matado a alguien? Supongo que saben que trabajo para la CIA. ?Acaso son agentes extranjeros que intentan chantajearme de algun modo? El problema es que necesitan algo con lo que chantajearme.
– Sabemos lo suficiente para enterrarte -asevero Lee.
– Pues entonces sugiero que vaya a buscar la pala y empiece a cavar, senor…
– Adams, Lee Adams -se presento Lee mirandolo con el ceno fruncido.
– Faith esta muerta, ?sabes, Bob? -dijo Buchanan. Cuando pronuncio esas palabras, Lee bajo la mirada-. Por poco sobrevivio. Constantinople la mato. Tambien mato a dos de tus hombres. Se vengo porque mandaste matar al agente del FBI.
Thornhill fingia bien su desconcierto.
– ?Faith? ?Constantinople? ?De quien demonios esta hablando?
Lee se coloco justo enfrente de Thornhill.
– ?Cabron! Matas a las personas como si fueran hormigas. Es como un juego. Eso es lo que significa para ti.
– ?Guarde esa pistola y salgan de mi casa ahora mismo!
– ?Que te jodan! -Lee apunto directamente a la cabeza de Thornhill con la pistola.
Buchanan se acerco a el rapidamente.
– Lee, por favor, no lo hagas. No servira de nada.
– Yo de usted haria caso a su amigo -manifesto Thornhill con la tranquilidad que le permitian las circunstancias. Le habian apuntado con una pistola en otra ocasion, cuando habian descubierto su tapadera en Estambul hacia muchos anos. Habia tenido la suerte de salir con vida. Se preguntaba si esa noche tambien le acompanaria la buena estrella.
– ?Por que tengo que hacer caso a nadie? -mascullo Lee.
– Lee, por favor -insistio Buchanan.
Lee mantuvo el dedo en el gatillo por unos instantes con la mirada clavada en Thornhill. Al final, levanto lentamente el arma.
– Bueno, supongo que habremos de ir al FBI con lo que tenemos -declaro Lee.
– Solo quiero que se vayan de mi casa.
– Y lo que yo quiero -intervino Buchanan- es tu garantia personal de que no morira nadie mas. Ya tienes lo que querias. No hace falta que hagas dano a mas personas.
– Muy bien, muy bien, lo que usted diga. No matare a nadie mas -dijo Thornhill con sarcasmo-. Ahora tengan la amabilidad de marcharse de mi casa. No quiero asustar a mi esposa. No tiene la menor idea de que esta casada con un asesino en serie.
– Esto no es ninguna broma -espeto Buchanan enfadado.
– No, la verdad es que no y espero que consigan la ayuda que a todas luces necesitan -declaro Thornhill-. Y, por favor, asegurese de que su amigo armado no hace dano a nadie.
«Esto deberia sonar muy bien en la cinta. Hasta me preocupo por los demas», penso.
Buchanan recogio la cinta.
– ?No deja aqui la prueba de mis crimenes? -pregunto Thornhill.
Buchanan se dio vuelta y lo miro con severidad.
– Teniendo en cuenta las circunstancias, no creo que sea necesario.
«Parece que quiere matarme -penso Thornhill-. Bien, muy bien.»
Thornhill observo a los dos hombres mientras se alejaban por el camino de acceso hasta que desaparecieron en la calle oscura. Al cabo de un minuto oyo que un coche arrancaba. Se dirigio rapidamente al telefono que habia sobre la mesa pero se detuvo de golpe. ?Estaria pinchado? ?Acaso todo aquello era una farsa para hacerle cometer un error? Miro por la ventana. Si, podian estar alli fuera en ese mismo instante. Pulso un boton situado bajo la mesa. Todas las cortinas del estudio se corrieron y comenzo a sonar un ligero rumor junto a todas las ventanas. Abrio el cajon y extrajo el telefono de seguridad. Estaba dotado de tantos dispositivos de seguridad y de codificacion que ni si-quiera los listillos de la ANS podian intervenir una conversacion mantenida a traves del mismo. El telefono, provisto de una tecnologia similar a la de los aviones militares, emitia paja electronica que frustraba cualquier intento de interceptar su senal. «Para que os entereis, espias electronicos, no sois mas que unos aficionados», penso.
