– Yo tengo ocupaciones aqui en el castello, Sergio -anuncio Rolando Bartolmei pesarosamente-. ?Te ocuparas de que la Signora Bartolmei llegue a salvo a casa por mi?

Theresa parecio dispuesta a protestar, pero contuvo su objecion, bajando la vista a las puntas de sus zapatos en vez de eso.

– Quizas el Capitan Bartolmei pueda escoltarla a su habitacion, Signorina Vernaducci -dijo Violante con inesperada malicia-. solo para asegurarse de que no se pierde.

Theresa se sobresalto visiblemente y miro fijamente a Violante, claramente sorprendida.

– Me alegrara escoltarla -estuvo de acuerdo el Capitan Bartolmei, inclinandose galantemente, ignorando los rasgos palidos de su esposa.

– Eso no sera necesario, signore, pero grazie. Ya conozco el camino a traves del palazzo bastante bien. Sarina me ha estado ayudando. No querria alejarle de sus obligaciones -Isabella sonrio, pero en su interior estaba temblando, una senal de que algo iba muy mal. La oleada de poder habia sido inesperadamente fuerte, haciendo presa en los celos de Theresa. Isabella deseo que se marcharan todos, temiendo que la malevolencia aumentara-. Aprecio el que ambos hayan traido a sus esposas para conocerme.

El Capitan Bartolmei toco la mano de su esposa brevemente, inclinandose hacia los demas, y saliendo de la habitacion. Sergio Drannacia tomo el brazo de Violante y escolto a las dos mujeres fuera, inclinandose primero hacia Isabella.

Isabella suspiro suavemente y sacudio la cabeza. Las fincas eran iguales en todas partes, llenas de mezquinas rivalidades, sospechas, celos, e intrigas. El palazzo de Don DeMarco, sin embargo, era de algun modo diferente. Algo se agazapaba a la espera, observando, escuchando, habiendo presa en las debilidades humanas. Se sentia cansada, agotada y alarmada. Nadie mas parecia notar que algo iba mal; no sentian la presencia del mal como lo hacia ella.

Espero unos pocos minutos por Sarina, pero cuando el ama de llaves no aparecio, y las sombras empezaron a alargarse en la habitacion, Isabella decidio ir a su dormitorio. Parecia ser el cuatro mas tranquilo del palazzo. Comenzo a atravesar los amplios salones, levantando la mirada hacia el artesonado, las tallas de leones en variadas posiciones, algunos grunendo, algunos observando intensamente. Isabella empezo a sentirse como si estuviera siendo realmente observada, un sensacion caprichosa en medio de los grabados, tallas y esculturas.

– Isabella -oyo su nombre yendo a la deriva salon abajo. Lo habian pronunciado tan bajo que apenas lo capto. Por un momento Isabella se quedo inmovil, esforzandose por escuchar. ?Habia sido Francesca? Parecia su voz, un poco incorporea, pero esto era algo que Francesca podria hacer. Esconderse y llamarla. Al momento su corazon se aligero un poco ante la idea de ver a su amiga.

Curiosa, Isabella giro a lo largo del corredor e inmediamente llego a una puerta que sabia conduca a los corredores de los sirivientes. Estaba ligeramente entreabierta, como si Francesca la hubiera dejado deliberadamente abierta para captar su atencion. La voz susurro de nuevo, pero esta vez tan baja que Isabella no pudo captar las palabras reales. Francesca parecia estar en movimiento, decidida a jugar un juego impulsivo.

Encontrando la voz imposible de resistir, Isabella se deslizo a traves de la puerta y se encontro en uno de los estrechos corredores utilizados por los sirvientes para llegar rapidamente de un extremo del palazzo a otro. Ni siquiera en su propia hacienda Isabella habia explorado nunca la red de entradas y escaleras de los sirvientes. Intrigada, empezo a caminar a lo largo del salon, siguiendo los giros y vueltas. Habia escaleras que conducian hacia arriba y a traves y sobre y llevaban a mas escaleras. Eran pronunciadas e incomodas, nada parecido a las ornamentadas escaleras en espiral del palazzo, que conectaban los varios pisos y alas.

Habia pocos soportes para antorchas, y las sombras se alargaban y crecian, y una pesadez crecio en su corazon junto con ellas. Se detuvo un momento para orientarse, a medio camino de subida de otra pronunciada escalera.

justo cuando estaba dando la vuelta, Isabella volvio a oir el misterioso susurro.

