acompanada de la mitad de la policia de Amsterdam. Ademas, estaba Barley. Contemple su rostro dormido. Roncaba discretamente contra su chaqueta. Barley tenia que ir al puerto a tomar el transbordador de regreso a Inglaterra cuando yo me marchara al colegio, y yo deberia procurar no cruzarme con el en el camino.
La senora Clay estaba en casa cuando llegamos. Barley se quedo a mi lado en el umbral mientras yo buscaba las llaves. Estaba admirando las viejas casas mercantiles y los canales relucientes.
– ?Excelente! ?Y todas esas caras de Rembrandt en las calles!
Cuando la senora Clay abrio de repente la puerta y me hizo entrar, casi no consiguio seguirme. Me alivio ver que hacia gala de buenos modales. Mientras los dos desaparecian en la cocina para llamar a Master James, corri arriba, mientras gritaba que iba a lavarme la cara. De hecho (la idea logro que mi corazon se acelerara a causa la culpabilidad), mi intencion era asaltar la ciudadela de mi padre cuanto antes. Ya pensaria despues que les diria a la senora Clay y a Barley. Ahora debia encontrar lo que, sin duda, debia estar escondido alli.
Nuestra casa-torre, construida en 1620, tenia tres dormitorios en el segundo piso,
habitaciones estrechas de vigas oscuras que mi padre adoraba porque, decia, se le antojaban todavia habitadas por la gente sencilla y trabajadora que habia vivido en ellas. Su habitacion era la mas grande, un ejemplo admirable de muebles holandeses antiguos. Habia combinado los muebles espartanos con una alfombra turca y colgaduras de cama, un dibujo menor de Van Gogh y doce sartenes de cobre de una granja francesa. Formaban una galeria en una pared y captaban destellos de luz del canal. Ahora soy consciente de que era una habitacion notable, no solo por ese despliegue de gustos eclecticos, sino por su sencillez monastica. No contenia ni un solo libro, todos habian sido relegados a la biblioteca de abajo. Ninguna prenda de ropa colgaba nunca del respaldo de la butaca del siglo XVII.
Ningun periodico profanaba nunca el escritorio. No habia telefono, ni siquiera reloj. Mi padre se despertaba siempre al amanecer. Era un espacio dedicado a la vida, una estancia en la que dormir, despertar y, tal vez, rezar (aunque ignoraba si se habia rezado alguna vez en ese lugar), como cuando era nueva. Me encantaba la habitacion, pero raras veces entraba.
Me cole con el mismo sigilo que un ladron, cerre la puerta y abri el escritorio. Era una sensacion terrible, como abrir un ataud, pero saque todo lo que habia en los
compartimientos, registre los cajones, aunque devolvi todo a su sitio con sumo cuidado: las cartas de sus amigos, sus bonitas plumas, su papel de notas con monograma. Por fin, mi mano se poso sobre un paquete cerrado. Lo abri sin el menor reparo y vi unas lineas finas, dirigidas a mi, exhortandome a leer las cartas adjuntas solo en el caso del fallecimiento inesperado o la desaparicion prolongada de mi padre. ?Acaso no le habia visto escribir
noche tras noche algo que tapaba con un brazo cuando yo me acercaba? Me apodere del paquete con avaricia, cerre el escritorio y lleve el hallazgo a mi habitacion, al tiempo que aguzaba el oido por si escuchaba los pasos de la senora Clay en la escalera.
El paquete estaba lleno de cartas, cada una doblada dentro de un sobre y dirigida a mi en nuestra direccion, como si pensara que, en algun momento, me las tendria que enviar desde otra localidad. Las guarde en orden (oh, habia aprendido cosas sin saberlo) y abri con cautela la primera. Databa de seis meses antes y parecia empezar, no con simples palabras, sino con un grito del corazon. «Mi querida hija -su caligrafia temblo bajo mis ojos- si estas leyendo esto, perdoname. He ido a buscar a tu madre.»
Segunda Parte
?A que clase de lugar habia ido a parar, y entre que clase de gente?
?En que especie de sombria aventura me habia embarcado?
Empece a frotarme los ojos y me pellizque para comprobar que estaba despierto.
