asegurarse de la respuesta.

– Muy seguros. -Mire a Helen-. Lo que no sabemos es si el ruido que oimos cuando entramos era el de Dracula al escapar. Ya debia ser de noche, y no debio costarle mucho huir.

– Y podria haber cambiado de forma, si la leyenda es cierta -suspiro Turgut-. ?Malditos sean sus ojos! Estuvieron a punto de atraparle, amigos mios, mas que la Guardia de la Media Luna en cinco siglos. Estoy muy contento de que no acabarais muertos, pero muy triste porque no pudisteis destruirle.

– ?Adonde cree que fue?

Helen se inclino hacia delante. Sus ojos se veian de un color oscuro intenso.

Turgut se acaricio su gran barbilla.

– Bien, querida, eso no lo se. Puede viajar deprisa y lejos, pero no se hasta donde. A otro lugar antiguo, seguro, algun escondite inviolado durante siglos. Ha debido disgustarle tener que abandonar Sveti Georgi, pero sabe que ese lugar ahora estara vigilado durante mucho tiempo. Daria mi mano derecha por saber si se ha quedado en Bulgaria o ha abandonado el pais. Fronteras y politicas no significan gran cosa para el, estoy seguro.

Turgut fruncio el ceno.

– ?Cree que nos habra seguido? -pregunto Helen, pero el angulo de sus hombros me llevo a pensar que la indiferencia con que formulaba la pregunta le costaba cierto esfuerzo.

Turgut meneo la cabeza.

– Espero que no, madame profesora. Yo creo que ahora estara un poco asustado de ustedes, puesto que le han encontrado cuando nadie mas lo habia hecho.

Helen guardo silencio, y no me gusto la duda que vi en su cara. Selim Aksoy y la senora Bora la miraron con particular ternura, pense. Tal vez se estaban preguntando como habia permitido yo que se metiera en una situacion tan peligrosa, aunque hubiera conseguido regresar integra.

Turgut se volvio hacia mi.

– Y lamento muchisimo lo de tu amigo Rossi. Me habria gustado conocerle.

– Se que habriais disfrutado de vuestra mutua compania -dije con sinceridad, y tome la mano de Helen. Sus ojos se nublaban cada vez que hablabamos de Rossi, y aparto la mirada tratando de buscar privacidad.

– Tambien me habria gustado conocer al profesor Stoichev.

Turgut volvio a suspirar y dejo la taza sobre la mesa de laton.

– Eso habria sido magnifico -dije, y sonrei al imaginar a los dos eruditos contrastando opiniones-. Tu y Stoichev habriais podido explicaros mutuamente el imperio otomano y los Balcanes medievales. Tal vez llegaras a conocerle algun dia.

El meneo la cabeza.

– No lo creo -dijo-. Las barreras que nos separan son altas y espinosas, como lo eran entre tsar y un baja, pero si vuelves a hablar con el, o le escribes, saludale de mi parte.

Era una promesa facil de hacer.

Selim Aksoy quiso hacernos una pregunta a traves de Turgut, y este le escucho con

semblante serio.

– Nos estamos preguntando -dijo -si entre tanto caos y peligro viste el libro que

describio el profesor Rossi. Era la vida de san Jorge, ?no? ?Lo llevaron los bulgaros a la Universidad de Sofia?

La risa de Helen podia ser sorprendentemente infantil cuando estaba muy alegre, y me reprimi de darle un sonoro beso delante de todos. Apenas habia sonreido desde que abandonamos la tumba de Rossi.

– Esta en mi maletin -dije-. De momento.

Turgut nos miro fijamente, atonito, y tardo un largo minuto en reanudar su labor de interprete.

– ?Y como llego a alojarse en el?

Helen estaba muda, sonriente, asi que fui yo quien dio las explicaciones.

– No volvi a pensar en ello hasta que estuvimos de vuelta en Sofia, en el hotel.

No, no podia contarles toda la verdad, de modo que me decante por una version educada.

La verdad era que, cuando por fin habiamos podido estar solos diez minutos en la

habitacion de Helen, la tome en mis brazos y bese su cabello oscuro, la aprete contra mi hombro, la amolde a mi cuerpo a traves de nuestras ropas de viaje sucias, como si fuera la otra parte de mi (la parte ausente de Platon, supongo), y entonces note no solo alivio por haber sobrevivido y poder abrazarnos, asi como la belleza de sus largos huesos y su aliento en mi cuello, sino algo muy peculiar en su cuerpo, algo abultado y duro. Retrocedi y la mire aterrado, y vi su sonrisa ironica. Se llevo un dedo a los labios. Era un simple recordatorio.

