi, entre divertidos y curiosos acerca de lo que ocurriria a continuacion.
– C'est impossible -replico Claudel, el unico que aun se expresaba en frances.
Apreto las mandibulas y se quedo tenso, con expresion poco amable.
Estabamos enfrentados.
– Sargento Claudel -comence asimismo en frances y escogiendo con sumo cuidado mis palabras-, creo advertir significantes similitudes en varias victimas de homicidios cuyos cadaveres he examinado. De ser asi, acaso un individuo, un psicopata como usted dice, se esconde tras todas estas muertes. Puedo tener razon o estar equivocada. ?Desea realmente asumir la responsabilidad de desdenar tal posibilidad y arriesgar las vidas de otras victimas inocentes?
Me mostraba cortes pero inflexible. Tampoco yo pretendia ser afable.
– ?Diablos, Luc, dejala venir! -exclamo Charbonneau-. Solo vamos a hacer algunas entrevistas.
– ?Vamos, este tipo caera en nuestras manos aunque no permitas su intervencion! -anadio Ryan.
Claudel no respondio. Saco sus llaves, se metio la foto en el bolsillo y paso por mi lado camino de la puerta.
– ?Vayamos al baile! -dijo Charbonneau.
Tuve la impresion de que se me presentaba otra jornada de horas extras.
Capitulo 9
Llegar a nuestro destino no fue facil. Mientras Charbonneau se abria camino dificultosamente por De Maisonneuve yo, sentada en la parte posterior del vehiculo, miraba por la ventanilla y trataba de no prestar atencion a los sonidos estaticos que surgian de la radio. La tarde era sofocante. A medida que avanzabamos veia surgir el calor del pavimento en ondulantes oleadas.
Montreal se ornamentaba con fervor patriotico. La flor de lis surgia por doquier: pendiente de ventanas y balcones, estampada en camisetas, sombreros y pantalones cortos, pintada en los rostros y agitada en banderas y pancartas. Desde el centro de la ciudad hacia el este del Main, sudorosos juerguistas atestaban las calles y atascaban el trafico como la placa en las arterias. Miles de personas pululaban por doquier, iban y venian en oleadas blanquiazules en las que los punks se mezclaban con madres de familia que empujaban sillitas de ninos. Aunque al parecer sin orientacion, se desplazaban por lo general hacia el norte, hacia Sherbrooke y el desfile. Los manifestantes y las carrozas habian salido de St. Urbain a las dos de la tarde y habian marchado hacia el este, a lo largo de Sherbrooke. En aquellos momentos se encontraban delante de nosotros.
Sobre el zumbido del aire acondicionado distinguia carcajadas y canticos esporadicos. Ya se habian producido algunos altercados. Mientras aguardabamos a que cambiara la luz del semaforo de Amherst, un cretino empujo a su novia contra una pared. Sus cabellos tenian el color de los dientes sucios y los llevaba enmaranados en la parte superior y en melena por la espalda. Su piel, de un blanco gallinaceo, se tornaba como la granadina. Arrancamos antes de que concluyera la escena, y me quedo en la mente la imagen del rostro sorprendido de la muchacha superpuesto a los senos de una mujer desnuda. Bizqueante y boquiabierta, estaba enmarcada por un poster que anunciaba la exposicion de Tamara de Lempicka del museo de Bellas Artes. «Une femme libre», proclamaba. Una mujer libre. Otra ironia de la vida. Me inspiro cierta satisfaccion saber que aquel zoquete no pasaria una buena noche, que incluso podria sufrir ampollas.
– Dejame ver esa foto un momento -pidio Charbonneau volviendose hacia Claudel.
Claudel la saco de su bolsillo y se la entrego. Charbonneau la examino sin dejar de vigilar el trafico.