Todo se me antojaba una horrible pesadilla, y esperaba que despertaria de repente y me encontraria en casa, mientras la aurora se filtraba lentamente por las ventanas, tal como me habia sentido una y otra vez por las mananas despues de uno o dos dias de trabajo excesivo.
Pero mi carne respondio a la prueba del pellizco, y mis ojos no podian enganarse.
Estaba despierto en los Carpatos.
Lo unico que podia hacer ahora era tener paciencia y esperar la llegada del amanecer.
Bram Stoker, Dracula, 1897
25
La estacion de tren de Amsterdam era un lugar familiar para mi. La habia cruzado docenas de veces. Pero nunca habia ido sola. Nunca habia viajado sola, y cuando me sente en el banco para esperar el expreso de la manana a Paris, senti una aceleracion en el pulso que no se debia tan solo a la angustia que sentia por mi padre, sino a una nueva vitalidad que tenia que ver con el primer momento de libertad total que habia conocido. La senora Clay, que estaria lavando los platos del desayuno en casa, pensaba que iba camino del colegio.
Barley, despachado al muelle del transbordador, tambien creia que iba camino del colegio.
Senti mucho tener que enganar a la aburrida y bondadosa senora Clay, y todavia mas separarme de Barley, quien me habia besado la mano con repentina galanteria en la puerta y entregado una de sus tabletas de chocolate, aunque yo le recorde que podia comprar delicias holandesas siempre que me diera la gana. Pense que le escribiria una carta cuando todos mis problemas se hubieran solucionado, pero me resultaba imposible vislumbrar ese futuro.
De momento, la manana de Amsterdam centelleaba, relucia, mudaba a mi alrededor.
Incluso en esa manana encontre cierto consuelo en pasear a lo largo de los canales desde nuestra casa hasta la estacion, el aroma del pan en el horno y el olor a humedad de los canales, la limpieza ajetreada, no demasiado elegante, de todo. Revise mi equipaje en el banco de la estacion: una muda, las cartas de mi padre, pan, queso y zumos envasados.
Tambien habia cogido dinero de la generosa caja que estaba en la cocina (si iba a cometer una fechoria, daba igual que fueran veinte) como complemento de lo que llevaba en el bolso. Eso pondria en guardia a la senora Clay enseguida, pero no habia otro remedio. No podia esperar hasta que los bancos abrieran para sacar dinero de mi humilde libreta de ahorros. Tenia un jersey grueso, una gabardina, mi pasaporte, un libro para los trayectos largos en tren y mi diccionario de frances de bolsillo.
Habia robado algo mas. Habia cogido de nuestro salon un cuchillo de plata que descansaba en la vitrina de curiosidades, entre los recuerdos de las primeras misiones diplomaticas de mi padre, los viajes que habian constituido sus primeros intentos de establecer su fundacion. En aquel tiempo yo era demasiado pequena para acompanarle, y me habia dejado en Estados Unidos con diversos parientes. El cuchillo estaba siniestramente afilado y tenia un mango repujado. Estaba guardado dentro de una funda, tambien muy adornada.
Era la unica arma que habia visto en nuestro hogar. A mi padre no le gustaban las armas de fuego, y sus gustos de coleccionista no abarcaban espadas ni hachas de guerra. No tenia ni idea de como iba a protegerme con el pequeno cuchillo, pero me sentia mas segura sabiendo que viajaba en mi bolso.
La estacion estaba abarrotada cuando el expreso se detuvo. Senti entonces, igual que ahora, que no existe alegria comparable a la de la llegada de un tren, por mas grave que sea tu situacion, en especial un tren europeo, y en especial uno que te lleva al sur. Durante aquel periodo de mi vida, el ultimo cuarto del siglo XX, oi el silbato de una de las ultimas locomotoras a vapor que cruzaban los Alpes con regularidad. Subi aferrando mi bolsa del colegio, casi sonriente. Tenia horas por delante, e iba a necesitarlas, no para leer mi libro sino para examinar de nuevo aquellas preciosas cartas de mi padre. Pensaba que habia elegido bien mi punto de destino, pero