Ambos sabiamos que debia haber microfonos ocultos en la habitacion.

Al cabo de un segundo, apoyo mis manos sobre los botones de su blusa, que estaba

desalinada y sucia a causa de nuestras aventuras. La desabotone sin atreverme a pensar, y se la quite. Ya he dicho que la ropa interior de las mujeres era mas complicada en aquella epoca, con alambres y ganchos secretos, y compartimientos extranos. Una armadura interior. Envuelto en un panuelo y tibio contra la piel de Helen habia un libro, no el gran volumen en folio que habia imaginado cuando Rossi nos hablo de su existencia, sino uno pequeno que cabia en la palma de la mano. Su cubierta era de oro sobre madera y piel pintados. El oro estaba incrustado de esmeraldas, rubies, zafiros, lapislazuli y perlas, un pequeno firmamento de joyas, todo en honor de la cara del santo reproducido en el centro.

Sus delicadas facciones bizantinas parecian pintadas unos dias antes, en lugar de siglos, y sus grandes ojos tristes daban la impresion de seguir a los mios. Sus cejas se alzaban como finas arcadas sobre ellos, la nariz era larga y recta, la boca triste y severa. El retrato poseia una rotundidad, una perfeccion, un realismo que yo nunca habia visto en el arte bizantino, un aspecto de linaje romano. De no haber estado enamorado ya, habria afirmado que aquel era el rostro mas hermoso que habia visto en mi vida, pero tambien celestial, o celestial pero tambien humano. Sobre el cuello de su tunica vi unas palabras.

– Es griego -dijo Helen. Su voz era menos que un suspiro cerca de mi oido-. San Jorge.

Dentro habia pequenas hojas de pergamino en un estado de conservacion increible, todas cubiertas de una bonita letra medieval, tambien en griego. Descubri exquisitas paginas ilustradas: san Jorge clavando su lanza en las fauces de un dragon mientras un grupo de nobles miraban; san Jorge recibiendo una diminuta corona dorada de manos de Cristo, quien se la daba sentado en su trono celestial; san Jorge en su lecho de muerte, llorado por angeles de alas rojas. Cada una estaba provista de asombrosos detalles en miniatura. Helen asintio y acerco la boca a mi oido de nuevo, sin apenas respirar.

– No soy experta en estas cosas -susurro-, pero creo que podria haber sido hecho para el emperador de Constantinopla, aunque aun no sabemos cual. Este es el sello de los emperadores posteriores.

En la parte interior de la portada habia pintada un aguila bicefala, el ave que miraba al mismo tiempo hacia el augusto pasado de Bizancio y hacia su futuro ilimitado. No tuvo la suficiente agudeza de vista para contemplar en el futuro la caida del imperio a manos del infiel.

– Eso significa que data al menos de la primera mitad del siglo quince -susurre-. Antes de la conquista.

– Oh, yo creo que es mucho mas antiguo -susurro Helen al tiempo que tocaba el sello con delicadeza-. Mi padre…, mi padre decia que era muy antiguo. Este emblema indica Constantine Porphyrogenitus. Reino en… - consulto un archivo mental- la primera mitad del siglo diez. Detentaba el poder antes de la fundacion del Bachkovski manastir. Debieron anadir el aguila con posterioridad.

Apenas musite las palabras.

– ?Quieres decir entonces que tiene mas de mil anos de antiguedad? -Sujete el libro con ambas manos y me sente en el borde de la cama de Helen. Ninguno de los dos emitio el menor sonido. Estabamos hablando mas o menos con los ojos-. Se halla en perfectas condiciones. ?Y tu pretendes sacar de contrabando de Bulgaria un tesoro semejante? Estas loca, Helen -le dije con una mirada-. Por no hablar de que pertenece al pueblo bulgaro.

Ella me beso, tomo el libro de mis manos y lo abrio.

– Era un regalo para mi padre -susurro. La parte interior de la portada tenia un profundo bolsillo de piel anadido, y Helen introdujo los dedos con cuidado-. He esperado a mirar esto hasta que pudieramos hacerlo juntos.

Extrajo un paquete de papel delgado cubierto de una apretada mecanografia. Entonces leimos juntos, en silencio, el doloroso diario de Rossi. Cuando terminamos, ninguno de los dos hablo, aunque los dos llorabamos.

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