suerte para el, estaba lloviznando. En otra percha habia un casco amarillo. Se lo puso. Acto seguido, extrajo unas gafas de culo de botella y unos guantes de trabajo del maletin. Por lo menos desde cierta distancia, con el maletin oculto bajo el impermeable, el cabildero podia pasar por peon.

Se dirigio a otra puerta situada al fondo de la sala, retiro la cadena de la cerradura y la abrio. Enfilo escaleras arriba y tiro de una pequena trampilla, tras la cual aparecio una escalera. Buchanan coloco los pies en los travesanos y empezo a subir. Al final, abrio otra trampilla y se encontro en lo alto del Capitolio.

Por aquel desvan los conserjes accedian a la azotea para cambiar las banderas que ondeaban en el Capitolio. Lo gracioso del caso era que cambiaban las banderas constantemente, pues algunas ondeaban solo durante unos segundos, de modo que los representantes podian obsequiar continuamente con barras y estrellas que habian «ondeado» en el Capitolio a los electores generosos de su correspondiente estado. Buchanan se froto la frente. Dios mio, que ciudad.

Bajo la mirada hacia los terrenos delanteros del Capitolio. La gente corria de un lado a otro, camino de reuniones con personas cuya ayuda necesitaba desesperadamente. Y a pesar de todos los egos, facciones, programas, crisis tras crisis e intereses creados, en cierto modo todo parecia funcionar. Mientras observaba la escena penso que parecia un hormiguero. La maquina bien engrasada de la democracia. Por lo menos las hormigas lo hacian para sobrevivir. «Quiza nosotros en cierto modo tambien lo hagamos por eso», se dijo.

Alzo los ojos hacia Lady Liberty, encaramada desde hacia un siglo y medio sobre la cupula del Capitolio. Recientemente se la habian llevado con ayuda de un helicoptero y un cable rigido para limpiar a conciencia la mugre acumulada a lo largo de ciento cincuenta anos. Que lastima que los pecados de la gente no fueran tan faciles de eliminar.

Por unos instantes de locura, Buchanan se planteo la posibilidad de saltar. Podia haberlo hecho pero el deseo de vencer a Thornhill resultaba demasiado intenso. Ademas, habria sido una solucion cobarde. Buchanan tal vez mereciera muchos apelativos pero no el de cobarde.

Una pasarela que rodeaba la azotea del Capitolio condujo a Buchanan a la segunda parte de su recorrido. 0, para ser mas precisos, de su huida. El ala correspondiente a la Camara de Representantes del edificio del Capitolio poseia un desvan similar, que los pajes tambien utilizaban para izar y bajar sus banderas. Rapidamente, Buchanan cruzo la pasarela y entro por la trampilla del edificio de la Camara de Representantes. Descendio por la escalera y entro en el desvan, donde se quito el casco y los guantes, si bien se quedo con las gafas puestas. Extrajo un sombrero del maletin y se lo encasqueto. Se levanto el cuello del impermeable, inspiro profundamente, abrio la puerta del desvan y la atraveso. La gente iba de un lado a otro pero nadie parecio reparar en el.

Al cabo de un minuto ya habia salido del Capitolio por una puerta trasera que solo conocian los mas veteranos del lugar. Alli lo aguardaba un coche. Media hora mas tarde llegaba al aeropuerto nacional, donde un avion privado, con los motores gemelos en marcha, esperaba a su unico pasajero. Alli era donde el amigo «de las altas esferas» se ganaba su dinero. El avion recibio la autorizacion para despegar al cabo de unos minutos. Poco despues, Buchanan contemplaba por la ventanilla del avion la capital que desaparecia poco a poco de su vista. ?Cuantas veces habia visto aquella imagen desde el aire?

– ?Hasta nunca! -musito.

45

Thornhill se dirigia a su casa tras un dia productivo. Ahora que Adams ya estaba controlado, pronto tendrian en sus manos a Faith Lockhart. Quiza Lee intentara enganarlos, pero Thornhill lo dudaba. Habia oido el panico que traslucia la voz de Adams. Menos mal que existia la familia. Si, en conjunto, habia sido un dia productivo. El timbre del telefono pronto cambiaria esa sensacion.

– Si? -La expresion segura de Thornhill se esfumo en cuanto el hombre le informo de que, de alguna manera, inesperadamente, Danny Buchanan habia desaparecido, nada menos que en la ultima planta del Capitolio.

