sus manos entre las de mi padre-. Vamos a la cama.

Epilogo

Hace un par de anos se me presento una extrana oportunidad, mientras me encontraba en Filadelfia para dar una conferencia, una reunion internacional de historiadores medievales.

Nunca habia estado en Filadelfia, y me intrigo el contraste entre nuestras reuniones, que exploraban un pasado monastico y feudal, y la dinamica metropolis que nos rodeaba, con su historia mas reciente de revolucion y republicanismo esclarecedor. La vista desde mi habitacion del piso catorce desplegaba una extrana mezcla de rascacielos y manzanas de casas del siglo XVII o XVIII, que parecian miniaturas a su lado.

Durante nuestras escasas horas de ocio, me escabullia de las interminables charlas acerca de objetos bizantinos para ver los autenticos en el magnifico Museo de las Artes, en el cual encontre el folleto de un pequeno museo y biblioteca literarios del centro, cuyo nombre habia oido anos atras en labios de mi padre, y cuya coleccion tenia motivos para conocer.

Era un lugar importante para los estudiosos de Dracula (cuyo numero, por supuesto, habia aumentado de manera considerable desde la primera investigacion de mi padre), asi como para muchos archivos de Europa. Recorde que alli era posible ver las notas de Bram Stoker para Dracula, seleccionadas de fuentes conservadas en la biblioteca del Museo Britanico, y tambien un importante folleto medieval. La oportunidad era irresistible. Mi padre siempre habia deseado ver esa coleccion. Me disponia a dedicarle una hora en su recuerdo. Una mina antipersonas le habia matado mas de diez anos antes en Sarajevo, cuando se esforzaba por mediar en la peor conflagracion que habia conocido Europa desde hacia muchos anos.

Transcurrio casi una semana antes de que me enterara. La noticia me dejo inmersa en el silencio durante un ano. Todavia le echaba de menos cada dia, a veces cada hora.

Fue asi como me encontre en una pequena habitacion climatizada de una casa del siglo XIX, examinando documentos que no solo hablaban de un pasado lejano, sino de la urgencia de las investigaciones de mi padre. Las ventanas daban a un par de arboles de la calle y a otros edificios de enfrente, con sus elegantes fachadas virgenes de anadiduras modernas. Aquella manana solo habia otra erudita en la pequena biblioteca, una italiana que susurro en su movil unos minutos antes de abrir los diarios manuscritos de alguien (me esforce por no torcer el cuello para mirarlos) y empezar a leerlos. Cuando me acomode con una libreta y un jersey ligero para defenderme del aire acondicionado, la bibliotecaria me trajo los papeles de Stoker y despues una pequena caja de carton atada con una cinta.

Las notas de Stoker supusieron una agradable diversion, un ejemplo de como tomar notas de una manera caotica. Algunas estaban escritas con letra apretada, otras mecanografiadas en papel cebolla antiguo. Habia intercalados recortes de periodicos sobre acontecimientos misteriosos y hojas de su calendario personal. Pense que a mi padre le habrian gustado, que habria sonreido al ver los inocentes comentarios de Stoker sobre lo oculto. Pero al cabo de media hora las aparte a un lado y me dedique a la otra caja. Albergaba un delgado volumen, con una pulcra cubierta probablemente del siglo XIX, cuarenta paginas impresas en un pergamino casi impoluto del siglo XV, un tesoro medieval, un grandioso exponente de la imprenta de tipos moviles. La portada era una xilografia, un rostro que yo conocia de mi larga tarea, los grandes ojos, desorbitados pero astutos al mismo tiempo, que me miraban fijamente, el espeso bigote que caia sobre la mandibula cuadrada, la larga nariz, elegante pero amenazadora, los labios sensuales apenas visibles.

Era un folleto de Nuremberg, impreso en 1491, y hablaba de los crimenes de Dracole Waida, su crueldad, sus festines sangrientos. Consegui entender, porque me resultaban familiares, las primeras lineas del aleman medieval: «En el ano de Nuestro Senor de 1456, Dracula hizo muchas cosas terribles y curiosas». La biblioteca habia adjuntado una hoja con la traduccion, y en ella volvi a leer con un estremecimiento algunos de los crimenes de Dracula contra la humanidad. Habia asado vivas a personas, las habia desollado, enterrado hasta el cuello, empalado bebes aferrados a los pechos de sus madres. Mi padre habia examinado folletos semejantes, por supuesto, pero habria valorado este por su sorprendente frescura, la solidez del pergamino, su estado casi perfecto. Despues de cinco siglos, parecia recien impreso. Su pureza me desconcertaba, y al cabo de un rato me alegre de guardarlo y atar la cinta de nuevo, mientras me preguntaba por que habia querido verlo en persona.

