no habia querido soltarlo. O arrojarlo a Helen. Ella le habia hablado del mapa. Era una traidora. Y el la habia mordido, aunque solo por un instante. ?Estaria contaminada?
Por primera y ultima vez atravese corriendo la nave silenciosa de la biblioteca en lugar de hacerlo andando, viendo tan solo a medias los rostros atonitos que se volvian hacia mi. Ni rastro del bibliotecario. Podia haberse escondido en cualquier zona apartada, comprendi cualquier mazmorra de catalogacion o en el armario de los articulos de limpieza. Abri la pesada puerta principal, una abertura practicada en las grandes puertas dobles de estilo gotico, que nunca estaban abiertas del todo. Entonces pare en seco. El sol de la tarde me cego como si yo tambien hubiera estado viviendo en un mundo subterraneo, una cueva infestada de murcielagos y roedores. En la calle, delante de la biblioteca, se habian detenido varios coches. De hecho, el trafico estaba parado, y una muchacha con uniforme de camarera estaba llorando en la acera y senalaba algo. Alguien estaba gritando, y habia un par de hombres arrodillados junto a una de las ruedas delanteras de uno de los coches parados. Las piernas del bibliotecario sobresalian por debajo del coche, torcidas en un angulo imposible. Tenia un brazo alzado por encima de su cabeza. Estaba tumbado cabeza abajo sobre el pavimento, en un pequeno charco de sangre, dormido para siempre.
22
Mi padre se resistia a llevarme a Oxford. Estaria alli seis dias, dijo, mucho tiempo para saltarme el colegio de nuevo. Me sorprendio que aceptara dejarme en casa. No lo habia hecho desde que habia descubierto el libro del dragon. ?Pensaba dejarme con precauciones especiales? Indique que nuestro periplo por la costa yugoslava habia durado casi dos semanas, sin la menor senal de detrimento en la calidad de mis deberes. Dijo que la educacion siempre era lo primero. Senale que el siempre habia defendido que viajar era la mejor forma de educacion posible, y que mayo era el mes mas agradable para viajar. Le mostre mis ultimas notas, llenas de sobresalientes, y un examen de historia en que mi profesor, bastante ampuloso, habia escrito: «Demuestras una perspicacia extraordinaria en la naturaleza de la investigacion historica, especialmente en alguien de tu edad», un comentario que me habia aprendido de memoria y repetia a menudo antes de dormir como si fuera un mantra.
Mi padre vacilo visiblemente, y dejo el tenedor y el cuchillo sobre la mesa de una forma que significaba una pausa en la cena, que tomabamos en el viejo comedor holandes, no el final del primer plato. Dijo que su trabajo le impediria esta vez ensenarme la ciudad como se merecia, y que no queria estropear mis primeras impresiones de Oxford teniendome encerrada en algun sitio. Dije que preferia estar encerrada en Oxford que en casa con la senora Clay. En ese momento bajamos la voz, aunque era la noche libre de la mujer.
Ademas, yo ya era lo bastante mayor, dije, para ir a pasear sola. El dijo que no sabia si era una buena idea que yo fuera, puesto que aquellas conversaciones prometian ser bastante…tensas. Quiza no fuera muy… Pero no pudo continuar y supe por que. Al igual que yo no podia esgrimir mi verdadera razon de querer ir a Oxford, el no podia utilizar la suya para impedirlo. No podia decirle en voz alta que no podia soportar dejarle, con sus ojeras y los hombros y la cabeza encorvados por el agotamiento, lejos de mi vista. Y el no podia replicar en voz alta que tal vez no estaria a salvo en Oxford, y que por lo tanto yo no estaria a salvo en su compania. Guardo silencio uno o dos minutos, y despues me pregunto con mucha gentileza que habia de postre, y yo traje el temible budin de arroz con pasas de Corinto que la senora Clay siempre dejaba a modo de compensacion por ir al cine en el British Center sin nosotros.
Yo habia imaginado Oxford silencioso y verde, una especie de catedral al aire libre donde rectores vestidos a la usanza medieval paseaban por los terrenos, cada uno con un solo estudiante a su lado, hablando de historia, literatura, teologia abstrusa. La realidad era mucho mas animada: motos ruidosas, coches pequenos que corrian de un lado a otro, y que no atropellaban a los estudiantes de milagro cuando cruzaban las calles, una multitud de turistas que fotografiaban una cruz en la acera, donde hacia cuatrocientos anos habian quemado en la hoguera a dos obispos, antes de que existieran aceras. Tanto los rectores como los estudiantes iban vestidos a la moda, sobre todo con jerseys de lana, pantalones de franela oscura los rectores, y tejanos los alumnos. Pense con pesar que, en los tiempos de Rossi, unos cuarenta anos antes de que bajaramos del autobus en Broad Street, en Oxford debia vestirse con mas dignidad.
