dormias la siesta. Tu rostro se veia sereno, pero el de Helen estaba cubierto de lagrimas, y por un segundo no fue consciente de mi presencia.
La tome en mis brazos y senti, con un escalofrio, que solo me lo devolvia en parte. No me revelo cual era el motivo de su preocupacion, y despues de insistir algunas veces, ya no me atrevi a hacerle mas preguntas. Por la noche hizo bromas acerca de la comida y los claveles que habia traido, pero a la semana siguiente volvi a encontrarla llorando, silenciosa de nuevo, examinando un libro de Rossi, que me habia dedicado cuando empezamos a trabajar juntos. Era su colosal volumen sobre la civilizacion minoica, y estaba abierto sobre su regazo por la fotografia de un altar sacrificial de Creta, tomada por el propio Rossi.
– ?Donde esta la nina? -pregunte.
Helen levanto la cabeza poco a poco y me miro fijamente, como si intentara recordar que ano era.
– Esta dormida.
Me descubri resistiendo el impulso de ir a la habitacion para comprobarlo.
– ?Que pasa, carino?
Aparte el libro y la abrace, pero ella meneo la cabeza sin decir nada. Cuando por fin entre a verte, te acababas de despertar en la cuna, con tu sonrisa adorable, y estabas intentando incorporarte sobre el estomago para verme.
Al cabo de poco tiempo Helen se mantenia silenciosa casi cada manana y lloraba por ningun motivo aparente cada noche. Como no queria hablar conmigo, insisti en que viera a un medico, y despues a un psicoanalista. El medico dijo que no habia detectado nada anormal, que las mujeres se ponian tristes a veces durante los primeros meses posteriores al parto, y que se recobraria en cuanto se acostumbrara a su nueva situacion. Descubri demasiado tarde, cuando un amigo nuestro se topo con ella en la Biblioteca Publica de Nueva York, que no habia ido al analista. Cuando se lo eche en cara, dijo que habia decidido que un poco de investigacion la animaria mas, y estaba aprovechando el tiempo en que estaba la ninera para eso. Pero algunas noches estaba tan deprimida que llegue a la conclusion de que necesitaba un cambio de aires. Saque un poco de dinero de nuestro botin y compre billetes de avion para Francia a principios de la primavera.
Helen nunca habia estado en Francia, aunque habia leido montones de libros sobre el pais durante toda su vida y hablaba un excelente frances de colegiala. En Montmartre se mostro de lo mas risuena, y comento con algo de su antigua ironia que le Sacre Coeur le habia parecido aun mas monumentalmente feo de lo que nunca habia sonado. Le gustaba empujar tu cochecito entre los mercados de flores, y por la orilla del Sena, donde nos demorabamos, investigando el material de los vendedores de libros, mientras tu mirabas el agua con tu capucha roja. A los nueve meses ya eras una excelente viajera, y Helen te dijo que aquello solo era el principio.
La portera de nuestra pension resulto ser abuela de muchos ninos, y te dejamos durmiendo a su cargo mientras brindabamos en un bar con barra de laton o tomabamos cafe en una terraza con los guantes puestos. Lo que mas le gusto a Helen (y a ti, con tus ojos brillantes) fue la boveda resonante de Notre Dame, y por fin derivamos mas hacia el sur para ver otras refulgentes; Albi, con su peculiar iglesia fortaleza roja, hogar de herejias; las murallas de Carcassonne.
Helen queria visitar el antiguo monasterio de Saint Matthieu des Pyrenees Orientales, y decidimos ir a pasar uno o dos dias antes de regresar a Paris y tomar el vuelo de vuelta a casa. Pense que su cara se habia alegrado mucho durante el viaje, y me gusto la forma en que se tumbo sobre la cama de nuestro hotel de Perpinan, mientras miraba una historia de la arquitectura francesa que le habia comprado en Paris. El monasterio habia sido construido en el ano 1000, me dijo, aunque sabia que yo ya habia leido toda aquella parte. Era la mas antigua muestra de la arquitectura romanica en Francia.
– Casi tan antiguo como la Vida de san Jorge -musite, pero entonces cerro el libro y borro toda expresion de su cara, y te miro codiciosa mientras jugabas en la cama a su lado.
Helen insistio en que fueramos a pie hasta el monasterio, como peregrinos. Subimos desde Les Bains en una fria manana de primavera, con los jerseys anudados alrededor de la cintura cuando aumento la temperatura. Helen te cargaba en una mochila de pana sobre su pecho, y cuando se canso yo te lleve en brazos. La carretera estaba desierta en aquella epoca del ano, a excepcion de un silencioso campesino moreno que nos adelanto a caballo.
