Adverti que Claudel volvia a encogerse de hombros.
– De acuerdo. Pero no quiero que nos juguemos el pellejo. Hare venir refuerzos.
Me echo una ojeada y luego miro a Charbonneau con las cejas enarcadas.
– A mi ella no me molesta -repuso su companero.
Claudel sacudio la cabeza con aire reprobatorio, rodeo el coche y ocupo el puesto del pasajero. A traves del parabrisas lo vi coger el auricular.
Charbonneau se volvio hacia mi.
– ?Este atenta! -me advirtio-. Si pasara algo, pongase a buen recaudo.
Le agradeci que se abstuviera de indicarme que no tocase nada.
Al cabo de un momento Claudel asomo la cabeza por la puerta del vehiculo.
– Allons-y -dijo. Vamonos.
Ocupe el asiento posterior, y los detectives se instalaron en la parte delantera. Charbonneau puso el coche en marcha, y avanzamos lentamente por la manzana. Claudel se volvio hacia mi.
– Cuando lleguemos, no toque nada. Si se trata de ese tipo no queremos echar a perder posible pruebas.
– Lo intentare -respondi esforzandome por disimular el sarcasmo-. Como no fabrico testosterona me cuesta recordar esas cosas.
Dio un resoplido y se volvio hacia adelante. Sin duda que ante un publico agradecido hubiera puesto los ojos en blanco y sonreido desdenoso.
Charbonneau paro en la curva, en mitad del edificio, y todos lo examinamos. Estaba rodeado de solares vacios. En el cemento agrietado y la gravilla crecian frondosas las malas hierbas, y estaba sembrado de botellas rotas, neumaticos desechados y los restos que suelen acumularse en los espacios urbanos abandonados. Alguien habia pintado un mural en la pared que daba al solar en el que aparecia una cabra con un arma automatica colgada de cada oreja y en cuya boca sostenia un esqueleto humano. Me pregunte si el significado de aquel dibujo seria evidente para alguien que no fuese el artista.
– El viejo no lo ha visto hoy -dijo Charbonneau tamborileando los dedos en el volante.
– ?Cuando comienzan la vigilancia del vecindario? -pregunto Claudel.
– A las diez -repuso Charbonneau.
Consulto su reloj, y Claudel y yo lo imitamos. Pavlov se hubiera sentido orgulloso: eran las tres y diez de la tarde.
– Tal vez acostumbre acostarse tarde -dijo Charbonneau-. O quizas este agotado por la excursion de ayer.
– O acaso no este ahi en absoluto y esos viejos se carcajeen a nuestra costa.
– Quiza.
Un grupo de muchachas atravesaba el solar vacio de detras del edificio cogidas del brazo con la camaraderia de las adolescentes. Sus pantalones cortos formaban una hilera de banderas quebequesas, como una linea de flores de lis que oscilara a una mientras se internaban entre los hierbajos. Llevaban los cabellos trenzados y se los habian tenido con espray de color azul claro. Mientras las veia saltar y reirse entre aquel bochorno, pense en lo facil que puede extinguirse para siempre la animacion juvenil por obra de un loco. Senti una oleada de ira. ?Seria posible que solo nos separaran unos diez metros de semejante monstruo?
En aquel momento un coche patrulla azul y blanco aparecio silencioso detras de nosotros. Charbonneau se apeo y hablo con los agentes. Al cabo de unos momentos regresaba.
– Ellos nos cubriran la espalda -dijo senalandolos con la cabeza. Su voz reflejaba nerviosismo, sin rastro ya de sarcasmo-. Allons-y.
Cuando abri la puerta Claudel se dispuso a decir algo, pero cambio de idea y fue hacia el apartamento seguido de Charbonneau y de mi. Adverti que se habia desabrochado la chaqueta y que tenia el brazo derecho tenso y algo encorvado, con los reflejos preparados. Me pregunte para que.
El edificio de ladrillo rojo se erguia solo. Sus vecinos hacia tiempo que habian desaparecido. La basura se amontonaba en los solares contiguos, y grandes bloques de cemento los salpicaban desordenadamente como rocas abandonadas en una retirada glacial. Una cadena oxidada y colgante discurria a modo de verja en la parte sur del edificio. La cabra estaba en la fachada norte.
