necesitaba reflexionar sobre por que habia elegido
bien.
Encontre un compartimiento tranquilo y corri las cortinas que daban al pasillo, con la esperanza de que nadie entrara. Al cabo de un momento, una mujer de edad madura con abrigo y sombrero azul entro, pero me sonrio y se acomodo con una pila de revistas holandesas. En mi confortable rincon, mientras veia desfilar la ciudad vieja, y despues los verdes suburbios, desdoble de nuevo la primera carta de mi padre. Me sabia de memoria las primeras lineas, la forma sorprendente de las palabras, el lugar y fecha asombrosos, la caligrafia firme y perentoria.
Mi querida hija:
Si estas leyendo esto, perdoname. He ido a buscar a tu madre. Durante muchos anos he creido que estaba muerta, y ahora ya no estoy tan seguro. La incertidumbre es casi peor que el dolor, como tal vez comprendas algun dia. Tortura mi corazon dia y noche. Nunca te he hablado mucho de ella, y eso ha sido una cobardia por mi parte, lo se, pero nuestra historia fue demasiado dolorosa para contartela con facilidad. Siempre tuve la intencion de revelarte mas cosas a medida que te fueras haciendo mayor y pudieras entender mejor sin ser presa del panico, si bien nuestra historia me ha asustado hasta tal punto, siempre y en todo momento, que esta ha sido la mas debil de mis excusas.
Durante los ultimos meses he intentado compensar esta cobardia contandote poco a poco lo que podia de mi pasado, y albergaba la intencion de introducir a tu madre en la historia de manera gradual, aunque ella entro en mi vida de una forma bastante repentina. Ahora temo que no haya conseguido contarte todo lo que deberias saber de tu herencia antes de que sea silenciado (literalmente incapacitado para informarte), o caiga presa de mi propio silencio.
Te he descrito parte de mi vida como estudiante de postgrado antes de tu nacimiento, y te he referido algunos detalles de las extranas circunstancias que rodearon la desaparicion del director de mi tesis despues de las revelaciones que me hizo. Tambien te he dicho que conoci a una joven llamada Helen, tan interesada como yo en encontrar al profesor Rossi, tal vez mas que yo. En todas las oportunidades que la tranquilidad nos ha deparado he intentado anticiparte fragmentos de esta historia, pero ahora creo que deberia empezar a escribir el resto, encomendarlo a la seguridad del papel. Si has de leerla ahora, en lugar de escucharme en alguna colina rocosa o en una piazza silenciosa, en algun puerto protegido o en un confortable cafe, la culpa es mia por no habertelo contado antes.
Mientras escribo estas lineas estoy mirando las luces de un antiguo puerto, mientras tu duermes tranquila e inocente en la habitacion de al lado. Estoy cansado despues de todo un dia de trabajo, y cansado solo de pensar en empezar este largo relato, una triste tarea, una desventurada precaucion. Creo que cuento con semanas, tal vez meses, para continuar el relato en persona, de manera que no repetire lo que ya te he desvelado durante nuestros paseos por tantos paises. Pasado ese periodo de tiempo, semanas o meses, mi certeza disminuye. Estas cartas son mi seguro contra tu soledad. En el peor de los casos, heredaras mi casa, mi dinero, mis muebles y libros, pero no me cuesta creer que atesoraras estos documentos escritos por mi mano mas que cualquier otro objeto, porque contendran tu relato, tu historia.
?Por que no te he contado todos los hechos de esta historia de golpe, para acabar de una vez por todas, para informarte del todo? La respuesta reside una vez mas en mi cobardia, pero tambien en el hecho de que una version abreviada seria exactamente eso: un golpe. No te deseo tal dolor, aunque solo fuera una simple fraccion del mio. Ademas, tal vez no acabarias de creerla si te fuera revelada de golpe, del mismo modo que yo no podria creer en la historia del director de mi tesis, Rossi, sin recorrer todo el camino de sus recuerdos. Y por fin, ?que historia puede reducirse a sus elementos objetivos? Por consiguiente, relato mi historia paso a paso. Tambien he de conjeturar cuanto te habre contado ya si estas cartas llegan a tus manos.
Las conjeturas de mi padre no habian sido muy acertadas, y habia reanudado su historia algo despues de lo que yo ya sabia. Tal vez jamas sabria cual habia sido su reaccion a la asombrosa determinacion de Helen Rossi de acompanarle en su investigacion, pense con tristeza, ni los interesantes detalles de su viaje desde Nueva Inglaterra a Estambul. ?Como habian logrado llevar a cabo todos los tramites burocraticos, saltarse los obstaculos de las desavenencias politicas, los visados, las aduanas?, me pregunte. ?Habria dicho mi padre alguna mentira a sus progenitores, amables y razonables bostonianos, sobre sus repentinos planes de viaje? ?Helen y el habian ido a Nueva York de inmediato, tal como habian planeado? ?Habian dormido en la misma habitacion de hotel? Mi mente adolescente era incapaz de descifrar este acertijo, del mismo modo que me era imposible no pensar en el.
