ensenado el monasterio el dia anterior-. Haga el favor de sostener a mi hija. -Te cogio, sin tanta torpeza como yo esperaba, y te sostuvo en brazos. Tu te pusiste a llorar-. Venga -dije al abad. Le arrastre hacia la cripta e indico a los monjes con un gesto que no nos siguieran. Bajamos los peldanos a toda prisa. En el gelido agujero, donde el hermano Kiril habia dejado dos velas ardiendo, me volvi hacia el abad-. No es necesario que cuente a nadie esto, pero debo ver el interior del sarcofago. -Hice una pausa para dotar de mayor enfasis a mis palabras-. Si no me ayuda, descargare todo el peso de la ley sobre su monasterio.

Me lanzo una mirada (?de miedo?, ?de resentimiento?, ?de compasion?) y se encamino a un extremo del sarcofago. Juntos deslizamos a un lado la pesada losa, lo suficiente para atisbar en el interior. Alce una vela. El sarcofago estaba vacio. El abad abrio los ojos sorprendido y volvio a colocar la losa en su sitio con un energico empujon. Nos miramos. Tenia un hermoso y astuto rostro galo, que en otras circunstancias me habria gustado muchisimo.

– Le ruego que no diga nada de esto a los hermanos -susurro, y luego se volvio y subio la escalera.

Le segui, mientras me esforzaba por decidir que debia hacer a continuacion. Volveriamos de inmediato a Les Bains, conclui, y avisariamos a la policia. Tal vez Helen habia decidido volver a Paris antes que nosotros (aunque no podia imaginar por que), o incluso a casa.

Notaba un terrible martilleo en los oidos, el corazon en la garganta, el sabor de la sangre en la boca.

Cuando volvi a entrar en los claustros, donde el sol estaba banando la fuente y los pajaros cantaban sobre el antiguo pavimento, supe lo que habia ocurrido. Habia intentado durante una hora no pensar en ello, pero ahora casi no necesitaba ya la noticia, la escena de los dos monjes que corrian hacia el abad dando voces. Recorde que los habia enviado a buscar extramuros, en los huertos, en los bosquecillos de arboles secos, en los afloramientos rocosos. Acababan de emerger de la ladera empinada, y uno de ellos senalaba hacia el borde del claustro donde Helen y yo nos habiamos sentado el dia anterior, contigo en medio, y contemplado el abismo insondable.

– ?Senor abad! -grito uno, como si no se atreviera a hablarme-. ?Senor abad, hay sangre en las rocas! ?Alli abajo!

No existen palabras para momentos como ese. Corri hacia el borde de los claustros,

aferrado a ti, sintiendo tu mejilla suave como un petalo contra mi cuello. Mis primeras lagrimas se estaban agolpando en los ojos, ardientes y amargas como nunca. Mire por encima del muro bajo. En un afloramiento rocoso que habia a unos cinco metros mas abajo, distingui una mancha escarlata, no muy grande pero inconfundible bajo el sol de la manana.

Mas alla bostezaba el abismo, se elevaba la niebla, las aguilas cazaban, las montanas caian hacia sus raices. Corri en direccion a la puerta principal y sali. El precipicio era tan empinado que, aunque no te hubiera sujetado, jamas habria podido bajar hasta el primer afloramiento. Me quede mirando, invadido por una sensacion de perdida, en aquella hermosa manana. Entonces me alcanzo el dolor, un fuego indecible.

77

Me quede tres semanas en Le Bains y en el monasterio, registrando despenaderos y bosques con la policia local y un equipo llegado desde Paris. Mis padres volaron a Francia y dedicaron horas a jugar contigo, a darte de comer, a empujar tu cochecito por la ciudad.

Creo que era eso lo que hacian. Llene formularios en oficinas lentas y pequenas. Hice llamadas telefonicas inutiles, buscando palabras francesas que expresaran la urgencia de mi perdida. Dia tras dia recorri los bosques que se extendian al pie del precipicio, a veces en compania de un detective de expresion fria y su equipo, a veces solo con mis lagrimas.

