Tengo la impresion de que hoy te echo de menos mas que nunca. Estoy en los archivos universitarios de Roma. He estado aqui seis veces durante los ultimos dos anos. Los guardias me conocen, los archivistas me conocen, el camarero del cafe de enfrente me conoce, y le gustaria conocerme mejor, si yo no le rechazara con frialdad, fingiendo que no reparo en su interes. El archivo contiene documentacion sobre una epidemia desatada en 1517, cuyas victimas solo desarrollaban una marca, una herida roja en el cuello. El Papa ordeno que les clavaran una estaca en el corazon antes de ser enterradas y les pusieran ajo en la boca. En 1517. Intento hacer un mapa a traves del tiempo de sus movimientos, o de los movimientos de sus sirvientes, puesto que es imposible saber la diferencia. El mapa, en realidad una lista en mi libreta, ya ocupa muchas paginas. Aunque aun no se de que me va a servir. Mientras trabajo, espero descubrirlo.

Tu madre que te quiere,

Helen

Septiembre de 1963

Querida hija:

Casi estoy preparada para tirar la toalla y volver contigo. Tu cumpleanos es este mes.

?Como puedo perderme otro cumpleanos? Volveria contigo ahora mismo, pero se que si lo hago volvera a suceder lo mismo. Sentire mi suciedad, como hace seis anos. Sentire su horror, vere tu perfeccion. ?Como puedo estar cerca de ti sabiendo que estoy contaminada?

?Que derecho tengo a tocar tu suave mejilla?

Tu madre que te quiere,

Helen

Octubre de 1963

Querida hija:

Estoy en Asis. Estas asombrosas iglesias y capillas que trepan a su colina me colman de desesperacion. Podriamos haber venido aqui, tu con tu vestidito y el sombrero, y yo, y tu padre, todos cogidos de las manos, como turistas. En cambio estoy trabajando entre el polvo de una biblioteca monacal, leyendo un documento de 1603. Dos monjes murieron aqui en diciembre de aquel ano. Los encontraron en la nieve, con sus gargantas levemente mutiladas. Mi latin se ha conservado bastante bien, y mi dinero compra toda la ayuda que necesito en materia de interpretes, traductores y tintorerias. Al igual que visados, pasaportes, billetes de tren, un falso documento de identidad. Nunca tuve dinero cuando era pequena. Mi madre, en el pueblo, apenas sabia que aspecto tenia. Ahora estoy aprendiendo que lo compra todo. No, todo no. No todo lo que quiero.

Tu madre que te quiere,

Helen

69

Aquellos dos dias en Bachkovo fueron los mas largos de mi vida. Queria ir de inmediato a la fiesta prometida. Queria que empezara cuanto antes, con el fin de seguir la pista de aquella palabra de la cancion, dragon, hasta su lugar de origen. No obstante, tambien temia el momento que seguiria de manera inevitable, cuando esa posible pista tambien se desvaneciera como humo, o descubriera que no estaba relacionada con nada. Helen ya me habia advertido de que las canciones tradicionales eran muy escurridizas. Sus origenes tendian a perderse con el paso de los siglos, sus textos cambiaban y evolucionaban, sus interpretes muy pocas veces sabian de donde procedian y que antiguedad tenian.

– Eso es lo que las convierte en canciones tradicionales -dijo Helen con aire melancolico, al tiempo que alisaba el cuello de mi camisa, sentados en el patio, el segundo dia de nuestra estancia en el monasterio. No era propensa a las caricias de ese estilo, por lo cual supe que estaba preocupada. Yo tenia los ojos irritados y me dolia la cabeza, mientras contemplaba los adoquines banados por el sol que las gallinas picoteaban. Era un lugar hermoso, extrano y exotico para mi, y veiamos la vida discurrir tal como lo habia hecho desde el siglo VI: las gallinas buscaban gusanos, el gato jugaba cerca de nuestros pies, la luz brillante latia en la hermosa mamposteria roja y blanca que nos rodeaba. Ya casi no podia experimentar su belleza.

