Me sonrio.

– La verdad, no lo se. Nadie me lo habia preguntado nunca.

Me condujo al comedor, un granero de techo alto y vigas, de estilo Tudor, lleno de mesas de madera, y me enseno el lugar donde un joven conde de Rochester habia grabado algo obsceno en un banco mientras cenaba. La sala estaba rodeada de ventanas emplomadas, cada una adornada en el centro con una escena antigua de buenas obras: Thomas Becket arrodillado ante un lecho de muerte, un sacerdote con habito largo sirviendo sopa a una fila de pobres, un medico medieval vendando la pierna de alguien. Sobre el banco de Rochester habia una escena que me intrigo: un hombre con una cruz alrededor del cuello y un palo en la mano, inclinado sobre lo que parecia un monton de trapos negros.

– Ah, eso es una verdadera curiosidad -me dijo Stephen Barley-. Estamos muy orgullosos de el. Este hombre es un catedratico de los primeros tiempos del colegio, y esta atravesando con una estaca el corazon de un vampiro.

Le mire sin habla durante un momento.

– ?Habia vampiros en Oxford en aquellos tiempos? -pregunte por fin.

– No se nada de eso -admitio mi acompanante, sonriente-, pero existe la tradicion de que los primeros estudiosos del colegio ayudaron a proteger al campesinado de los vampiros. De hecho, recogieron una gran cantidad de leyendas sobre los vampiros, un material muy pintoresco que aun podras ver en la Camara Radcliffe, al otro lado de la calle.

La leyenda afirma que ni siquiera los primeros rectores tenian libros de ocultismo guardados en el colegio, de modo que los fueron colocando en diversos sitios, hasta que terminaron en la Camara Radcliffe.

De pronto me acorde de Rossi y me pregunte si habria visto algo de esa vieja coleccion.

– ?Hay alguna manera de averiguar los nombres de estudiantes del pasado, de hara unos cincuenta anos, de este colegio? ?Estudiantes de posgrado?

– Por supuesto. -Mi acompanante me miro con curiosidad-. Puedo preguntarle al director, si quieres.

– Oh, no. -Senti que me ruborizaba, la maldicion de mi juventud-. No es nada importante. Pero… ?podria ver la coleccion sobre los vampiros?

– Te gustan las historias de terror, ?eh? -Parecia divertido-. No hay gran cosa que ver, algunos infolios antiguos y un monton de libros encuadernados en piel. Como quieras.

Ahora iremos a ver la biblioteca del colegio, no te la puedes perder, y luego te acompanare a la Camara.

La biblioteca era, por supuesto, una de las joyas de la universidad. Desde aquel dia inocente he visto casi todos esos colegios y conocido algunos de ellos intimamente, paseado por sus bibliotecas, capillas y refectorios, dado conferencias en sus salas de seminarios y tomado te en sus salones sociales. Puedo decir que no hay nada comparable a aquella primera biblioteca universitaria que vi, salvo quiza la capilla del Colegio de la Magdalena, con su divina ornamentacion. En primer lugar entramos en una sala de lectura rodeada de vidrieras, similar a un terrario alto, en la cual los estudiantes, raras plantas cautivas, estaban sentados a mesas cuya antiguedad era casi tan grande como la del propio colegio. Lamparas extranas colgaban del techo, y enormes esferas de la era de Enrique VIII se alzaban sobre pedestales en las esquinas. Stephen Barley senalo los numerosos volumenes de la edicion original del Oxford English Dictionary que llenaban los estantes de una pared. Otros estaban ocupados por atlas de muchos siglos de antiguedad, otros por antiguos libros nobiliarios y obras sobre historia de Inglaterra, otros por libros de texto en latin y griego de todas las epocas de la existencia del colegio. En el centro de la sala se alzaba una gigantesca enciclopedia sobre un estrado barroco tallado, y cerca de la entrada de la siguiente sala descansaba una vitrina en la que podia verse un libro antiguo de aspecto severo. Stephen me dijo que era una Biblia de Gutenberg. Sobre nosotros, una claraboya redonda, como el oculus de una iglesia bizantina, dejaba entrar largos chorros de luz solar.

Volaban palomas sobre nuestras cabezas. La luz polvorienta banaba las caras de los estudiantes que leian y volvian paginas en las mesas y acariciaba sus gruesos jerseys y rostros serios. Era un paraiso de la cultura, y rece para que algun dia me admitieran en el.

