meteorologicos, Charlie Mahoney -un investigador cientifico de la Universidad de Stanford- estaba amarrado a una silla delante de los sensores que median la temperatura, la humedad, la presion, los vientos y los flujos.

– No lo vas a creer -respondio con su acento de Georgia-, pero la ultima sonda que lance para obtener un perfil marco vientos horizontales de una velocidad de trescientos cincuenta kilometros mientras caia a traves de la tormenta hasta el mar.

– No me extrana que la pobre Gertie este recibiendo una paliza de cuidado.

Boozer no acababa de decirlo cuando el avion entro en una zona calma y el sol se reflejo en el fuselaje y las alas de aluminio. Acababan de entrar en el ojo de Lizzie. Abajo, el mar revuelto reflejaba el azul del cielo. Era como volar en un cilindro gigantesco limitado por una masa de nubes que giraban a gran velocidad. Boozer tenia la sensacion de estar volando en un enorme remolino que llegaba hasta el infierno.

Barrett comenzo a volar en circulo dentro del ojo para que los meteorologos recogieran los datos que necesitaban. Despues de casi diez minutos, vario el rumbo y el Orion volvio a dirigirse al terrible muro gris. Una vez mas, el avion comenzo a sacudirse como si lo atacara la furia de los dioses.

De pronto el avion se inclino sobre una de las alas como si el puno de un gigante lo hubiese golpeado por estribor. Todo lo que no estaba sujeto -papeles, carpetas, tazas de cafe- salio disparado y fue a estrellarse contra el mamparo de la cabina. La tremenda rafaga no habia acabado de pasar cuando otra todavia mas fuerte hizo que el avion brincara como si fuese un planeador de madera atado a un ventilador, y de nuevo los objetos se estrellaron, esta vez contra el otro lado de la cabina.

El doble golpe fue como el rebote de una pelota de tenis contra una pared. Barrett y Boozer se quedaron casi paralizados por el asombro. Ninguno de los dos se habia encontrado nunca con una rafaga de viento de semejante magnitud, y menos con dos, en un margen de una fraccion de segundo. Era algo imposible de creer.

El Orion comenzo a caer sin control hacia babor. Barrett noto una subita perdida de potencia y su mirada busco inmediatamente en el panel de instrumentos la indicacion de un fallo mientras luchaba para nivelar el aparato.

– No hay lectura del motor numero cuatro. ?Alcanzas a ver si la helice funciona?

– ?Oh, Dios mio! -exclamo Boozer, que miraba por la ventanilla-. ?Hemos perdido el motor numero cuatro!

– ?Entonces apagalo! -replico Barrett.

– No podemos apagarlo. Se ha caido.

Con la mente y el cuerpo concentrados en la tarea de nivelar al Orion, Barrett no tomo la informacion de Boozer en su sentido literal. Notaba que habia algo absolutamente anormal en la aerodinamica. El avion no respondia a los movimientos de la palanca ni de los pedales, y si habia alguna respuesta era muy lenta. Era como si hubiesen colgado un enorme peso en el ala derecha y tuvieran que arrastrarlo.

Por fin consiguio nivelar a Gertie. Solo entonces capto el verdadero significado de las palabras de su copiloto. Era la perdida del motor, arrancado de sus soportes por la fuerza de la tormenta, la causa de que perdiera el control y de que existiera el tiron por estribor. Se inclino para mirar a traves de la ventanilla de Boozer.

En el lugar donde habia estado el motor en el ala habia ahora un hueco donde asomaban los soportes retorcidos, las tuberias hidraulicas, de aceite y combustible cortadas, las bombas aplastadas y los cables electricos. No podia ser cierto, penso Barrett, incredulo. Los motores no se desprendian de los aviones, ni siquiera en la peor de las turbulencias. Entonces conto casi treinta agujeros pequenos donde habian saltado los remaches. Su inquietud crecio al ver varias grietas en el revestimiento de aluminio.

Una voz desde el compartimiento principal sono en sus auriculares.

– Aqui tenemos a unos cuantos heridos y la mayor parte del equipo esta averiado o apenas si funciona.

– Aquellos que esten ilesos, que atiendan a los heridos. Regresamos a casa.

– Si lo conseguimos -opino Boozer con tono lugubre. Senalo a traves de la ventanilla de Barrett-. Se ha incendiado el numero tres.

– ?Apagalo!

