como una mueca esta vez, y no me gusto-. No se creera cuanto terreno he cubierto en un ano, desde que me entere de su pequena aficion. No me he puesto en contacto con el profesor Rossi, pero me he encargado de que el departamento se haya enterado de mi erudicion. Que verguenza supondra para el que otra persona publique antes la obra definitiva sobre el tema, alguien de su mismo apellido. Es hermoso. Hasta adopte su apellido cuando llegue, un nom-de-plume academico, como si dijeramos. Ademas, en el bloque socialista no nos gusta que otra gente robe nuestra herencia y haga comentarios al respecto. No suelen entenderla bien.
Debi de grunir en voz alta, porque la joven hizo una pausa y me miro con el ceno fruncido.
– Cuando acabe este verano, sabre mas que nadie en el mundo sobre la leyenda de Dracula.
Quedese con su libro, por cierto. -Abrio de nuevo la bolsa y lo dejo caer sobre la mesa con un ruido horrible entre ambos-. Solo estaba comprobando algo ayer, y no tenia tiempo de ir a casa a buscar mi ejemplar. Como ve, ni siquiera lo necesito. Solo es literatura, en cualquier caso, y me conozco el maldito asunto casi de memoria.
Mi padre miro a su alrededor como lo haria un hombre perdido en un sueno. Llevabamos de pie en la Acropolis un cuarto de hora sin decir nada, con los pies plantados sobre aquella cumbre de la civilizacion antigua. Yo estaba admirada por las columnas musculosas que se alzaban sobre nosotros, y sorprendida al descubrir que la vista mas lejana era un horizonte montanoso, largas cordilleras resecas que se cernian sobre la ciudad a esa hora del crepusculo. Pero cuando empezamos a bajar, y salio de su ensueno para preguntar si me gustaba el gran panorama, tarde un minuto en concentrarme y contestar. Habia estado pensando sobre la noche anterior.
Habia ido a su cuarto un poco mas tarde de lo habitual para que repasara mis deberes de algebra, y le habia encontrado escribiendo, reflexionando sobre los documentos del dia, como hacia con frecuencia por las noches. Estaba sentado muy inmovil, con la cabeza inclinada sobre el escritorio, encorvado sobre los papeles, no erguido y pasando las paginas con su habitual eficiencia. Desde la puerta yo podia saber si estaba repasando algo que acababa de escribir, concentrado, casi sin verlo, o si estaba esforzandose por no dormirse.
Su forma arrojaba una gran sombra sobre la pared desnuda de la habitacion, la figura de un hombre inclinado sobre otro escritorio, mas oscuro. De no saber lo cansado que estaba, si no hubiera reconocido forma familiar de sus hombros encorvados sobre la pagina, tal vez por un segundo habria pensado, de no conocerle, que estaba muerto.
18
Un tiempo diafano y triunfal, dias interminables como un cielo de montana, nos siguieron con la primavera hasta Eslovenia. Cuando pregunte si tendriamos tiempo de volver a ver Emona (ya la relacionaba con una etapa anterior de mi vida, de un sabor diferente por completo, y con un principio, y ya he dicho antes que uno procura volver a visitar esos lugares), mi padre se apresuro a decir que estariamos demasiado ocupados, que nuestro destino era un gran lago al norte de Emona mientras durara su congreso, y luego regresariamos a Amsterdam para que no me retrasara en los estudios. Cosa que nunca sucedia, pero la posibilidad preocupaba a mi padre.
El lago Bled, cuando llegamos, no me decepciono. Habia inundado un valle alpino al final de una era glaciar y proporciono a los primitivos nomadas un lugar de descanso, en casas con techo de paja alzadas sobre el agua. Ahora se extendia como un zafiro en las manos de los Alpes, y la brisa del atardecer levantaba cabrillas en su superficie brunida. Desde un borde empinado se alzaba un acantilado mas alto que los demas, sobre el cual descansaba uno de los grandes castillos de Eslovenia, restaurado por la Direccion de Turismo con un buen gusto increible. Sus almenas dominaban una isla,
donde un ejemplo de aquellas modestas iglesias de tejado rojo, al estilo austriaco flotaba como un pato, y habia barcos que iban a la isla cada pocas horas. El hotel, como de costumbre, era de acero y vidrio, modelo de turismo socialista numero cinco, y nos escapamos el segundo dia para dar un paseo por la parte mas baja del lago. Dije a mi padre que no creia poder aguantar veinticuatro horas mas sin ver el castillo que dominaba el panorama lejano en cada comida, y el lanzo una risita.
– Si es asi, iremos -dijo. El nuevo periodo de distension era todavia mas prometedor de lo que su equipo habia supuesto, y algunas arrugas de su frente se habian relajado desde nuestra llegada.