La segunda manana desperte muy temprano. Pense que tal vez habia oido sonar las campanas, pero no pude decidir si eso habia sido en suenos. Desde la ventana de mi celda, con su tosca cortina, crei ver a cuatro o cinco monjes entrar en la iglesia. Me vesti (Dios, que sucia estaba mi ropa ya, pero no podia perder el tiempo lavandola) y baje en silencio la escalera que descendia desde la galeria al patio. Era muy temprano, aun estaba oscuro, y la luna se estaba poniendo sobre las montanas. Pense por un momento en entrar en la iglesia y quedarme cerca de la puerta, que habian dejado abierta. De dentro salia la luz de las velas y un olor a cera quemada e incienso, y el interior, que a mediodia estaba muy oscuro, a esta hora era calido e invitador. Oi cantar a los monjes. La melancolia del sonido se clavo en mi corazon como una daga. Era probable que estuvieran haciendo esto una sombria manana de 1477, cuando los hermanos Kiril y Stefan y los demas monjes habian abandonado las tumbas de sus hermanos martirizados (?en el osario?) y emprendido viaje a traves de las montanas, con el tesoro en su carreta. Pero ?que direccion habian tomado? Me volvi hacia el este, despues hacia el oeste, por donde la luna estaba desapareciendo a marchas forzadas, y despues hacia el sur.

Una brisa habia empezado a agitar las hojas de los tilos, y al cabo de pocos minutos vi la primera luz del sol que llegaba desde el otro lado de las laderas y sobre los muros del monasterio. Despues, con cierto retraso, un gallo canto en algun lugar del monasterio.

Habria sido un momento de placer exquisito, el tipo de inmersion en la historia con el que siempre habia sonado, si hubiera estado de humor. Descubri que estaba dando la vuelta poco a poco, como si quisiera intuir la direccion que habia seguido el hermano Kiril. En algun lugar habia una tumba cuyo emplazamiento se habia perdido tanto tiempo atras que hasta el conocimiento de su ubicacion se habia desvanecido. Podia estar a un dia a pie, a tres horas, a una semana. «No mucho mas lejos y sin incidentes», habia dicho Zacarias.

?Que distancia era «no mucho mas lejos»? ?Adonde habian ido? La tierra se estaba despertando (aquellas montanas boscosas con sus afloramientos rocosos polvorientos, el patio adoquinado que pisaba y la granja y prados del monasterio), pero guardaba su secreto.

A eso de las nueve de la manana nos fuimos en el coche de Ranov, con el hermano Ivan en el asiento de delante. Tomamos la carretera que seguia el rio durante unos diez kilometros, y despues el rio dio la impresion de desaparecer. La carretera siguio un valle largo y seco, con curvas y mas curvas entre las colinas. Ver este paisaje desperto algo en mi memoria. Di un codazo a Helen y ella me miro con el ceno fruncido.

– Helen, el valle del rio.

Entonces su rostro se ilumino y dio unos golpecitos con los dedos en el hombro de Ranov.

– Pregunte al hermano Ivan por el rio de este valle. ?Lo hemos cruzado en algun

momento?

Ranov hablo al hermano Ivan sin volverse y nos informo.

– Dice que el rio se seco. Ahora lo hemos dejado atras, donde cruzamos el ultimo puente.

Ya no hay agua en el valle.

Helen y yo nos miramos en silencio. Delante, hacia el final del valle, vi dos picos abruptos que se alzaban sobre las colinas, dos montanas solitarias como alas angulares. Y entre ellas, todavia muy lejos, vimos las torres de una pequena iglesia. De pronto Helen busco mi mano.

Unos minutos despues nos internamos por una pista de tierra, obedeciendo el letrero de un pueblo al que llamare Dimovo. Despues la pista se estrecho y Ranov freno delante de la iglesia, aunque Dimovo no se veia.

La iglesia de Sveti Petko el Martir era muy pequena (una capilla de albanileria maltratada por los elementos), aposentada en un prado que tal vez se habia utilizado para acumular heno durante la estacion. Dos robles retorcidos formaban un refugio sobre ella, y a su lado se acurrucaba un cementerio como nunca habia visto, tumbas de campesinos, algunas de las cuales se remontaban al siglo XVIII, explico Ranov con orgullo.

– Es una tradicion. Hay muchos sitios como este en los que, todavia ahora, se entierran a los trabajadores agricolas. -Las lapidas eran de madera o piedra, con un remate triangular encima, y muchas tenian lamparitas en su base-. El hermano Ivan dice que la ceremonia no empezara hasta las once y media -nos informo Ranov-. Ahora

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