– No, estoy bien. Estoy ansiosa por conocerlas. -Concentrandose en la cara de Sarina, Isabella noto lo infantil y estupida que estaba siendo. Vivir en un gran palazzo desconocido lejos de casa, sin nadie que conociera, debia estar afectando a sus nervios. Muy bien podria volverse del tipo de las que se desmayan si no tenia cuidado. Se obligo a sonreir-. De veras, Sarina, no parezcas tan ansiosa. Lo prometo, estare bien.

– Signorina Vernaducci -Alberita hizo una reverencia ante ella, un gran logro cuando estaba barriendo energicamente hacia las paredes con una escoba-. Que bien verla de nuevo -Sonreia hacia Isabella incluso mientras saltaba entusiastamente hacia las telaranas.

Observando a la joven sirvienta saltar arriba y abajo, sin ni siquiera acercarse a los cielorasos, Isabella empezo a relajarse de nuevo. El ritmo normal de un palazzo estaba alli, apesar del enorme tamano, apesar de las corrientes subyacentes. La pequena Alberita, con todas sus travesuras, era parte de algo que Isabella reconocia. A una edad muy temprana ella habia ayudado a llevar el palazzo de su padre. Mas de una vez habia tratado con sirvientes cuyo entusiasmo alegraba la finca mucho mas que su contribucion al trabajo. El extrano humor de Isabella se disipo mientras la felicidad burbujeaba hacia arriba dentro de ella.

Sarina suspiro ruidosamente.

– Esa nunca aprendera -Aunque intentaba parecer severa, su tono rebosaba de regocijo. Ella e Isabella se miraron la una a la otra con total entendimiento. La risa se derramo entre ellas, y su diversion puso sonrisas en las caras de los sirvientes al alcance del oido.

Un sonoro crujido fue la unica advertencia. Despues el mango roto de la escoba de Alberita volo por el aire, justo hacia la cabeza de Isabella. Alberita chillo. Sarina empujo a Isabella. Isabella se encontro tirada en el suelo, y el mango de la escoba se hizo pedazos contra la pared justo sobre ella y cayo, rodando hasta golpear su cuerpo.

Alberita agitaba las manos salvajemente, chillando tan ruidosamente que los sirvientes llegaron corriendo de todas partes. Betto recogio los restos de la escoba antes de que pudiera hacer dano a nadie y los coloco cuidadosamente a un lado. Sarina siseo una afilada orden, y Alberita se puso una mano sobre la boca para ahogar sus gritos. Aun asi, estallo en un llanto histerico.

El Capitan Bartolmei entro apresuradamente, con una mano en la empunadura de su espada. Empujo a los sirvientes a un lado y cogio a Isabella, levantandola del suelo y empujandola tras el, escudandola con su cuerpo.

– ?Que ha ocurrido? -Su voz era aspera.

– Un accidente, nada mas -explico Sarina apresuradamente.

Algunos de los sirvientes empezaron a murmurar como afligidos o asustados.

– ?La escoba volo hacia ella! -grito una mujer.

– Eso es una estupidez, Brigita, y una absoluta falsedad -reprendio Sarina agudamente.

– ?Alberita la ataco! -acuso otro.

Cuando Alberita aullo una negativa y lloro aun con mas fuerza, el Capitan Bartolmei se acerco protectoramente a Isabella.

– Debemos informar de esto inmediatamente al don.

Isabella tomo un profundo aliento, desesperada por recuperar la compostura. Temia echarse a reir ante el completo absurdo de la situacion. No se atrevio, por que eso humillaria a la chica llorosa incluso mas.

– Creo que la joven Alberita deberia ir a la cocina y servirse una tranquilizadora taza de te. ?Alguien puede escoltarla a la cocina, Sarina? -Isabella sonrio serenamente, saliendo con confianza de detras del capitan-. Grazie, Capitan, por su rapida accion, pero, por supuesto, no podemos molestar a Don DeMarco con algo que fue solo un pequeno accidente. Fue solo una escoba rota. Alberita es muy entusiasta en su trabajo.

Avanzo decidida hacia la jovencita, ignorando la mano restrictiva del capitan.

– Tu duro trabajo se aprecia mucho. Ve con Brigita ahora, Alberita, y tomate una agradable taza de te para tranquilizarte.

