Cien veces se habia preguntado Pitt lo que sentiria, como reaccionaria cuando se enfrentase a la mujer de oro. Lo que sintio realmente ahora fue miedo, miedo de que solo fuese una falsa alarma y la busqueda no terminase nunca.

Lenta, temerosamente, limpio la cenagosa capa con las manos enguantadas. Diminutas particulas de vegetacion y de limo se agitaron en un pardo torbellino, obscureciendo el misterioso objeto. Pitt espero, envuelto en un silencio misterioso, a que se fundiese aquella nube en la penumbra del agua.

Se acerco mas, flotando casi pegado al fondo, hasta que su cara estuvo solamente a pocos centimetros. Miro fijamente a traves del cristal de la mascara, sintiendo de pronto que se le secaba la boca y que su corazon palpitaba como un tambor de calipso.

Con una expresion de infinita melancolia, un par de ojos verdes de esmeralda le miraron a su vez.

Pitt habia encontrado La Dorada.

81

4 de enero de 1990

Washington, D.C.

La declaracion del presidente sobre la Jersey Colony y las hazanas de Eli Steinmetz y su equipo lunar electrificaron a la nacion y causaron sensacion en todo el mundo.

Cada noche, durante una semana, los televidentes pudieron contemplar vistas espectaculares del paisaje lunar que no habian podido contemplarse cuando los breves alunizajes del programa Apolo. La lucha de los hombres por sobrevivir mientras construian un alojamiento habitable fue tambien conocida en todos sus dramaticos detalles.

Steinmetz y sus companeros se convirtieron en los heroes del dia. Fueron agasajados en todo el pais, entrevistados en innumerables programas de television y obsequiados con el tradicional desfile bajo una lluvia de serpentinas en Nueva York.

Las aclamaciones por el triunfo de los colonizadores de la Luna tuvieron el tono del viejo patriotismo, pero el impacto fue mas profundo, mas amplio, Ahora habia algo tangible mas alla de los breves y espectaculares vuelos sobre la atmosfera de la Tierra; una permanencia en el espacio, una prueba solida de que el hombre podia vivir lejos de su planeta natal.

El presidente parecio muy optimista durante un banquete privado celebrado en honor del «circulo privado» y sus colonizadores. Su estado de animo era muy diferente del de la primera vez que se habia enfrentado con los hombres que habian concebido y creado la base lunar. Levanto una copa de champana, dirigiendose a Hudson, que contemplaba con mirada ausente el atestado salon, como si estuviese desierto y en silencio.

– ?Esta su mente perdida en el espacio, Leo?

Hudson miro un instante al presidente y despues asintio con la cabeza.

– Le pido disculpas. Tengo la mala costumbre de distraerme en las fiestas.

– Apuesto a que esta trazando planes para una nueva colonia en la Luna.

Hudson sonrio forzadamente.

– En realidad estaba pensando en Marte.

– Entonces la Jersey Colony no es el final.

– Nunca habra un final, sino solamente el principio de otro principio.

– El Congreso compartira el espiritu del pais y votara fondos para ampliar la colonia. Pero un puesto avanzado en Marte… costaria mucho dinero.

– Si no lo hacemos nosotros ahora, lo hara la proxima generacion.

– ?Ha pensado en el nombre?

Hudson sacudio la cabeza.

– No hemos pensado todavia en ello.

– Yo me he preguntado a menudo -dijo el presidente- como se les ocurrio el nombre de «Jersey Colony».

– ?No lo adivina?

– Esta el Estado de New Jersey, la isla de Jersey frente a la costa francesa, los sueters Jersey…

– Tambien es una raza vacuna.

– ?Que?

– Recuerde la cancion infantil: «Eh, jugad, jugad, / El gato y el violin, / La vaca salto a la Luna.»

El presidente le miro un momento sin comprender y despues solto una carcajada. Cuando dejo de reir, dijo:

– Dios mio, vaya una ironia. La mayor hazana del hombre recibio el nombre de una vaca de un cuento de Maricastana.

– Es realmente exquisita -dijo Jessie.

– Si, es magnifica -convino Pitt-. Nunca te cansas de mirarla.

Contemplaban extasiados La Dorada, que ahora estaba en la sala central del East Building de la National Gallery de Washington. El pulido cuerpo de oro y la brunida cabeza de esmeralda resplandecian bajo los rayos del sol que se filtraban a traves de la gran claraboya. El espectacular efecto era asombroso. El desconocido artista indio la habia esculpido con una gracia y una belleza irresistibles. Su posicion era relajada, con una pierna delante de la otra, los brazos ligeramente doblados en los codos, y las manos extendidas hacia afuera.

Su pedestal de cuarzo rosa descansaba sobre un solido bloque de palisandro del Brasil de metro y medio de altura. El corazon arrancado habia sido substituido por otro de cristal carmesi que casi igualaba el esplendor del rubi original.

Una enorme muchedumbre contemplaba maravillada la deslumbrante obra. Una cola de visitantes se extendia fuera de la galeria casi medio kilometro. La Dorada superaba incluso, en cuanto a asistencia, el record de los artefactos del Rey Tut.

Todos los dignatarios de la capital acudieron a rendir su homenaje. El presidente y su esposa acompanaron a Hilda Kronberg-LeBaron en la ceremonia previa a la inauguracion. La satisfecha anciana de ojos chispeantes permanecio sentada en su silla de ruedas y sonrio una y otra vez mientras el presidente homenajeaba a los dos hombres de su pasado con un breve discurso. Cuando la ayudo a levantarse de su silla para que pudiese tocar la estatua, no habia un ojo seco en toda la sala.

– Es extrano -murmuro Jessie-, cuando piensas en como empezo todo con el naufragio del Cyclops y termino con el naufragio del Maine.

– Solo para nosotros -dijo distraidamente Pitt-. Para ella empezo hace cuatrocientos anos en una selva brasilena.

– Cuesta imaginar que una cosa tan bella haya causado tantas muertes.

El no la escuchaba y no replico.

Ella le dirigio una mirada curiosa. Pitt contemplaba fijamente la

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