Al amanecer del tercer dia despues de las explosiones, una vieja y desconchada embarcacion, deteriorada por la intemperie, echo el ancla casi en el centro exacto del puerto. Los barcos contra incendios y de socorro pasaban por su lado como si hubiese sido un automovil averiado en una carretera. Era una embarcacion chata de trabajo y llevaba en la popa una pequena grua cuyo brazo se extendia sobre el agua. Su tripulacion parecia indiferente a la frenetica actividad que reinaba a su alrededor.

La mayoria de los incendios de la zona portuaria habian sido sofocados, pero los bomberos seguian vertiendo miles de litros de agua sobre los humeantes escombros dentro de las deformadas estructuras de los almacenes. Varios ennegrecidos depositos de petroleo del puerto seguian tercamente echando llamas y la cortina acre de humo olia a petroleo y a goma quemados.

Pitt estaba en pie sobre la despintada cubierta y contemplaba a traves de la amarillenta y fuliginosa neblina los restos de lo que habia sido un petrolero. Lo unico que quedaba del Ozero Baykai era la quemada superestructura de popa que se alzaba grotesca y retorcida sobre el agua sucia de petroleo. Volvio su atencion a una pequena brujula que tenia en la mano.

– ?Es este el lugar? -pregunto el almirante Sandecker.

– Los datos que tenemos asi parecen indicarlo -respondio Pitt.

Giordino asomo la cabeza a la ventana de la caseta del timon.

– El magnetometro se esta volviendo loco. Estamos justo encima de una gran masa de hierro.

Jessie estaba sentada sobre una escotilla. Llevaba unos shorts grises y una blusa azul palido, y habia recobrado su exquisita personalidad.

Dirigio una mirada curiosa a Pitt.

– Todavia no me has dicho por que crees que Raymond escondio La Dorada en el fondo del puerto y como sabes exactamente donde tienes que buscar.

– Fui un estupido al no comprenderlo inmediatamente -explico Pitt-. Las palabras suenan igual y yo las interprete mal. Pense que sus ultimas palabras habian sido: «Look on the m-a-i-n s-i-g-h-t. Lo que trataba realmente de decirme era: «Look on the M-a-i-n-e s-i-t-e.»

Jessie parecio confusa.

– ?El lugar del Maine?

– Recuerda Pearl Harbor, el Alamo y el Maine. En este lugar o muy cerca de el el buque de guerra Maine fue hundido en 1898 y desencadeno la guerra contra Espana.

Jessie empezo a sentir una profunda excitacion.

– ?Arrojo Raymond la estatua encima de un viejo barco naufragado?

– En el lugar del naufragio -le corrigio Pitt-. El casco del Maine fue izado y remolcado al mar abierto, donde fue hundido en 1912, con la bandera ondeando.

– ?Pero por que habria de arrojar Raymond deliberadamente el tesoro?

– Todo se remonta a cuando el y su socio, Hans Kronberg, descubrieron el Cyclops y rescataron La Dorada. Hubiese debido ser un triunfo para dos amigos que habian luchado juntos contra todas las probabilidades y arrebatado el tesoro mas buscado de la historia a un mar codicioso. Hubiese debido tener un final feliz. Pero la situacion se agrio. Raymond LeBaron estaba enamorado de la esposa de Kronberg.

El semblante de Jessie se puso tenso al comprender.

– Hilda.

– Si, Hilda. El tenia dos motivos para querer librarse de Hans. El tesoro y una mujer. De alguna manera debio convencer a Hans de hacer una nueva inmersion despues de haberse apoderado de La Dorada. Entonces corto el tubo de alimentacion de aire, condenando a su amigo a una muerte horrible. ?Puedes imaginarte lo que debio ser morir ahogado en el interior de una cripta de acero como el Cyclops?

Jessie desvio la mirada.

– No puedo creerlo.

– Viste el cuerpo de Kronberg con tus propios ojos. Hilda era la verdadera clave del enigma. Ella fue el centro de la sordida historia. Yo solo tenia que completarla con unos pocos detalles.

– Raymond nunca habria podido cometer un asesinato.

– Podia hacerlo y lo hizo. Habiendo quitado de en medio a Hans, dio otro paso adelante. Se zafo del fisco (?se le puede culpar de esto si recordamos que el Gobierno Federal se quedaba con el ochenta por ciento de los ingresos superiores a ciento cincuenta mil dolares a finales de los anos cincuenta?) y evito un pleito engorroso con el Brasil, que habria reclamado con justicia la estatua como tesoro nacional robado. No dijo nada y puso rumbo a Cuba. Tu amante era un hombre muy astuto.

»EI problema con que se enfrentaba ahora era como vender la estatua. ?Quien estaria dispuesto a pagar entre veinte y cincuenta millones de dolares por un objeto de arte? Tambien temia que, si se difundia la noticia, el entonces dictador cubano Fulgencio Batista, un ladron de primera magnitud, la habria incautado.

Y si Batista no lo hacia, lo haria el ejercito de manosos que habia invitado a Cuba despues de la Segunda Guerra Mundial. Por consiguiente, Raymond decidio despedazar La Dorada y venderla a trozos.

«Desgraciadamente para el, eligio un mal momento. Entro con su embarcacion en el puerto de La Habana el mismo dia en que Castro y sus rebeldes invadieron la ciudad despues de derribar el Gobierno corrompido de Batista. Las fuerzas revolucionarias cerraron inmediatamente los puertos de mar y los aeropuertos, para impedir que los compinches de Batista huyesen del pais con incontables riquezas.

– ?No se llevo nada LeBaron? -pregunto Sandecker-. ?Lo perdio todo?

– No todo. Se dio cuenta de que estaba atrapado y de que solo era cuestion de tiempo que los revolucionarios registrasen su barco y encontrasen La Dorada. Su unica alternativa era llevarse lo que pudiese y tomar el primer avion de vuelta a los Estados Unidos. Al amparo de la noche debio introducir su embarcacion en el puerto, levantar la estatua sobre la borda y arrojarla al mar en el lugar donde se habia hundido el buque de guerra Maine setenta anos atras. Naturalmente, pensaba volver y recobrar el tesoro cuando terminase el caos, pero Castro no jugo segun las reglas de LeBaron. La luna de miel de Cuba con los Estados Unidos acabo muy pronto de mala manera, y LeBaron no pudo nunca regresar y recobrar el precioso tesoro de tres toneladas ante los ojos del servicio de segundad de Castro.

– ?Que trozo de la estatua se llevo? -pregunto Jessie.

– Segun Hilda, le arranco el corazon de rubi. Entonces, despues de introducirlo a escondidas en el pais, hizo que fuese cortado en secreto y tallados los pedazos, y los vendio por medio de agentes comerciales. Ahora tenia medios suficientes para alcanzar la cima de las altas finanzas con Hilda a su lado. Raymond LeBaron habia llegado en buen momento a la ciudad.

Durante largo rato, guardaron todos silencio, cada cual sumido en sus propios pensamientos, imaginandose a un LeBaron desesperado arrojando la mujer de oro por encima de la borda de su barco treinta anos atras.

– La Dorada -dijo Sendecker, rompiendo el silencio-. Su peso debio hacer que se hundiese muy hondo en el blando limo del fondo del puerto.

– El almirante tiene razon -dijo Giordino-. LeBaron no penso que encontrar de nuevo la estatua seria una operacion muy dificil.

– Confieso que esto tambien me preocupo -dijo Pitt-. El hubiese debido saber que, despues de que el Cuerpo de Ingenieros del Ejercito desaparejase y extrajese el casco del

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