Al principio solo deseaba ver a Helen viva, caminando hacia mi con su habitual sonrisa severa, pero al final me contente con el amargo anhelo de recobrar su forma rota, con la esperanza de toparme con ella entre las rocas y los arbustos. Si podia llevarme su cuerpo a casa (o a Hungria, pensaba a veces, aunque como lograria entrar en la Hungria controlada por los sovieticos era un enigma), me quedaria algo de ella que honrar, que enterrar, alguna manera de terminar con esto y estar a solas con mi dolor. Casi no queria admitir que queria recuperar su cuerpo por otro motivo, para asegurarme de que su muerte habia sido completamente natural, o por si era preciso que le prestara el mismo servicio que a Rossi.

?Por que no podia encontrar su cuerpo? A veces, sobre todo por las mananas, pensaba que solo se habia caido, que nunca nos habria dejado a proposito. Entonces podia creer que tenia una especie de tumba inocente y elemental en el bosque, aunque jamas pudiera encontrarla. Pero por la tarde solo recordaba sus depresiones, sus extranos estados de animo.

Sabia que la lloraria el resto de mi vida, pero la ausencia de su cuerpo me atormentaba. El medico de la localidad me dio tranquilizantes, que tomaba de noche para poder dormir y hacer acopio de fuerzas para volver a registrar los bosques al dia siguiente. Cuando la policia se dedicaba a otros asuntos, buscaba solo. A veces descubria objetos diversos en la maleza: piedras, chimeneas derrumbadas, y en una ocasion parte de una gargola rota.

?Habria caido hasta el mismo lugar que Helen? Quedaban pocas gargolas en las murallas del monasterio.

Por fin, mis padres me convencieron de que no podia continuar asi indefinidamente, de que debia llevarte a Nueva York una temporada, de que siempre podia regresar y volver a investigar. Se habia dado la alerta a todas las policias de Europa, por mediacion de la francesa. Si Helen estaba viva (decian en tono tranquilizador), alguien la encontraria. Al final, me rendi no debido a esos consuelos, sino a causa del bosque en si mismo, de la meteorica profundidad de los riscos, de la densidad de la maleza, que desgarraba mi chaqueta y pantalones cuando me abria paso entre ella, del terrible tamano y altura de los arboles, del silencio que me rodeaba siempre que paraba de moverme y buscar y me quedaba quieto unos minutos.

Antes de irnos, le pedi al abad que rezara una oracion por Helen en el sitio desde donde habia saltado. Llevo a cabo una ceremonia, con todos los monjes congregados a su alrededor, alzando al aire un objeto ritual tras otro (me daba igual lo que fueran en realidad) y cantando a una inmensidad que se trago su voz al instante. Mis padres estaban a mi lado, mi madre se enjugaba las lagrimas, y tu te removias en mis brazos. Yo te sujetaba con fuerza. Durante aquellas semanas casi habia olvidado la suavidad de tu pelo oscuro, la fuerza de tus piernas rebeldes. Por encima de todo, estabas viva. Respirabas contra mi barbilla y tu bracito rodeaba mi cuello, como en senal de camaraderia. Cuando un sollozo me estremecia, me agarrabas del pelo, tirabas de mi oreja. Contigo en brazos, jure que

intentaria recobrar algo de vida, una especie de vida.

78

Barley y yo nos miramos. Al igual que las cartas de mi padre, las postales de mi madre se interrumpian sin proporcionarme demasiada informacion sobre el presente. Lo principal, lo que se habia grabado a fuego en mi cerebro, eran las fechas. Mi madre las habia escrito despues de su muerte.

– Mi padre ha ido al monasterio -dije.

– Si -contesto Barley. Recogi las postales y las deje sobre el sobre de marmol de la comoda.

– Vamonos -dije. Busque en mi bolso, saque el pequeno cuchillo de plata de su funda y lo guarde con sumo cuidado en el bolsillo. Barley se inclino y me beso en la mejilla.

– Vamonos -dijo.

La ruta hasta Saint Matthieu era mas larga de lo que yo recordaba, polvorienta y calurosa incluso al atardecer. No habia taxis en Les Bains (al menos ninguno a la vista), de modo que nos fuimos a pie, caminando a buen paso a traves de tierras de labranza onduladas hasta llegar a la linde del bosque. Desde alli la carretera empezaba a ascender. Internarse en el bosque, con su mezcla de olivos y pinos, sus altisimos robles, era como entrar en una catedral. El ambiente era oscuro y fresco, y bajamos la voz, aunque no habiamos hablado mucho. Yo tenia hambre, pese a mi angustia. No habiamos esperado al cafe del jefe de comedor. Barley se quito la gorra de algodon que llevaba y se seco la frente.

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