Tres anticuadas puertas blancas, una junto a otra, daban a nivel de la rue Berger. Frente a ellas el suelo estaba cubierto por un tramo de asfalto que llegaba hasta la curva. La acera, pintada en otros tiempos de rojo, tenia ahora el color de sangre seca.
En la ventana de la tercera puerta un letrero escrito a mano se apoyaba en angulo contra una cortina suelta y descolorida de encaje. Tras el sucio cristal lei con dificultades: «Chambres a louer, 1er etage.» Se alquilan habitaciones, l.er piso. Claudel apoyo el pie en el peldano y pulso el boton superior de los dos que estaban junto a la puerta. No hubo respuesta. Llamo de nuevo y, tras una breve pausa, golpeo en la puerta.
– Tabemac! -chillo una voz junto a mi oido.
El detonante taco quebeques acelero los latidos de mi corazon.
Al volverme comprobe que la voz procedia de una ventana de la planta baja, a un palmo a mi izquierda. A traves de la persiana aparecia un rostro de hosca expresion, que no ocultaba su enojo.
– ?Que diablos hace? ?Si rompe esa puerta, trou de cul, tendra que pagarla!
– Policia -dijo Claudel pasando por alto la groseria.
– ?Si? Demuestremelo.
Claudel aproximo su placa a la ventana. El rostro se adelanto, y adverti que se trataba de una mujer. Estaba sofocada y era de expresion porcina, y llevaba un panuelo de diafano color verde lima atado de modo exuberante en lo alto de la cabeza, de modo que los extremos se agitaban en el aire como orejas de gasa. Salvo por la ausencia de armamento y cuarenta quilos de mas, guardaba un parecido notable con la cabra.
– ?Y bien?
Las puntas del panuelo flotaron en el aire mientras paseaba su mirada de Claudel a Charbonneau y a mi. Tras decidir que yo era la menos amenazadora, senalo con ellas en mi direccion.
– Quisieramos hacerle unas preguntas -le dije. Al instante me senti como si imitara a Perry Mason. Sonaba tan a cliche en frances como lo hubiera sido en ingles. Por lo menos no habia anadido
– ?Se trata de Jean Marc?
– No deberiamos tratar esto en la calle -le respondi mientras me preguntaba quien seria el tal Jean Marc.
La mujer vacilo unos momentos y desaparecio. Al cabo de unos momentos oimos tintinear cerrojos, y cuando la puerta se abrio, aparecio su inmensa mole cubierta con una bata casera de nailon de color amarillo; tenia las axilas y la cintura mojadas de sudor, y en los pliegues que le rodeaban el cuello adverti rastros de transpiracion mezclada con suciedad. La mujer nos cedio el paso y luego se volvio, anduvo por un estrecho pasillo y desaparecio por una puerta de la izquierda. La seguimos en fila india, Claudel al frente y yo detras de todos. El pasillo olia a coles y a grasa aneja. La temperatura del interior alcanzaba por lo menos los treinta y cinco grados.
Su pequeno apartamento hedia a excrementos antiguos de gato y estaba abarrotado del mobiliario pesado y oscuro fabricado en masa durante los anos veinte y treinta. Dude que la estructura hubiera cambiado desde el original. Un carril de vinilo claro atravesaba en diagonal la alfombra del salon, imitacion raida de un original persa. No se veia el menor espacio despejado.
La mujer avanzo pesadamente hasta una silla tapizada que estaba junto a la ventana y se desplomo en ella. La mesita metalica del televisor que estaba a su derecha se tambaleo y una lata de pepsi retemblo asimismo. Se arrellano y miro con nerviosismo por la ventana: me pregunte si esperaria a alguien o si simplemente odiaba ver interrumpida su vigilancia.
Le tendi la foto. La mujer la miro y sus ojos se achicaron como larvas, ocultandose tras sus carnosos parpados. A continuacion levanto la mirada hacia nosotros y, aunque tarde, comprendio que se habia colocado en situacion de desventaja: de pie, contaba con la ventaja de su altura. Estiro el cuello y paseo sus ojillos de uno a otro de nosotros. Su talante parecio mudar de beligerante a prudente.
– ?Cual es su nombre? -comenzo Claudel.
– Marie Eve Rochon. ?De que se trata? ?Esta Jean Marc en dificultades?
– ?Es usted la conserje?