– Cobro los alquileres para el casero -respondio.

Aunque no habia mucho espacio, se removio en la silla, que protesto de manera audible.

– ?Lo conoce? -prosiguio Claudel mostrandole la foto.

– Si y no. Se aloja aqui, pero no lo conozco.

– ?Donde?

– En el numero seis. Primera entrada, la habitacion de la planta baja -contesto con un amplio ademan que agito como un flan su carne flaccida y celulitica.

– ?Como se llama?

La mujer penso unos momentos jugando distraida con una punta del panuelo. Una gota de sudor alcanzo su maximo volumen hidrostatico, estallo y se deslizo por su rostro.

– Saint Jacques. Aunque no suelen dar sus verdaderos nombres.

Charbonneau tomaba notas.

– ?Cuanto tiempo lleva el aqui?

– Tal vez un ano, mucho para este lugar. La mayoria son vagabundos. Como es natural, apenas lo veo. Viene y se va. No le presto mucha atencion.

Bajo la mirada y fruncio los labios ante la evidente mentira.

– No hago preguntas -anadio.

– ?Pide usted referencias?

Resoplo suavemente y nego con la cabeza.

– ?Recibe visitas su inquilino?

– Ya le he dicho que apenas lo veo.

Charbonneau guardo silencio unos momentos. Con sus tirones la mujer habia desviado el panuelo a la derecha, y las orejas estaban descentradas de su cabeza.

– Parece que siempre esta solo -agrego.

Charbonneau miro a su alrededor.

– ?Son como este los otros apartamentos?

– El mio es el mayor. -Tenso las comisuras de la boca e irguio la barbilla de modo imperceptible. Aun entre la pobreza habia lugar para el orgullo-. Los otros estan destrozados. Algunos solo son habitaciones con fogones y lavabos.

– ?Se encuentra el aqui ahora?

La mujer se encogio de hombros. Charbonneau cerro su bloc de notas.

– Tenemos que hablar con el. Vamos.

– Moi? -se sorprendio la mujer.

– Acaso precisemos entrar en su apartamento.

La mujer se adelanto en la silla y se froto las manos en los muslos. Tenia los ojos muy abiertos y dilatadas las aletas de la nariz.

– No puedo hacer eso: seria una violacion de intimidad. Necesitan un mandamiento judicial o algo parecido.

Charbonneau la miro con fijeza sin responder. Claudel suspiro ruidosamente como si estuviera aburrido y defraudado. Vi deslizarse un reguero de agua condensada por la lata de pepsi que se unia a un charquito en su base. Nadie hablaba ni se movia.

– De acuerdo, de acuerdo, pero esto es cosa suya -dijo al cabo la mujer. Apoyando su peso en una y otra anca, se desplazo hacia adelante a sacudidas. La bata casera se fue subiendo cada vez mas, dejando a la vista enormes fragmentos de carne marmorea. Cuando hubo conseguido conducir su centro de gravedad al borde de la silla, apoyo ambas manos en los brazos y se levanto.

La mujer se dirigio a un escritorio del otro lado de la sala y revolvio en un cajon. Al cabo de unos momentos extrajo un llavero cuya etiqueta comprobo y que entrego satisfecha a Charbonneau.

– Gracias, senora. Con mucho gusto comprobaremos que no existen irregularidades en su finca.

Cuando nos disponiamos a marchar no pudo reprimir su curiosidad.

– ?Que ha hecho ese tipo?

– Le devolveremos la llave cuando nos vayamos -repuso Claudel.

Al marcharnos, de nuevo sentimos su mirada clavada en nuestras espaldas.

El pasillo que se encontraba tras la puerta era identico al que acababamos de dejar. Las puertas se abrian a derecha e izquierda y, en el fondo, una empinada escalera conducia a la primera planta. El numero seis era el primero de la izquierda. El ambiente era sofocante y siniestramente silencioso.

Charbonneau se aposto a la izquierda y Claudel y yo a la derecha. Ambos llevaban las chaquetas desabrochadas y Claudel apoyaba la mano en la empunadura de su automatica. Llamo a la puerta sin obtener respuesta y golpeo por segunda vez con identico resultado.

Los dos detectives cruzaron una mirada, y Claudel hizo una senal de asentimiento. Apretaba las comisuras de la boca y su rostro aparecia mas picudo que de costumbre. Charbonneau introdujo la llave en la cerradura y abrio la puerta. Aguardamos, tensos, mientras las motas de polvo volvian a depositarse en su lugar. No distinguimos sonido alguno.

– ?Saint Jacques?

Silencio.

– ?Monsieur Saint Jacques?

Identica respuesta.

Charbonneau alzo la palma ante mi. Aguarde mientras entraban los detectives y luego los segui con el corazon latiendome con fuerza.

La habitacion estaba escasamente amueblada. En la esquina de la izquierda, una cortina de plastico de color rosado pendia de anillas oxidadas en un soporte semicircular para delimitar un improvisado bano. Bajo la cortina distingui la base de una comoda y una serie de tuberias que probablemente conducian a un fregadero. Las tuberias estaban muy oxidadas y recubiertas por una densa masa verdosa. A la izquierda de la cortina, en el muro posterior, se habia incorporado un mostrador con cubierta de formica que contenia un fogon, varios vasos de plastico y una coleccion desparejada de platos y cacerolas.

Frente a la cortina, una cama deshecha se extendia a lo largo de la pared izquierda. A la derecha habia una mesa que constaba de un gran panel de contrachapado apoyado sobre dos caballetes, que lucian un distintivo que acreditaba su pertenencia al municipio de Montreal, y cuya superficie estaba atestada de libros y papeles. La pared superior se hallaba cubierta de mapas, fotos y articulos periodisticos, formando un mosaico de recortes y pegotes que se extendian a lo largo de la mesa. Junto a esta habia una silla plegable metalica. La unica ventana de la habitacion daba a la derecha de la puerta principal, con un felpudo identico al de la senora Rochon. Dos bombillas pendian desde el techo.

– Bonito lugar -comento Charbonneau.

– Si, muy hermoso. Tanto como las herpes y el peluquin de Burt Reynolds.

Claudel se acerco a la zona de aseo, saco un boligrafo del bolsillo y lo utilizo para apartar la cortina.

– El ministerio de Defensa tal vez desee tomar huellas. Este material debe contar con potencial para la guerra biologica.

Dejo caer la cortina y fue hacia la mesa.

– Ese cabron no esta aqui -dijo Charbonneau, alzando el borde de la manta que cubria la cama con la puntera del zapato.

Yo inspeccionaba los objetos de cocina que estaban sobre el mostrador de formica. Dos vasos de cerveza de la Expo, una cacerola mellada con restos incrustados de algo parecido a espaguetis, un pedazo de queso semimordido y coagulado en su propia substancia en un bol azul de loza, una taza de un Burger King y varios paquetes de celofan con galletas saladas.

Al inclinarme sobre el fogon senti el impacto del calor persistente que me helo la sangre en las venas. Me volvi rapidamente hacia Charbonneau.

– ?Esta aqui! -exclame.

El sonido de mi voz coincidio con el instante en que se abria bruscamente una puerta en el angulo derecho de la habitacion. La puerta golpeo a Claudel, le hizo perder el equilibrio y comprimio su brazo y hombro derechos

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