– ?Eres fantastico! Es exactamente lo que yo pensaba pero deseaba oirtelo decir, Aaron. No sabes cuanto te agradezco lo que haces.

– No tiene importancia.

– ?Querras ver las fotos y los moldes?

– Desde luego.

– Te los enviare manana.

La segunda pasion de Aaron en la vida eran las sierras. Tenia catalogadas descripciones por escrito y fotograficas de las caracteristicas producidas en el hueso por todas las sierras conocidas, y pasaba largas horas examinando los casos que enviaban a su laboratorio desde todo el mundo.

Percibi un carraspeo por el que comprendi que tenia algo mas que decirme. Mientras aguardaba, recogi las notas caidas.

– ?Dices que los unicos huesos completamente seccionados son las partes inferiores de los brazos?

– Si.

– ?Y que los otros los separo por las articulaciones?

– Si.

– ?Limpiamente?

– Mucho.

– Hum.

Suspendi mi actividad.

– ?Que sucede?

– ?Como? -se sorprendio con aire inocente.

– Cuando dices «hum» de ese modo, significa algo.

– Solo una asociacion muy interesante.

– ?En que consiste?

– El tipo utiliza una sierra de cocinero. Y se dedica a cortar los cuerpos como quien sabe lo que hace. Sabe donde debe emplearse y como. Y obra de igual modo cada vez.

– Si. Ya he pensado en ello.

Transcurrieron unos segundos.

– Pero solo sierra las manos. ?Que me dices de eso? -pregunte.

– Esa, doctora Brennan, es cuestion de psicologo, no de especialista en sierras.

Convine en ello y mude el tema de conversacion.

– ?Que tal las muchachas?

Aaron era soltero y, aunque lo conocia desde hacia veinte anos, no recordaba que jamas hubiera tenido una cita. Los caballos eran su principal pasion. De Tulsa a Chicago y a Luisville y de nuevo a Oklahoma City siempre viajaba donde lo llevaba el circuito trimestral equino.

– Muy excitadas. Puje por un semental el otono pasado y lo consegui. Desde entonces las muchachas se comportan como potrillas.

Charlamos acerca de nuestras vidas y de nuestros mutuos amigos y acordamos encontrarnos en la reunion que celebraria la Academia en febrero.

– Que tengas suerte para descubrir a ese tipo, Tempe.

– Gracias.

Segun mi reloj eran las cinco menos veinte. De nuevo despachos y pasillos se habian quedado en silencio alrededor de mi. El timbre del telefono me sobresalto.

Pense que tomaba demasiado cafe.

Al responder, el auricular aun seguia caliente en mi oido.

– Anoche te vi.

– ?Gabby!

– ?No vuelvas a hacerlo, Tempe!

– ?Donde estas, Gabby?

– Solo lograras empeorar las cosas.

– ?Maldita sea, Gabby, no juegues conmigo! ?Donde estas? ?Que sucede?

– Eso no importa. Ahora no puedo verte.

No podia creer que volviera a hacerme aquello. Sentia crecer la ira en mi pecho.

– ?Mantente al margen, Tempe! ?Alejate de mi! ?Alejate de mi…!

La egocentrica rudeza de Gabby encendio mi ira contenida. Espoleada por la arrogancia de Claudel, la crueldad de un asesino psicopata y la locura juvenil de Katy, estalle con la furia de un relampago y la cargue sobre Gabby abrasandola.

– ?Quien diablos te crees que eres! -resople por el telefono con voz quebrada.

Aprete el aparato con tanta energia como para romper el plastico y prosegui:

– ?Puedes irte al diablo! ?Te dejare tranquila, de acuerdo! ?No se a que extranos juegos te dedicas, Gabby, ni quiero saberlo! ?Juego, partido, encuentro concluido! No quiero saber nada de tu esquizofrenia ni de tus paranoias. Y te repito que no seguire tu juego haciendo el papel de vengador y tu de damisela en apuros.

Todas mis neuronas estaban sobrecargadas como un electrodomestico de ciento diez en un enchufe de doscientos veinte. Jadeaba y sentia escocer las lagrimas en mis ojos. El genio de Tempe.

Gabby habia colgado.

Me sente unos momentos inmovil, sin pensar. Me sentia mareada.

Lentamente colgue el aparato. Cerre los ojos, busque entre la seleccion musical y escogi una pieza, algo que me distendiera, y en voz baja y ronca tararee la tonada.

Capitulo 21

A las seis de la manana una lluvia pertinaz tamborileaba contra mis ventanas. De vez en cuando un coche pasaba ronroneante en temprano desplazamiento. Por tercera vez desde hacia muchos dias vi despuntar el alba, un acontecimiento que acojo con tanto entusiasmo como Joe Montana un bombardeo aereo sin cuartel. Aunque poco aficionada a las siestas, tampoco soy madrugadora. Sin embargo, aquella semana ya habia visto salir el sol en dos ocasiones, ambas veces cuando lograba conciliar el sueno; aquel dia mientras me removia y giraba sin sentirme sonolienta ni descansada despues de pasar once horas en el lecho.

De regreso a casa tras la llamada de Gabby, habia ido a tomar un bocado. Pollo frio grasiento, pure de patatas rehidratadas con grasa sintetica, mazorcas blancas y pastel de manzana pringoso. Merci, coronel. A continuacion tome un bano caliente y efectue un prolongado reconocimiento de la herida de mi mejilla. La microcirugia no serviria de nada. Parecia como si me hubieran arrastrado. Hacia las siete conecte con los juegos de la Expo y me quede dormida de partido en partido.

Encendi mi ordenador, a las seis de la manana -o de la tarde- estaba a punto y dispuesto para actuar. Habia transmitido un mensaje electronico a Katy por MacGill a mi servicio de correo en la universidad de Charlotte, al que ella podia acceder con su ordenador portatil y su modem y contestar directamente desde su habitacion. ?Bravo, viajemos por Internet!

El cursor de la pantalla destello ante mi insistiendo en que no habia nada en el documento por mi creado. Como asi era, en efecto. En la hoja de calculo por mi elaborada solo figuraban tres titulares de columnas, pero carentes de contenido. ?Cuando lo habia comenzado? El dia del desfile. Hacia tan solo una semana, pero parecian anos. Aquella era la decimotercera jornada: cuatro semanas desde que se habia descubierto el cadaver de Isabelle Gagnon; una desde que habian asesinado a Margaret Adkins.

?Que habiamos conseguido desde entonces salvo descubrir otro cadaver? Un puesto de vigilancia en el apartamento de la rue Berger confirmo que su ocupante no habia regresado. Nada sorprendente. La redada habia sido inoperante. Seguiamos sin ninguna pista sobre la identidad de «Saint Jacques» y no habiamos identificado el ultimo cadaver. Claudel aun no reconocia que los casos estaban relacionados, y Ryan consideraba que me tomaba

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