La manana del tercer dia, tras acabar una nueva redaccion diplomatica de lo que ya habia redactado el dia anterior, tomamos un pequeno autobus que rodeaba el lago y llegaba casi a la altura del castillo, y luego bajamos para subir andando hasta la cumbre. El castillo estaba construido con piedras color pardo, como hueso descolorido, ensambladas pulcramente tras un largo periodo de degradacion. Cuando atravesamos el primer pasadizo y desembocamos en una camara real (supuse), lance una exclamacion ahogada: a traves de una vidriera emplomada, la superficie del lago brillaba trescientos metros mas abajo, una extension blanca bajo la luz del sol. Daba la impresion de que el castillo se aferraba al borde del precipicio tan solo con las unas de los pies. La iglesia amarilla y roja de la isla, el alegre barco que estaba atracando en aquel momento entre diminutos macizos de flores rojas y amarillas, el enorme cielo azul, todo habia servido de acicate a siglos de turistas.
Pero el castillo, con sus rocas desgastadas desde el siglo XII, sus hachas de combate, lanzas y hachuelas dispuestas en forma de tienda india en cada esquina, que amenazaban con derrumbarse si las tocabas, era la esencia del lago. Aquellos primitivos moradores, que ascendieron hacia el cielo desde sus cabanas de techo de paja inflamables, habian elegido al fin encaramarse aqui con las aguilas, gobernados por un senor feudal. Pese a la excelente restauracion, una vida antigua respiraba en el palacio. Me volvi hacia la siguiente estancia y vi, en un ataud de cristal y madera, el esqueleto de una mujer menuda, muerta mucho antes de la aparicion del cristianismo, con una capa de bronce que descansaba sobre su esternon desmoronado, anillos de bronce verde que resbalaban de los huesos de sus dedos. Cuando me incline sobre el ataud para mirarla, me sonrio de repente con cuencas oculares como pozos gemelos.
En la terraza del castillo llego el te en teteras de porcelana, una elegante concesion al turismo. Era fuerte y bueno, y por una vez, los terrones de azucar envueltos en papel no estaban rancios. Mi padre habia enlazado con fuerza las manos sobre la mesa de hierro.
Tenia los nudillos blancos. Contemple el lago, y luego le servi otra taza.
– Gracias -dijo. Habia un dolor distante en sus ojos. Repare de nuevo en lo cansado y delgado que parecia ultimamente. ?Deberia ir al medico?-. Escucha, carino -dijo, y se volvio un poco para que pudiera ver su perfil recortado contra aquel terrorifico precipicio y el agua centelleante. Hizo una pausa-. ?Has pensado en escribirlas?
– ?Las historias? -pregunte. Mi corazon se encogio y acelero.
– Si.
– ?Por que? -replique al final. Era una pregunta adulta, sin rastro de trucos infantiles. Me miro y pense que, detras de toda la fatiga, sus ojos estaban henchidos de bondad y dolor.
– Porque si no lo haces tu, tendre que ocuparme yo -contesto. Despues dedico su atencion al te y comprendi que no volveria a hablar de ello.
Aquella noche, en la habitacion pequena y lugubre del hotel contigua a la suya, empece a escribir todo cuanto me habia contado mi padre. El siempre habia dicho que yo tenia una memoria excelente, demasiado buena, subrayaba a veces.
A la manana siguiente, mi padre me dijo durante el desayuno que queria descansar dos o tres dias. Me costo imaginarle descansando, pero vi circulos oscuros bajo sus ojos y me gusto la idea de que se tomara un tiempo libre. Me dio la impresion de que le habia pasado algo, que una nueva y silenciosa angustia le estaba minando. Pero solo me dijo que echaba de menos las playas adriaticas. Tomamos un tren expreso que nos llevo hacia el sur, atravesando estaciones con los nombres escritos tanto en alfabeto latino como en cirilico, y luego otras cuyos nombres solo estaban en cirilico. Mi padre me enseno el nuevo alfabeto, y yo me divertia intentando leer en voz alta los letreros de las estaciones, cada uno de los cuales se me antojaron palabras codificadas capaces de abrir una puerta secreta.
Se lo explique a mi padre y sonrio un poco, reclinado en nuestro compartimiento con un libro apoyado sobre el maletin. Su mirada vagaba con frecuencia desde su trabajo a la ventanilla, por donde veiamos jovenes a bordo de pequenos tractores provistos de arados, a veces un caballo que tiraba de un carro, ancianas encorvadas en sus huertos, escardando y raspando. Seguimos avanzando hacia el sur, y la tierra se tino de oro y verde, y luego