– Buchanan y Lee Adams han estado en mi estudio -dijo por el telefono-. ?Si, en mi casa, maldita sea! Se acaban de marchar. Quiero a todos los hombres disponibles. Estamos a pocos minutos de Langley. Deberias ser capaz de encontrarlos. -Hizo una pausa para volver a encender la pipa-. Me han venido con no se que tonteria sobre la cinta en la que yo reconocia que habia ordenado matar al agente del FBI. Pero Buchanan estaba marcandose un farol. La cinta ya no existe. Supongo que llevaban microfonos y me he hecho el tonto. Casi me cuesta la vida. Al idiota de Adams le ha faltado poco para volarme la tapa de los sesos. Buchanan ha dicho que Lockhart estaba muerta, lo cual es bueno para nosotros, si es verdad. Pero no se si estan colaborando con el FBI. De todos modos, sin la cinta no tienen pruebas de lo que hemos hecho. ?Que? No, Buchanan me ha suplicado que lo dejemos en paz. Que podiamos seguir con el plan de chantaje, pero que lo dejaramos vivir. De hecho, ha sido patetico. Cuando los he visto entrar he pensado que venian a matarme. Ese Adams es peligroso. Y me han dicho que Constantinople mato a dos de nuestros hombres. Constantinople debe de estar muerto, asi que necesitamos a otro espia en el FBI. De todos modos, encuentralos, y esta vez no quiero errores. Son hombres muertos. Despues de eso, habra llegado el momento de poner el plan en practica. Me muero de ganas de ver esos rostros lastimeros en el Capitolio cuando les informe de esto.
Thornhill colgo y se sento a la mesa. El hecho de que hubieran ido a su casa tenia gracia. Era un acto de desesperacion por parte de hombres desesperados. ?Creian en realidad que podian enganar a un hombre como el? Resultaba casi un insulto. Pero al final habia ganado. La realidad era que al dia siguiente o poco despues ellos estarian muertos y el no.
Se levanto de detras del escritorio. Habia sido valiente, habia conservado la calma bajo la presion. «La supervivencia siempre resulta embriagadora», se dijo Thornhill al apagar la luz.
Aquella manana, como de costumbre, en el edificio Dirksen de oficinas del Senado reinaba una gran animacion. Robert Thornhill caminaba con paso decidido por el largo pasillo, balanceando el maletin a su mismo ritmo. La noche anterior habia sido de lo mas importante, podria decirse que incluso todo un exito en varios sentidos. El unico inconveniente era que todavia no habian logrado encontrar a Buchanan y a Adams.
El resto de la noche habia sido una autentica delicia. A la senora Thornhill le habia impresionado su inusitado celo animal. Su mujer se habia levantado temprano para prepararle el desayuno, vestida con un conjunto cenido de color negro. Hacia anos que no le preparaba el desayuno o se ponia ropa ajustada.
La sala de sesiones se encontraba al final del pasillo. El pequeno feudo de Rusty Ward, penso Thornhill con sorna. Gobernaba con un puno sureno, es decir, con guantes de terciopelo pero con nudillos de granito. Ward te adormecia con su acento ridiculamente almibarado y, cuando menos lo esperabas, se abalanzaba sobre ti y te hacia trizas. Su intensa mirada y sus mas que calculadas palabras ablandaban al enemigo confiado en su incomoda silla electrica gubernamental.
Todo cuanto tenia que ver con Rusty Ward heria la sensibilidad a la vieja usanza de Thornhill. Sin embargo, esa manana estaba preparado. Le hablaria de los escuadrones de la muerte y de informes varios hasta el dia del juicio final, por emplear una de las expresiones preferidas de Ward; de ese modo, el senador no obtendria informacion alguna.
Antes de entrar en la sala de reuniones, Thornhill respiro profundamente y con