Tuve que contentarme por fin con la imagen de ambos como dos personajes de una pelicula de cuando eran jovenes, Helen tendida con recato bajo las sabanas de la cama doble, mi padre dormido de cualquier manera en un butacon tras quitarse los zapatos (pero nada mas), y las luces de Times Square enviando con sus destellos una sordida invitacion justo al otro lado de la ventana.
Seis dias despues de la desaparicion de Rossi volamos a Estambul desde el aeropuerto de Idlewild en una noche de niebla, y cambiamos de avion en Frankfurt. Nuestro segundo avion aterrizo a la manana siguiente, y desembarcamos con el resto del rebano de turistas.
Yo ya habia estado en la Europa del Este dos veces, pero aquellas escapadas se me
antojaron ahora excursiones a un planeta muy diferente de este, Turquia, que en 1954 era todavia un mundo mas distinto que hoy. En un momento dado estaba hundido en mi incomodo asiento del avion, secandome la cara con una toalla caliente, y al siguiente nos hallabamos en una pista de aterrizaje igualmente caliente, invadida por olores desconocidos, y polvo, y el tremolante panuelo de un arabe que iba delante de mi en la fila y que no paraba de meterseme en la boca. Helen se reia a mi lado al ver mi asombro. Se habia cepillado el pelo y pintado los labios en el avion, de modo que parecia muy descansada despues de nuestra incomoda noche. Llevaba al cuello su panuelo. Aun no habia visto que habia debajo, y no me habria importado pedirle que se lo quitara.
– Bienvenido al gran mundo, yanqui -dijo sonriente. Esta vez fue una sonrisa verdadera, no la mueca de costumbre.
Mi interes aumento durante el traslado a la ciudad en taxi. No se con exactitud que me esperaba de Estambul (nada, quiza, pues habia tenido muy poco tiempo para pensar en el viaje), pero la belleza de esta ciudad me dejo sin aliento. Poseia una cualidad de las Mil y una noches que ni los bocinazos de los coches ni los ejecutivos vestidos al estilo occidental podian disolver. La primera ciudad, Constantinopla, capital de Bizancio y primera capital de la Roma cristiana, debio de ser esplendida hasta extremos inconcebibles, pense, el matrimonio de la riqueza romana con el primitivo misticismo cristiano. Cuando encontramos habitaciones en el antiguo barrio de Sultanahmet, habia captado un vislumbre vertiginoso de docenas de mezquitas y minaretes, bazares abarrotados de excelentes productos textiles, incluso un destello de Santa Sofia, con sus numerosas cupulas y los cuatro alminares, que se elevaba sobre la peninsula.
Helen tampoco habia estado nunca en la ciudad, y lo estudiaba todo con serena concentracion, y solo se volvio una vez hacia mi durante el viaje en taxi para comentar lo extrano que era ver el manantial (creo que esa fue la palabra) del imperio otomano, que tantas huellas habia dejado en su pais natal. Esto iba a convertirse en un tema recurrente durante nuestra estancia, sus breves y causticos comentarios sobre todo cuanto ya le resultaba familiar: nombres de lugares en turco, una ensalada de pepino consumida en un restaurante al aire libre, el arco puntiagudo del marco de una ventana. Esto tambien obro un efecto peculiar en mi, una especie de experiencia doble, de modo que me parecia ver Estambul y Rumania al mismo tiempo, y a medida que la pregunta se iba suscitando entre nosotros -la pregunta de si tendriamos que ir a Rumania-, experimente la sensacion de que determinados hechos del pasado me conducian hacia aquel pais, tal como los veia a traves de los ojos de Helen. Pero estoy divagando. Hablo de un episodio posterior de mi historia.
El vestibulo de nuestra casera estaba fresco despues del resplandor y el polvo de la calle.
Me hundi agradecido en una butaca de la entrada, y deje que Helen reservara dos
habitaciones en su excelente frances de acento peculiar. La casera, una mujer armenia a quien caian bien los viajeros y que al parecer habia aprendido sus idiomas, tampoco conocia el nombre del hotel de Rossi. Quizas habia desaparecido anos antes.
A Helen le gustaba llevar la voz cantante, medite, de manera que ?por que no concederle esa satisfaccion? Se llego al acuerdo no verbalizado pero firme de que yo pagaria la cuenta mas adelante. Habia retirado todos mis