La siguiente estancia era una enorme sala con balcones, escaleras de caracol, un triforio alto de cristal antiguo. Todas las paredes disponibles estaban tapizadas de libros desde el suelo de piedra al techo abovedado. Vi centenares de metros de volumenes encuadernados en piel, hileras de carpetas, masas de pequenos volumenes del siglo XIX de color rojo oscuro.

?Que podia haber en todos esos libros?, me pregunte. ?Comprenderia algo de ellos? Mis dedos ardian en deseos de bajar unos cuantos de los estantes, pero no me atrevia ni a tocarlos. No estaba segura de si esto era una biblioteca o un museo. Debia de estar mirando a mi alrededor con la emocion pintada en la cara, porque de repente vi que mi guia estaba sonriendo, divertido.

– No esta mal, ?eh? Debes de ser un raton de biblioteca. Ven, ahora que ya has visto lo mejor, iremos a la Camara.

El dia transparente y los ruidosos coches eran todavia mas molestos despues del silencio de la biblioteca. No obstante, tuve que darles las gracias por un repentino regalo: cuando cruzamos la calle a toda prisa, Stephen me cogio de la mano hasta llegar al otro lado. Podria haber sido el perentorio hermano mayor de cualquiera, pense, pero el contacto de aquella palma seca y calida envio senales hormigueantes a la mia, que siguio ardiendo despues de que el la soltara. Estaba segura, despues de mirar con disimulo su perfil risueno e imperterrito, de que el mensaje habia sido unidireccional. Pero para mi fue suficiente haberlo recibido. La Camara Radcliffe, como sabe todo anglofilo, es uno de los atractivos mas grandes de la arquitectura inglesa, hermosa y extrana, un gigantesco barril lleno de libros. Una orilla se alza casi en la calle, pero un amplio jardin rodea el resto del edificio. Entramos en silencio, aunque un grupo de turistas parlanchines ocupaban el centro del glorioso interior redondo.

Stephen indico varios aspectos del diseno del edificio, estudiado en todos los cursos de arquitectura inglesa, descrito en todas las guias. Era un lugar encantador y conmovedor, y yo no dejaba de mirar a mi alrededor, mientras pensaba en que era un deposito extrano para guardar material siniestro. Por fin, Stephen me guio hasta una escalera y subimos al balcon.

– Hacia alli. -Indico una puerta en la pared, practicada tras una verdadera muralla de libros-. Ahi dentro hay una pequena sala de lectura. Solo he entrado una vez, pero creo que es donde guardan la coleccion sobre vampirismo.

La habitacion, poco iluminada, era muy pequena, y tambien silenciosa, muy alejada de las voces de los turistas de abajo. Volumenes de aspecto antiguo abarrotaban los estantes, con encuadernaciones de color caramelo y quebradizas como hueso viejo. Entre ellos, una calavera humana alojada en el interior de una pequena vitrina dorada daba testimonio de la naturaleza morbosa de la coleccion. La camara era tan pequena, de hecho, que solo habia espacio en el centro para una mesa de lectura, contra la cual casi tropezamos al entrar. Eso tuvo como resultado que nos encontramos cara a cara con el estudioso sentado a ella, que pasaba las paginas de un quebradizo volumen y tomaba rapidas notas en un bloc de papel.

Era un hombre palido, bastante demacrado. Sus ojos eran pozos oscuros, sobresaltados y perentorios, pero tambien absortos cuando levanto la vista. Era mi padre.

23

En la confusion de ambulancias, coches de policia y espectadores que acompano al traslado del cadaver del bibliotecario, me quede petrificado un momento. Era horrible, impensable, que hasta la vida del hombre mas desagradable hubiera terminado de una forma tan repentina, pero mi siguiente preocupacion fue Helen. Se estaba congregando una multitud con gran celeridad, y me abri paso para ir en su busca. Senti un alivio infinito cuando ella me encontro antes, y anuncio su presencia dandome un golpecito sobre el hombro desde atras con su mano enguantada. Estaba palida, pero serena. Se habia envuelto la garganta con el panuelo, y la vision de su suave cuello me hizo temblar.

– Espere unos minutos, y despues te segui escaleras abajo -me dijo-. Quiero darte las gracias por venir en mi ayuda. Ese hombre era un bruto. Fuiste muy valiente.

Me sorprendio la expresion carinosa de su cara.

– De hecho, tu fuiste la valiente. Y te hizo dano -dije en voz baja. Intente no senalar en publico su cuello-.

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