Aquella mirada arrogante me traspaso hasta que cerre el libro.

Recogi mis pertenencias, con la sensacion de haber concluido un peregrinaje, y di las gracias a la amable bibliotecaria. Parecia complacida por mi visita. El folleto era uno de sus objetos favoritos, hasta habia escrito un articulo sobre el. Nos despedimos con palabras cordiales y un apreton de manos, y yo baje a la tienda de regalos, y de alli sali a la calle calurosa, que olia a los tubos de escape de los coches y a comida que se podia conseguir por alli cerca. El contraste entre el aire purificado del museo y el fragor de la ciudad me llevo a pensar que la puerta de roble parecia cerrada de una manera ominosa, de modo que aun me sobresalto mas ver salir corriendo a la bibliotecaria.

– Creo que se ha olvidado esto -dijo-. Me alegro de haberla alcanzado.

Me dirigio la sonrisa timida de quien te devuelve un tesoro (no le habria gustado extraviar esto), la cartera, las llaves, un brazalete de excelente calidad.

Le di las gracias y acepte el libro y la libreta que me ofrecia, sobresaltada de nuevo, al tiempo que asentia en senal de aceptacion, y la mujer desaparecio en el interior del edificio con la misma rapidez con que habia salido. La libreta era mia, desde luego, aunque creia que la habia guardado en mi maletin antes de salir. El libro era… Ahora no puedo decir que pense que era en aquel primer momento, solo que la portada era de un terciopelo sobado y antiguo, muy antiguo, y que me resulto conocido y desconocido al mismo tiempo bajo la mano. El pergamino del interior no poseia la lozania del folleto que habia examinado en la biblioteca. Pese a que sus paginas estaban vacias, olia a siglos de manipulacion. La feroz imagen del centro se abrio en mi mano antes de poder impedirlo, y se cerro antes de que pudiera contemplarla durante mucho rato.

Me quede inmovil en la calle, invadida por una sensacion de irrealidad. Los coches que pasaban eran tan solidos como antes, sono la bocina de uno, un hombre que llevaba a un perro sujeto con una correa intento pasar entre mi y un arbol. Alce la vista al instante hacia las ventanas del museo, pensando en la bibliotecaria, pero los vidrios solo reflejaban las casas de delante. No se movia ninguna cortina de encaje, y ninguna puerta se cerro al instante cuando mire alrededor de mi. No vi nada anormal en la calle.

En la habitacion de mi hotel deje mi libro sobre la mesa con cubierta de cristal y me lave la cara y las manos. Despues me acerque a las ventanas y contemple la vista de la ciudad. Un poco mas abajo de la manzana vi la majestuosa fealdad del ayuntamiento de Filadelfia, con la estatua del pacifista William Penn en equilibrio sobre la parte superior. Desde aquel punto, los parques eran cuadrados verdes formados por copas de arboles. Las torres de los bancos reflejaban la luz. Lejos, a mi izquierda, vi el edificio federal que habia sido bombardeado el mes anterior, las gruas rojas y amarillas que trabajaban en el centro, y oi el rugido de los trabajos de reconstruccion.

Pero no fue esa escena la que abarcaron mis ojos. Estaba pensando, pese a todo, en otra, que me daba la impresion de haber visto antes. Me apoye contra la ventana, senti el calor del verano, me senti extranamente segura pese a la altura que me separaba del suelo, como si la inseguridad perteneciera a un plano de la existencia completamente diferente.

Estaba imaginando una transparente manana de otono de 1476, una manana lo bastante fria para que la niebla se elevara de la superficie del lago. Una barca encalla en el borde de la isla, bajo las murallas y las cupulas, con sus cruces de hierro. Se oye el suave roce de la proa de madera contra las rocas, y dos monjes salen corriendo de entre los arboles para tirar de ella hacia la orilla. El hombre que desciende esta solo y los pies que posa sobre el muelle de piedra estan protegidos por unas excelentes botas de cuero rojo, cada una provista de una espuela. Es mas bajo que los dos jovenes monjes, pero da la impresion de que se alza sobre ellos. Va vestido de damasco purpura y rojo bajo una larga capa de terciopelo negro, cenida sobre su ancho pecho con un broche muy adornado. Se toca la cabeza con un gorro puntiagudo negro, con plumas rojas sujetas a la parte delantera. Su mano, cuyo dorso esta surcado de cicatrices, juguetea con la espada corta sujeta al cinto. Sus ojos son verdes, separados y de un tamano preternatural, la boca y la nariz crueles, el pelo y el bigote negros veteados de blanco.

Ya han avisado al abad, el cual corre a recibirle bajo los arboles.

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