Estaba en algun lugar justo delante. Se movio rapidamente por la estrecha y curvada escalera, siguiendo el suave sonido. Habia tenido la precaucion de mantenerse lejos del ala donde Don DeMarco tenia su residencia. Insegura de si la escalera habia torcido hacia atras y luego hacia adelante hacia el ala de el, Isabella dudo, aferrando el pasamanos con una mano con indecision. Estaba confusa en lo referente a donde se estaba dirigiendo, lo que era raro, ya que siempre habia tenido un notable sentido de la orientacion. Todo parecia diferente, y esa extrana sombra en su corazon crecia mas larga y mas pesada. Seguramente si terminaba accidentalmente en el lado equivocado del palazzo, seria perdonada. Era una forastera, y el lugar era enorme.

El suave susurro llego de nuevo, la voz de una mujer la llamaba. Isabella empezo de nuevo a escalar las interminable escaleras. Esta se bifurcaba en muchas direcciones, conduciendo a amplios salones y estrechos corredores. No habia visto nada de esto con Sarina y estaba irremediablemente perdida. No tenia ni idea de en que piso estaba o siquiera hacia que direccion miraba.

Una puerta estaba parcialmente abierta, el frio aire del exterior entro en una rafaga. Se sintio bien sobre la piel. Isabella estaba acalorada, pegajosa y sin aliento. Dio un paso saliendo por la puerta lateral, contemplando con respeto el brillante paisaje blanco. Estaba definitivamente a gran altura, en el tercer piso, y el balcon era pequeno, solo un saliente con forma de media luna con un amplio pasamanos. Cuando dio un paso hacia el borde, la puerta se cerro de golpe tras ella.

Isabella la miro con atonita sorpresa. Intento accionar la manilla, pero la puerta no se movio. Exasperada, empujo la puerta, despues la golpeo insensatamente hasta que recordo que no era probable que nadie estuviera cerca de la entrada. Estaba encerrada fuera en el frio vistiendo solo un fino vestido de dia. El balcon estaba helado, resbaladizo bajo sus zapatos. El viento tiraba de sus ropas, atravesandola con su aliento helado. Repentinamente comprendio que estaba en el balcon de una de las torres redondas, y bajo ella estaba el infame patio donde un DeMarco habia dado muerte a su esposa.

– ?Como consigues meterte en estos lios? -pregunto en voz alta, dando pasitos hacia la barandila del balcon y agarrandose a la pared que rodeaba su diminuta prision. Aferrando el borde, se inclino hacia afuera, mirando abajo, esperando que hubiera alguien a la vista y poder atraer su atencion.

Cuando descanso su peso contra la barandilla, sintio la oleada de poder, de alegria, fluyendo a su alrededor, el aire se espeso con malicia. Sin advertencia las baldosas se desmoronaron bajo ella. Estaba cayendo a traves del espacio, sus dedos aranaron en busca de algo solido, un grito desgarro su garganta. Se cogo al cuello de uno de los leones de piedra que guardaban el lateral pronunciado del castello. Por un momento casi se resbalo, pero se las arreglo para rodear la melena de la estatua con sus brazos.

Isabella grito de nuevo, alto y largo rato, esperando atraer la atencion de alguien sobre su aprieto. No podia subir su cuerpo sobre el leon esculpido, y le dolian los brazos por estar colgada. La nieve se habia recogido sobre el marmol liso, volviendolo frio como el hielo y muy resbaladizo. Isabella cerro los dedos y rezo pidiendo ayuda.

El sol se habia puesto, y la oscuridad caia sobre las montanas. El viento se alzo y ataco ferozmente su cuerpo colgado con heladas bocanadas. Se estaba empezando a enfriar tanto que sus manos y pies estaban casi entumecidos.

– ?Signorina Isabella! -la voz sorprendida de Rolando Bartolmei llego desde arriba. Levanto la mirada para encontrarle inclinado sobre el balcon, su cara estaba palida de preocupacion.

– Cuidado -su advertencia fue un simple graznido.

– ?Puede alcanzar mi mano?

Isabella cerro los ojos brevemente, temiendo que si miraba abajo caeria. Mirar hacia arriba era incluso mas aterrador. Su corazon estaba palpitando, y saboreo el terror. Alguien, algo habia arreglado su accidente. Alguien la queria muerta. Habia sido conducida directamente a una trampa. El Capitan Bartolmei estaba sobre el balcon. Tenia que soltarse de su leon y confiar en que el tirara de ella hacia arriba.

– Mireme -ordeno el-. Levante el brazo y tome mi mano ahora mismo.

Se aferro al leon de piedra pero se las arreglo para levantar la mirada hacia su rescatador.

– ?Esta herida? -La voz del Capitan Bartolmei bordeaba la desesperacion-. ?Respondame! -Esta vez utilizo su autoridad, ordenando conformidad. Su mano estaba a centimetros de las de ella y se inclinaba hacia abajo-.

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