oscuros y pequenos gorros de punto, mujeres con blusas de alegres colores y pantalones abombados debajo, la cabeza cubierta con panuelos. Cargaban con bolsas de tiendas y cestos, bultos de ropa, pollos dentro de cajas, pan, flores. Las calles rebosaban de vida, tal como habria sido, pense, durante los ultimos mil seiscientos anos. A lo largo de esas calles, los emperadores romanos habian sido transportados a hombros por sus sequitos, flanqueados por sacerdotes, trasladados desde palacio a la iglesia para recibir el Santisimo Sacramento. Habian sido firmes gobernantes, grandes protectores de las artes, ingenieros, teologos. Y muy desagradables, algunos de ellos, proclives a descuartizar a sus cortesanos y a cegar a miembros de su familia, siguiendo la tradicion romana. Aqui era donde los antiguos politicos bizantinos habian conspirado. Al fin y al cabo, tal vez no era un lugar demasiado inapropiado para uno o dos vampiros.
Helen se habia detenido ante un alto recinto de piedra semiderruido. Habia tiendas
acurrucadas en su base, y algunas higueras hundian las raices en su flanco. Un cielo sin nubes se estaba tinendo de cobre sobre las almenas.
– Mira lo que queda de las murallas de Constantinopla -dijo en voz baja-. Se ve muy bien lo enormes que eran cuando estaban intactas. El libro dice que las banaba el mar en aquellos tiempos, de modo que el emperador podia subir a bordo de un barco desde el palacio. Y alli, aquella muralla formaba parte del Hipodromo.
Nos quedamos mirando hasta que cai en la cuenta de que me habia olvidado de Rossi durante diez minutos seguidos.
– Vamos a buscar un sitio para cenar -dije con brusquedad-. Pasan ya de las siete y esta noche hemos de acostarnos temprano. Estoy decidido a localizar el archivo manana.
Helen asintio y atravesamos como buenos camaradas el corazon de la ciudad antigua.
Cerca de nuestra pension descubrimos un restaurante decorado con jarrones de laton y bonitas baldosas, con una mesa en una ventana delantera arqueada, una abertura carente de cristal ante la cual podiamos sentarnos y ver a la gente pasar por la calle. Mientras esperabamos la cena, observe con sorpresa por primera vez un fenomeno de este mundo oriental que habia escapado a mi atencion hasta entonces: nadie iba apresurado, sino que se limitaba a pasear. Lo que aqui se habria tomado por prisa, en las aceras de Nueva York o Washington habria parecido un paseo relajado. Se lo comente a Helen y rio con aire burlon.
– Cuando no hay mucho dinero que ganar, nadie corre a buscarlo -dijo.
El camarero nos trajo rebanadas de pan, un plato de yogur con rodajas de pepino y un te fuerte y aromatico en jarras de cristal. Comimos con apetito despues del cansancio del dia, y acababamos de atacar unas brochetas de pollo asado, cuando un hombre de bigote plateado y una mata de pelo color argenta, vestido con un traje gris, entro en el restaurante y miro a su alrededor. Ocupo una mesa cercana a la nuestra y dejo un libro junto al plato.
Pidio la cena en turco, sin alzar la voz, despues parecio reparar en el placer con el que cenabamos, y se inclino hacia nosotros con una sonrisa cordial.
– Veo que les gustan nuestros platos tipicos -dijo en un ingles con acento, pero excelente.
– Desde luego -conteste sorprendido-. Son deliciosos. -Dejeme adivinar -continuo, y volvio hacia mi su rostro apuesto y apacible-. Usted no es de Inglaterra.
?Norteamericano?
– Si -dije. Helen guardaba silencio, cortaba su pollo y miraba con cautela a nuestro interlocutor.
– Ah, si. Estupendo. ?Estan visitando nuestra hermosa ciudad? -Si, exacto -admiti, y desee que Helen pusiera una expresion mas cordial. La hostilidad podia despertar sospechas.
– Bienvenidos a Estambul -dijo con una sonrisa muy agradable, al tiempo que alzaba su copa de cristal hacia nosotros. Le di las gracias y sonrio-. Perdonen que un desconocido les aborde asi, pero ?que les ha gustado mas de lo que han visto?
– Bien, seria dificil elegir. -Me gustaba su cara. Era imposible no contestar con
sinceridad-. Estoy muy asombrado por la forma en que Oriente y Occidente se funden en una sola ciudad.
– Una sabia observacion, amigo mio -dijo con afabilidad, al tiempo que se secaba el bigote con una gran servilleta blanca-. Esa mezcla es nuestro tesoro y nuestra maldicion.
