– No debe de parecersele mucho, ?verdad? -comento sin dirigirse a nadie en particular.

Y sin anadir palabra me la tendio a mi, que me encontraba a su espalda. Se trataba de una impresion en blanco y negro, una ampliacion de una persona tomada desde lo alto y a su derecha. En ella aparecia una figura masculina borrosa que desviaba el rostro, concentrado en la funcion de insertar o extraer una tarjeta de un cajero automatico.

Sus cabellos eran ralos y cortos por delante y se extendian sobre la frente en flequillo. La parte superior de la cabeza estaba casi pelada, con largos mechones que cruzaban de izquierda a derecha en un intento de disimular su calva. Pense que me encontraba ante mi modelo preferido de varon. Tan atractivo como un banador Speedo.

Tenia cejas pobladas y sus orejas se abrian hacia el exterior como los petalos de un pensamiento. Su cutis era mortalmente palido. Llevaba una camisa de tejido a cuadros y unos pantalones que parecian de trabajo. La pobre calidad del papel y el deficiente enfoque ensombrecian otros detalles. Tuve que convenir con Charbonneau en que no se distinguia bien, que podia tratarse de cualquiera. Le devolvi la foto en silencio.

Los depanneurs de Quebec son establecimientos que abren hasta muy tarde. Se encuentran en cualquier lugar capaz de albergar algunas estanterias y un refrigerador a cubierto. Estan diseminados por la ciudad y sobreviven a base de facilitar comestibles, lacteos y bebidas alcoholicas esenciales. Salpican todos los barrios y forman una red capilar que abastece las necesidades del vecindario y de los visitantes de paso. En ellos puede conseguirse leche, cigarrillos, cerveza y vino corriente, y el resto de su inventario queda determinado por las preferencias de los clientes. No facilitan lujos ni aparcamiento. Su version mejorada suele contar con un cajero automatico. Nos dirigiamos a uno de ellos.

– ?Vamos a la rue Berger? -pregunto Charbonneau a Claudel.

– Oui. Esta en direccion sur desde Sainte Catherine. Sigue por Rene Levesque hasta Sainte Dominique y luego gira hacia el norte. El camino es como un nido de serpientes.

Charbonneau giro a la izquierda y comenzo a internarse por el sur. En su impaciencia pisaba ora el acelerador o el freno, dando bandazos al Chevy como una noria. Puesto que comenzaba a marearme, centre mi atencion en las boutiques, los pequenos restaurantes y los modernos edificios de piedra de la universidad de Quebec, que se alineaban en St. Denis.

– Sacre bleu!

– Ca… lice! -exclamo Charbonneau al verse bruscamente interceptado por una furgoneta familiar Toyota de color verde oscuro-. ?Bastardo! -exclamo al tiempo que pisaba a fondo el freno y chocaba con el parachoques-. ?Fijaos en ese chalado!

Claudel no le hizo caso, acostumbrado al parecer a la irregular conduccion de su companero. Yo eche de menos algun remedio contra el mareo, pero no hice comentario alguno.

Por fin llegamos a Rene Levesque, giramos hacia el oeste y seguimos en direccion norte hasta Ste. Dominique. Retornamos por Ste. Catherine y de nuevo me encontre en el Main, a una manzana de distancia de las chicas de Gabby. Berger, un damero de callejuelas secundarias intercaladas entre St. Laurent y St. Denis, se encontraba enfrente.

Charbonneau doblo por la esquina y se instalo en la curva frente al depanneur de Berger. Un letrero sordido sobre la puerta prometia «biere et vin», cerveza y vino. Anuncios de Molson y Labatt, descoloridos por el sol, cubrian los escaparates, fijados con una cinta adhesiva amarillenta que se despegaba por su antiguedad. Hileras de moscas muertas se alineaban en el alfeizar, y sus cadaveres se disponian en capas segun el momento de su defuncion. Unas barras metalicas protegian el cristal. Dos vejestorios se hallaban sentados ante la puerta en sillas de cocina.

– El tipo se llama Halevi -dijo Charbonneau tras consultar su bloc de notas-. Probablemente no tendra mucho que decir.

– Como de costumbre. Aunque su memoria suele mejorar cuando se los apremia un poco -replico Claudel tras cerrar la puerta del coche.