Le dije a Helen que tendriamos que haberle pedido que nos echara una mano, pero no contesto. Su mal humor habia vuelto aquella manana, y note con angustia y frustracion que sus ojos se llenaban de lagrimas de vez en cuando. Ya sabia que si le preguntaba que pasaba negaria con la cabeza para que la dejara en paz, de modo que intente contentarme con abrazarte mientras ascendiamos, senalando el paisaje cada vez que doblabamos un recodo de la carretera, largas panoramicas de campos y pueblos polvorientos. En la cima de la montana, la carretera se transformaba en un amplio estuario de polvo, con uno o dos coches antiguos aparcados y el caballo del campesino atado a un arbol, aunque no se veia al hombre por ninguna parte. El monasterio se alzaba por encima de esa zona, con las murallas de piedra compacta que trepaban hasta la cumbre. Atravesamos la entrada y nos entregamos al cuidado de los monjes.
En aquellos tiempos, Saint Matthieu era, mucho mas que ahora, un monasterio dedicado al trabajo y debia contar con una comunidad de doce o trece monjes, que vivian igual que lo habian hecho sus predecesores durante mil anos, con la excepcion de que de vez en cuando programaban la visita guiada del monasterio para los turistas y tenian un automovil aparcado extramuros para su uso particular. Dos monjes nos ensenaron los exquisitos claustros. Recuerdo mi sorpresa cuando me acerque al extremo del patio y vi el precipicio sobre los salientes rocosos, la pared vertical, las llanuras del valle. Las montanas que
rodean el monasterio son incluso mas altas que la cumbre sobre la que se aposenta, y en sus flancos lejanos vimos velos blancos que, al cabo de un momento, reconoci como cascadas.
Estuvimos sentados un rato en un banco cercano al precipicio, mientras tu jugabas entre ambos, contemplando el enorme cielo de mediodia y escuchando el agua que burbujeaba en la cisterna del monasterio, situada en el centro y tallada en marmol rojo. Solo Dios sabia como la habian subido hasta alli siglos antes. Helen parecia mas alegre otra vez, y observe complacido la placidez de su rostro. Aunque a veces estuviera triste, el viaje estaba valiendo la pena.
Por fin, Helen dijo que queria seguir visitando el lugar. Te devolvimos a tu mochila y fuimos a ver las cocinas y el largo refectorio en que los monjes todavia comian, y el hostal donde los peregrinos podian dormir en catres, y el scriptorium, una de las partes mas antiguas del complejo, donde tantos manuscritos importantes habian sido copiados e ilustrados. Habia un ejemplar bajo un cristal, un Evangelio de san Mateo abierto por una pagina bordeada de pequenos demonios empujandose mutuamente hacia abajo. Helen sonrio al verlos. La capilla estaba al lado. Era pequena, como todas las demas estancias del monasterio, pero sus proporciones eran melodia en piedra. Nunca habia visto un romanico semejante, tan intimo y encantador. Nuestro guia afirmo que el abombamiento exterior del abside era el primer momento del romanico, un gesto subito que arrojo luz sobre el altar.
Tambien quedaban vidrieras del siglo XIV en las ventanas estrechas y el altar estaba preparado para celebrar la misa en colores rojo y blanco, con candeleros dorados. Salimos en silencio.
Al fin, el joven monje que nos guiaba dijo que habiamos visto todo excepto la cripta, y le seguimos hacia alli. Era una pequena cavidad humeda al lado de los claustros, de arquitectura interesante debido a una boveda de principios del romanico sostenida por unas cuantas columnas rechonchas y a un sarcofago de piedra provisto de tetricos adornos que databa del primer siglo de existencia del monasterio: el lugar de descanso de su primer abad, dijo nuestro guia. Al lado del sarcofago estaba sentado un monje anciano, absorto en sus meditaciones. Alzo la vista, amable y confuso, cuando entramos y nos saludo con una inclinacion de cabeza sin levantarse de la silla.
– Desde hace siglos existe la tradicion de que uno de nosotros se sienta con el abad
explico nuestro guia-. Por lo general, el monje que recibe este honor de por vida es de edad avanzada.
– Que raro -dije, pero algo, tal vez el frio del lugar, provoco que lloraras y te removieras sobre el pecho de Helen, y al ver que estaba cansada me ofreci a sacarte para que respiraras aire puro. Sali de aquel agujero humedo con una sensacion de alivio, y fui a ensenarte la fuente de los claustros.
Esperaba que Helen me seguiria al instante, pero se demoro abajo, y cuando volvio a salir tenia la cara tan cambiada que experimente una oleada de alarma. Parecia animada (si, mas viva de lo que la habia visto en meses), pero tambien palida y con los ojos desorbitados, concentrada en algo que yo no podia ver. Avance hacia ella con la mayor naturalidad posible. Le pregunte si habia visto algo interesante abajo.
– Tal vez -dijo, pero como si no pudiera oirme debido al ruido de sus pensamientos.