Tengo colegas que se han pasado la vida estudiando Estambul y dicen que nunca tendran tiempo de explorarla toda, aunque siempre viven aqui. Es un lugar asombroso.
– ?Cual es su profesion? -pregunte con curiosidad, aunque a juzgar por el silencio de Helen, supuse que me daria un pisoton en cualquier momento.
– Soy profesor de la Universidad de Estambul -contesto en el mismo tono digno.
– ?Oh, que suerte! -exclame-. Estamos… -Entonces Helen me aplasto el pie. Calzaba zapatos de tacon alto, como todas las mujeres de su tiempo, y el tacon era bastante afilado-. Estamos encantados de conocerle - termine-. ?De que da clases?
– Mi especialidad es Shakespeare -dijo nuestro nuevo amigo, mientras se servia con prudencia de su ensalada-. Enseno literatura inglesa a nuestros estudiantes de postgrado mas avanzados. Son estudiantes valientes, debo admitirlo.
– Es maravilloso -logre articular-. Yo tambien soy estudiante de postgrado, pero de historia, en Estados Unidos.
– Una rama estupenda -dijo con seriedad el hombre-. Encontrara muchas cosas
interesantes en Estambul. ?Como se llama su universidad?
Se lo dije, mientras Helen consumia con semblante grave su cena.
– Una universidad excelente. He oido hablar de ella -observo el profesor. Bebio de su copa y tamborileo con los dedos sobre su libro-. ?Caramba! -exclamo por fin-. ?Por que no viene a ver nuestra universidad, aprovechando su estancia en Estambul? Tambien es una institucion venerable, y me encantaria servirles de guia a usted y a su encantadora esposa.
Capte un leve resoplido de Helen y me apresure a disimularlo.
– Mi hermana… Mi hermana.
– Oh, perdon. -El especialista en Shakespeare inclino la cabeza en direccion a Helen-. Soy el doctor Turgut Bora, a su servicio.
Nos presentamos, o mas bien me presente yo, porque Helen seguia empecinada en un obstinado silencio. Me di cuenta de que no aprobaba que utilizara mi verdadero apellido, de modo que me apresure a decir que el suyo era Smith, una torpeza que la enfurruno todavia mas. Todos nos estrechamos la mano, y ya no tuvimos mas remedio que invitarle a compartir nuestra mesa.
El hombre protesto cortesmente, pero solo un momento, y despues se sento con nosotros, acompanado de su ensalada y su copa, que alzo de inmediato.
– Brindo por ustedes y les doy la bienvenida a nuestra hermosa ciudad -entono-. ?Salud!
– Incluso Helen sonrio un poco, pero siguio sin decir nada-. Tendra que perdonar mi falta
de discrecion -le dijo Turgut en tono de disculpa, como si intuyera su cautela-. Es muy poco frecuente que tenga la oportunidad de practicar mi ingles con hablantes nativos.
Aun no se habia dado cuenta de que ella no era una hablante nativa, aunque tal vez no se diera cuenta nunca, pense, porque Helen todavia no habia pronunciado ni una palabra. -?Como llego a especializarse en Shakespeare? -le pregunte cuando reanudamos la cena.
– ?Ah! -dijo Turgut en voz baja-. Es una extrana historia. Mi madre era una mujer muy poco corriente, una mujer brillante, una gran amante de los idiomas, asi como una ingeniera diminuta. -?`Distinguida'?, me pregunte-. Estudio en la Universidad de Roma, donde conocio a mi padre. El, hombre atractivo, era un estudioso del Renacimiento italiano, con una concupiscencia especial por…
En este momento tan interesante, nos interrumpio la aparicion de una joven que se asomo a la ventana desde la calle. Aunque nunca habia visto ninguna, salvo en fotos, la tome por una gitana. Era de piel morena y facciones afiladas, vestida con colores chillones, el pelo negro cortado de cualquier manera alrededor de unos ojos oscuros y penetrantes. Podria tener quince o cuarenta anos. Era imposible calcular su edad en la cara delgada. Iba cargada con ramos de flores rojas y amarillas, que al parecer nos queria vender. Tiro algunos sobre la mesa y se puso a cantar algo estridente que no entendi. Helen parecia asqueada y Turgut irritado, pero la mujer era insistente. Habia empezado a sacar mi cartera con la idea de obsequiar a Helen (en broma, claro) con un ramo turco, cuando la gitana se volvio de repente hacia ella, la senalo con el dedo y lanzo frases airadas. Turgut se sobresalto, y Helen, por lo general intrepida, se encogio.