– Proceso de apagado en marcha -respondio Boozer.

Barrett se sintio tentado de llamar a su esposa para decirle adios, pero no estaba dispuesto a rendirse. Haria falta un milagro para sacar a la maltrecha Gertie y su tripulacion fuera de la tormenta y aterrizar. Comenzo a musitar una plegaria mientras utilizaba toda su experiencia para pilotar al Orion a traves del vortice y llegar a una zona mas calmada. Si conseguian escapar de lo peor del caos, el resto se solucionaria solo.

Al cabo de veinte minutos el viento y la lluvia disminuyeron y comenzo a clarear. Entonces, cuando ya creia que faltaba muy poco para salir de la tormenta, Lizzie descargo otro golpe y envio una rafaga de viento que golpeo en el timon del aparato y practicamente hizo imposible pilotar el Orion.

Acababan de esfumarse todas las posibilidades de regresar sanos y salvos.

8

Los oceanos parecen estar en calma la mayor parte del tiempo. Las olas que no sobrepasan la altura de la cabeza de un perro pastor aleman dan la imagen de un gigante dormido, cuyo pecho sube y baja con cada respiracion. Esto no es mas que una ilusion que engana al desprevenido. Los marineros pueden echarse a dormir en las literas con el cielo despejado y el mar en calma y despertarse en medio de una tremenda tempestad que amenaza hundir a todas las embarcaciones que encuentre en su camino.

El huracan Lizzie tenia todos los ingredientes para causar una catastrofe sin limites. Si por la manana habia parecido desagradable, al mediodia ya era abominable, y para el atardecer se habia convertido en un demonio desatado. Los vientos de trescientos cincuenta kilometros no tardaron en superar los cuatrocientos kilometros. Azotaban y encrespaban el agua hasta generar unas olas de treinta metros de altura entre cresta y seno mientras el huracan avanzaba implacable hacia el banco de la Natividad y la Republica Dominicana, donde tocaria tierra por primera vez.

Acababan de izar el ancla y el Sea Sprite habia comenzado a navegar, cuando Paul Barnum se volvio por enesima vez para mirar hacia el este. Antes no habia notado ningun cambio. Pero ahora el horizonte, donde el agua de un color azul oscuro se encontraba con el azul zafiro del cielo, aparecia manchado por una cinta gris oscura que semejaba una lejana nube de polvo levantada por un viento calido a su paso por la pradera.

Barnum miro la pesadilla que avanzaba, asombrado por la rapidez con que crecia y tapaba el cielo. Nunca habia visto ni vivido la experiencia de enfrentarse a una tormenta que parecia moverse con la velocidad de un tren expreso. Incluso antes de que pudiera programar la velocidad y el rumbo en el ordenador que controlaba al piloto automatico, la tormenta cubria el sol con una mortaja al tiempo que tenia el cielo con el mismo color gris plomo del fondo de una sarten muy usada.

Durante las ocho horas siguientes, el Sea Sprite navego a toda maquina, mientras Barnum se empenaba en poner el maximo de distancia posible entre su casco y los afilados corales del banco de la Natividad. Sin embargo, cuando quedo claro que se le venia encima lo peor de la tormenta, comprendio que la mejor manera de capearla era salir a su encuentro y confiar en que el Sea Sprite fuera capaz de abrirse paso. Le dio una afectuosa palmadita al timon, como si fuese algo vivo en lugar de acero. Era un barco valiente, que habia resistido todos los embates del mar en los anos que habia navegado en las condiciones extremas de la region polar. Quiza recibiera un tremendo vapuleo, pero Barnum no tenia dudas de que saldria bien parado.

Se volvio hacia su primer oficial, Sam Maverick, que tenia todo el aspecto de un gamberro con la larga cabellera roja, la barba descuidada y un pendiente de oro en la oreja izquierda.

– Programe un nuevo rumbo, senor Maverick. Ochenta y cinco grados este. Dado que no podemos escapar de la tormenta, nos enfrentaremos a ella de cara.

Maverick miro las olas, que se elevaban sus buenos quince metros por encima de la popa, y sacudio la cabeza. Observo a Barnum con desconfianza como si su capitan hubiese perdido la chaveta.

– ?Quiere que viremos con este mar? -pregunto con voz pausada.

– Es el momento mas oportuno -replico Barnum-. Mejor ahora que cuando las olas comiencen a sacudirnos de verdad.

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