Los viejos nos miraron en silencio.

Al entrar sono una serie de campanillas. En el interior hacia calor y olia a polvo, especias y cartones antiguos. Dos hileras de estanterias adosadas se extendian a lo largo del local y formaban un centro y dos pasillos laterales. Las polvorientas estanterias contenian un surtido de antiguas mercancias enlatadas y embaladas.

En el fondo, a la derecha, en un refrigerador horizontal se exponian recipientes de nueces, potajes de legumbres, judias secas y harina y, en un extremo, se amontonaba un conjunto de verduras marchitas. El arcon del refrigerador, un elemento de antiguas eras, ya no enfriaba.

En la pared izquierda unos armarios verticales mantenian frescas las cervezas y el vino. Al fondo, en una caja pequena y abierta cubierta con plastico para conservar el frio, se guardaban la leche, las olivas y el queso. A su derecha, en el rincon, se encontraba el cajero automatico. Salvo por aquel elemento, el local parecia no haber sido renovado desde que Alaska solicito la incorporacion en los Estados Unidos.

El mostrador estaba directamente a la izquierda de la puerta principal. El senor Halevi se hallaba sentado tras el y hablaba con animacion por un telefono movil. Se pasaba continuamente la mano por la calva, en un ademan vestigio de su juventud, cuando tenia mas cabello. Un letrero sobre la caja registradora decia: «SONRIE. DIOS TE QUIERE.» Halevi no seguia su propio consejo. Estaba congestionado y evidentemente resentido. Yo permaneci atras dispuesta a observar.

Claudel se situo directamente ante el mostrador y se aclaro la garganta. Halevi le mostro la palma, indicandole que aguardara. El detective exhibio su identificacion y nego con la cabeza. Halevi parecio momentaneamente confuso, pronuncio unas rapidas palabras en hindi e interrumpio la comunicacion. Sus ojos, aumentados por los gruesos cristales de sus gafas, pasaron de Claudel a Charbonneau y a la inversa.

– Ustedes diran -dijo.

– ?Es usted Bipin Halevi? -inquirio Charbonneau en ingles.

– Si.

El detective coloco la foto sobre el mostrador.

– Eche una mirada. ?Conoce a este individuo?

Halevi volvio la foto y se inclino sobre ella sosteniendola por los bordes con dedos temblorosos. Estaba nervioso y trataba de mostrarse complaciente o, por lo menos, dar la sensacion de que colaboraba. Muchos encargados de depanneurs vendian tabaco de contrabando u otras mercancias del mercado negro, por lo que las visitas de la policia eran tan populares como las inspecciones de Hacienda.

– Nadie reconoceria a una persona por esta foto -dijo-. ?Se ha tomado con el video? Ya se interesaron antes por ello. ?Que ha hecho este hombre?

Se expresaba en ingles con la cantarina cadencia del norte de la India.

– ?Tiene alguna idea de quien puede ser? -insistio Charbonneau sin responder a su pregunta.

Halevi se encogio de hombros.

– A mis clientes no les formulo preguntas. Ademas, la imagen es muy confusa y desvia la cabeza.

Se removio en su asiento. En cierto modo estaba relajado pues comprendia que no era el protagonista de aquella investigacion, que aquello tenia que ver con el video de seguridad confiscado por la policia.

– ?Es un vecino del barrio? -pregunto Claudel.

– Ya le digo que no lo se.

– ?Le recuerda, aunque sea remotamente, a alguien que venga por aqui?

Halevi miro con fijeza la foto.

– Quiza. Es posible. Pero no esta nada claro. Me gustaria poder ayudarlos… Tal vez se trate de alguien que haya visto alguna vez.

Charbonneau lo miro con dureza, sin duda pensando lo mismo que yo. ?Trataba Halevi de mostrarse complaciente o en la foto aparecia alguien que le era realmente familiar?

– ?Quien es?

– Yo… No lo conozco. Solo es un cliente.

– ?Sigue alguna rutina?

Halevi se mostraba inexpresivo.

– ?Viene a la misma hora cada dia? ?Aparece por la misma direccion? ?Compra las mismas cosas?

Claudel comenzaba a irritarse.

– Ya le he dicho que no hago preguntas ni me fijo: me limito a vender mis mercancias. Y por las noches me

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