– ?Encontradlo! -bramo Thornhill por telefono antes de colgarlo con brusquedad. ?Que pretendia ese hombre? ?Habia decidido emprender la huida un poco antes? ?0 era por otro motivo? ?Habia conseguido ponerse en contacto con Lockhart? Todo aquello resultaba de lo mas perturbador. A Thornhill no le interesaba que intercambiasen informacion. Rememoro el encuentro mantenido en el coche. Buchanan habia mostrado su caracter de siempre, habia hecho sus pequenos juegos de palabras, meras bravatas en realidad, pero por lo demas se habia contenido bastante. ?Que podia haber precipitado esta ultima accion?

Preso de la inquietud, Thornhill tamborileo sobre el maletin que tenia sobre las rodillas. Cuando contemplo el cuero rigido, se quedo boquiabierto. ?El maletin! ?El dichoso maletin! Le habia dado uno a Buchanan. Llevaba una grabadora oculta. Durante la conversacion del coche, Thornhill habia reconocido que habia mandado matar al agente del FBI. Buchanan le habia tirado de la lengua para que se traicionara a si mismo y lo habia grabado. ?Lo habia grabado con los dispositivos de la propia CIA! ?El taimado hijo de puta!

Thornhill agarro el telefono; le temblaban tanto los dedos que se equivoco dos veces al marcar.

«El maletin, la cinta del interior. Encontradla. Y a el tambien. Teneis que encontrarlo. Es una orden.»

Colgo y se recosto en el asiento. El cerebro de mas de mil operaciones clandestinas estaba absolutamente anonadado ante esa situacion. Buchanan podria destrozarlo si quisiera. Andaba por ahi sin vigilancia con pruebas suficientes para acabar con el. No obstante, Buchanan tambien se hundiria; era inevitable, no quedaba otra salida.

Un momento. ?El escorpion! ?La rana! Ahora todo cobraba sentido. Buchanan iba a hundirse y a arrastrar a Thornhill consigo. El hombre de la CIA se aflojo la corbata, se revolvio en el asiento e intento combatir el panico que lo atenazaba.

«Esto no va a acabar asi, Robert -se dijo-. Despues de treinta y cinco anos este no va a ser el fin. Tranquilizate. Ahora necesitas pensar. Ahora es cuando te ganaras un lugar en la historia. Este hombre no acabara contigo.» Poco a poco, la respiracion de Thornhill se normalizo.

Quiza Buchanan se limitara a utilizar la cinta como medida de seguridad. ?Por que pasar el resto de su vida en prision cuando podia desaparecer discretamente? No, de nada le serviria llevar la cinta a las autoridades. Tenia tanto que perder como Thornhill, y era imposible que fuera tan vengativo. De repente, se le ocurrio una idea: quiza habia sido por lo del cuadro, ese estupido cuadro. Tal vez aquello hubiera sido el origen de todo. Thornhill no debio haberselo llevado. Dejaria un mensaje en el contestador de Buchanan ahora mismo, diciendole que le habia devuelto su precioso cuadro. Asi lo hizo y a continuacion ordeno que llevaran el cuadro a la casa de Buchanan.

En cuanto se reclino en el asiento y miro por la ventanilla recupero la serenidad. Tenia un as en la manga. Un buen comandante siempre se reservaba algo. Thornhill realizo otra llamada y recibio buenas noticias, una informacion secreta que acababa de entrar. Se le ilumino el semblante y las imagenes catastrofistas se alejaron de su mente. Al final todo saldria bien. Esbozo una sonrisa. Arrancar la victoria de las fauces de la derrota podia envejecer a un hombre varias decadas de la noche a la manana o volverlo invencible. A veces incluso sucedian ambas cosas.

Al cabo de unos minutos Thornhill salia de su coche y enfilaba el sendero que conducia a su hermosa casa. Su esposa, impecablemente vestida, lo recibio en la puerta y le dio un mecanico beso en la mejilla. Acababa de llegar de una recepcion del club de campo. De hecho, siempre acababa de llegar de una recepcion del club de campo, farfullo Thornhill para sus adentros. Mientras el combatia contra los terroristas que se introducian en el pais con arsenales nucleares, ella pasaba las horas en desfiles de moda donde mujeres jovenes y superficiales con piernas que les llegaban hasta sus pechos inflados se contorneaban con trajes que ni siquiera les tapaban el trasero. El se dedicaba cada dia a salvar el mundo y su esposa comia canapes y bebia champana por la tarde en compania de otras damas pudientes. Los ricos ociosos eran igual de estupidos que los pobres sin educacion, con menos cerebro que las vacas, en opinion de Thornhill. Por lo menos las vacas

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