– Debes ser mas cuidadosa, chica -espeto el Capitan Bartolmei-. Si le ocurriera algo a la Signorina Vernaducci, todos estariamos perdidos.

Isabella rio suavemente.

– Vamos, Capitan, hara que todo el mundo crea que me deje atemorizar por una escoba.

Rolando Bartolmei se encontro incapaz de resistir su sonrisa traviesa.

– Eso no puede ser -estuvo de acuerdo.

– ?Rolando? -La voz era joven, intentaba ser imperiosa pero vacilo alarmantemente-. ?Que esta pasando?

Los sirvientes, Isabella y el Capitan Bartolmei giraron las caras hacia los recien llegados. Dos mujeres, obviamente aristocratiche, de pie junto a Sergio Drannacia, esperando una explicacion. Pero fue el hombre alto y guapo hombre tras ellos quien capto la atencion de Isabella y robo el aliento de sus pulmones.

Don DeMarco estaba absolutamente inmovil. Su pelo largo flotaba alrededor de el, desmelenado y espeso. Sus ojos llameaban con fuego, los ojos de un depredador, enfocados, fijos en la presa. Por un momento su imagen brillo tenuemente, haciendo que pareciera un leon mirando implacable y despiadadamente al hombre que estaba tan cerca de Isabella.

El mismo aire de la habitacion se inmovilizo, como si cualquier movimiento, cualquier sonido, pudiera disparar un ataque. Los sirvientes miraron apresuradamente al suelo. El Capitan Bartolmei se inclino ligeramente, evitando los ojos del don.

Las dos mujeres se giraron para mirar tras ella. Ante la vision del don una de ellas grito, su cara se quedo completamente blanca. Se habria derrumbado sobre el suelo si Sergio Drannacia no la hubiera cogido y estabilizado.

Fue Isabella quien se movio primero, rompiendo la tension.

– ?Esta enferma la mujer? -Se apresuro a traves del pequeno grupo de sirvientes que rodeaban a la mujer y a Drannacia, y se dirigio directamente hacia Don DeMarco. Levanto la mirada hacia el-. ?No deberiamos ofrecerle un dormitorio?

El Capitan Bartolmei aparto a la mujer de Sergio, dandole una pequena sacudida. Inclino la cabeza y le susurro ferozmente, su cara estaba tensa de verguenza. Betto batio palmas y gesticulo hacia los sirvientes, dispersandolos rapidamente, enviandolos de vuelta a sus quehaceres.

– El te esta servido en el cuarto de dibujo -anuncio a su don, y se perdio de vista como solo un sirviente con mucha practica podia hacer.

– No hay necesidad de un dormitoro -respondio el Capitan Bartolme sombriamente-. Mi esposa esta perfectamente bien. Me disculpo por su conducta.

La joven aparto la cabeza, pero no antes de que Isabella viera lagrimas brillando en sus ojos ante la dura reprimenda que habia recibido de su esposo. La mujer del Capitan Bartolmei mantuvo la cabeza baja mientras paseaban a traves de los salones hasta la habitacion de dibujo.

En realidad, Isabella sentia pena por la chica. Mas de una vez su padre la habia censurado publicamente. Conocia la humillacion absoluta de semejante accion. Sabia lo que costaba en fuerza y orgullo tener que enfrentar a los que habian presenciado la reprimenda.

El don igualo sus largas zancadas con las de Isabella, su mano descansaba ligeramente sobre el brazo de ella, su cuerpo estaba bastante cerca.

– ?Te importaria explicar por que el capitan estaba cogiendote de la mano? -Su voz fue baja pero ronroneo con una amenaza que provoco un estremecimiento en su espina dorsal de Isabella. Su palma se deslizo a lo largo del brazo para tomar posesion de la mano, sus dedos se colaron firmemente entre los de el.

La mirada sobresaltada de ella salto a su cara.

– ?Es eso lo que parecia? Que horrible. Estaba preocupado por mi seguridad y seguia empujandome tras el. - Isabella sacudio la cabeza-. No me sorprende que su mujer se pusiera histerica. ?Que debe haber pensado la pobre mujer?

Algo peligroso titilo en las profundidades de los ojos de el.

– ?Por que te importaria lo que pensara ella? ?No es lo que pienso yo de suprema

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