Entonces vi por primera vez un colegio mayor, que se alzaba sobre su recinto amurallado bajo la luz de la manana, y cerca de este la forma perfecta de la Camara Radcliffe, que tome al principio por un observatorio pequeno. Al otro lado se elevaban las agujas de una gran iglesia color pardo amarillento, y a lo largo de la calle corria una pared, tan vieja que hasta los liquenes parecian antiguos. Fui incapaz de imaginar que habrian pensado de nosotros quienes nos hubieran visto en aquellas calles cuando la pared era joven, yo con mi vestido rojo corto, las medias blancas de punto y la bolsa de los libros, mi padre con la chaqueta azul marino y los pantalones grises, el jersey negro de cuello de cisne y el sombrero de tweed, cada uno cargado con una maleta pequena.
– Ya hemos llegado -anuncio mi padre, y con gran placer mio nos paramos ante una puerta practicada en la pared cubierta de liquenes. Estaba cerrada con llave, y esperamos hasta que un estudiante la abrio.
En Oxford, mi padre debia hablar en un congreso sobre las relaciones politicas entre Estados Unidos y la Europa del Este, ahora en pleno deshielo. Como la universidad iba a ser la sede del congreso, estabamos invitados a hospedarnos en casa del director de un colegio. Los directores, explico mi padre, eran dictadores benevolos que cuidaban de los estudiantes que vivian en cada colegio. Cuando atravesamos la entrada, baja y oscura, y salimos al sol cegador del patio del colegio, cai en la cuenta por primera vez de que en poco tiempo yo tambien iria a la universidad, de modo que cruce los dedos sobre el asa de la bolsa de los libros y rece en voz baja para encontrar un paraiso como ese.
Estabamos rodeados de losas desgastadas, interrumpidas de vez en cuando por umbrosos arboles, viejos, serios y melancolicos, con algun banco debajo. A los pies del edificio principal del colegio habia un rectangulo de hierba perfecta y un estrecho estanque de agua.
Era uno de los mas antiguos de Oxford, fundado por Eduardo III en el siglo XIII, con nuevos anadidos de arquitectos isabelinos. Hasta la parcela de hierba inmaculada parecia venerable. Nunca vi a nadie que la pisara.
Rodeamos el agua y la hierba y nos encaminamos a la oficina del portero, que encontramos nada mas entrar, y desde alli a una serie de aposentos contiguos a la casa del director.
Dichos aposentos debian pertenecer al proyecto original del colegio, aunque era dificil decir para que habian sido utilizados. Eran de techo bajo, chapados en madera oscura y con diminutas ventanas emplomadas. La habitacion de ttu padre tenia colgaduras azules. La mia, para mi infinita satisfaccion, una alta cama con dosel de calico estampado.
Deshicimos un poco el equipaje, nos lavamos las caras de viajeros en una jofaina de color amarillo palido, en el cuarto de bano que compartiamos, y fuimos a conocer a Master James, quien nos estaba esperando en su despacho, situado al otro lado del edificio. Resulto ser un hombre cordial y afable, de pelo cano y una cicatriz abultada en un pomulo. Me gusto su apreton de manos calido y la expresion de sus grandes ojos color avellana, algo protuberantes. No parecio resultarle extrano que acompanara a mi padre al congreso, y hasta llego a sugerir que visitara el colegio en compania de su asistente aquella tarde. Su asistente, explico, era un estudiante muy cortes y bien informado, todo un caballero. Mi padre dijo que era una idea excelente. Iba a estar muy ocupado con sus reuniones, y seria estupendo que yo pudiera ver todos los tesoros del lugar durante mi estancia.
Apareci impaciente a las tres de la tarde, con mi nueva boina en una mano y la libreta en la otra, pues mi padre habia sugerido que tomara notas de la visita para algun futuro trabajo del colegio. Mi guia era un estudiante larguirucho de pelo rubio a quien Master James presento como Stephen Barley. Me gustaron las manos finas, surcadas por venas azules, de Stephen, asi como el grueso jersey de pescador. Atravesar el patio a su lado me dio la sensacion de ser aceptada temporalmente en aquella comunidad elitista. Tambien me proporciono mi primer y leve temblor de pertenencia sexual, la sensacion escurridiza de que si deslizaba la mano en la de el mientras paseabamos se abriria una puerta en la larga pared de la realidad que yo conocia y nunca mas volveria a cerrarse. Ya he explicado que habia llevado una vida muy protegida, tan protegida, comprendo ahora, que a los diecisiete anos aun no me habia dado cuenta de lo estrechos que eran sus confines. El temblor de rebeldia que experimente caminando al lado de un apuesto estudiante universitario se abalanzo sobre mi como un son musical procedente de una cultura extrana. No obstante, agarre mi libreta y mi infancia con mas fuerza y le pregunte por que el patio era sobre todo de piedra en lugar de hierba.
