volumenes en tal vez una docena de idiomas.

Muchos estaban escritos en arabe y en turco moderno. Algunos estaban en alfabeto cirilico o en griego, otros en ingles, frances, aleman, italiano. Encontre un tomo en hebreo y todo un estante repleto de clasicos en latin. La impresion y encuadernacion de la mayoria eran de escasa calidad, y sus cubiertas de tela ya estaban gastadas de tanto manosearlas. Habia libros de bolsillo nuevos con tapas espeluznantes y unos cuantos parecian muy viejos, en especial los que estaban en arabe.

– A los bizantinos tambien les gustaban los libros -murmuro Helen, mientras pasaba las paginas de lo que parecia una coleccion en dos volumenes de poesia alemana-. Tal vez compraban libros en este mismo lugar.

El joven habia terminado los preparativos y se acerco a saludarnos.

– ?Hablan aleman? ?Ingles?

– Ingles -me apresure a decir, puesto que Helen no contesto.

– Tengo libros en ingles -me dijo con una placida sonrisa-. Ningun problema. -Su rostro era delgado y expresivo, con grandes ojos verdes y nariz larga-. Tambien periodicos de Londres, de Nueva York. -Le di las gracias y pregunte si tenia libros antiguos-. Si, muy antiguos.

Me entrego una edicion del siglo XIX de Mucho ruido y pocas nueces, de aspecto barato, encuadernada en tela raida. Me pregunte de que libreria habria salido y como habia viajado (desde la burguesa Manchester, digamos) hasta esa encrucijada del viejo mundo. Pase las paginas por educacion y se lo devolvi.

– ?No es lo bastante antiguo? -pregunto sonriente el joven.

Helen habia estado mirando por encima de mi hombro, y consulto su reloj sin el menor disimulo. Ni siquiera habiamos llegado a Santa Sofia.

– Si, hemos de irnos -dije.

El joven librero nos hizo una reverencia, sin soltar el volumen. Le mire un segundo, casi como si le hubiera reconocido, pero ya habia dado media vuelta y estaba atendiendo a un nuevo cliente, un anciano que habria podido acompanar a los jugadores de ajedrez. Helen me dio un codazo, nos alejamos del puesto y recorrimos el perimetro del bazar, de vuelta hacia nuestra pension.

El pequeno restaurante estaba desierto cuando entramos, pero Turgut aparecio en el umbral al cabo de pocos minutos, nos saludo inclinando la cabeza y sonrio. Nos pregunto como habiamos dormido. Esa manana vestia un traje de lana color aceituna, pese al calor, y parecia contener su entusiasmo. Sus zapatos relucian, y se apresuro a sacarnos del restaurante. Observe una vez mas que era una persona muy energica y me senti aliviado de contar con un guia semejante. Yo tambien empezaba a entusiasmarme. Los papeles de Rossi iban seguros en mi maletin y tal vez las horas siguientes me acercarian un poco mas a su paradero. Pronto, al menos, podria comparar las copias de sus documentos con los originales que Rossi habia examinado tantos anos antes.

Mientras seguiamos a Turgut por las calles, nos explico que el archivo del sultan Mehmet no se hallaba en el edificio principal de la Biblioteca Nacional, aunque todavia seguia bajo la proteccion del Estado. Se encontraba ahora en una biblioteca anexa a lo que habia sido una madraza, una escuela coranica tradicional. Ataturk habia cerrado estas escuelas cuando secularizo el pais, y esta albergaba los libros raros y antiguos de la Biblioteca Nacional sobre la historia del imperio.

Encontrariamos la coleccion del sultan Mehmet entre otras sobre los siglos de la expansion otomana.

El edificio anexo a la biblioteca era bellisimo. Entramos desde la calle a traves de puertas de madera tachonadas de clavos de laton. Las ventanas estaban cubiertas de una traceria de marmol. La luz del sol se filtraba a traves de ellas dibujando delicadas formas geometricas, que decoraban el suelo de la entrada con estrellas y octagonos caidos. Turgut nos enseno donde debiamos firmar el registro, en un mostrador de la entrada (observe que Helen garrapateaba algo ilegible), y el mismo firmo con una rubrica espectacular.

Despues entramos en la sala de la coleccion, un espacio amplio y silencioso bajo una cupula adornada con mosaicos verdes y blancos. Habia mesas brunidas que abarcaban toda la longitud de la sala, y ya habia tres o cuatro investigadores sentados a ellas. Las paredes no solo estaban revestidas de libros, sino tambien de cajones y cajas de madera, y delicadas lamparas electricas de laton colgaban del techo. El bibliotecario, un hombre delgado de unos cincuenta anos, de cuya muneca colgaba una ristra de cuentas de orar, dejo su trabajo y se acerco para estrechar las manos de Turgut entre las suyas. Hablaron un momento (cuando Turgut hablo reconoci el nombre de nuestra universidad) y despues el bibliotecario

nos hablo en turco, al tiempo que hacia reverencias y sonreia.

– Les presento al senor Erozan. Les da la bienvenida a la coleccion -explico Turgut con expresion satisfecha-. Le gustaria serles de futilidad. -Me encogi, bien a mi pesar, y Helen esbozo una sonrisa afectada-. Les traera de inmediato los documentos del sultan Mehmet sobre la Orden del Dragon. Pero antes hemos de acomodarnos y esperarle.

Nos sentamos a una mesa, bastante lejos de los demas estudiosos. Nos miraron con fugaz curiosidad y despues volvieron a su trabajo. Al cabo de un momento, el senor Erozan regreso cargado con una caja de madera de buen tamano, con un candado delante y letras arabes talladas en la tapa.

– ?Que pone ahi? -pregunte al profesor.

– Ah. -Toco la tapa con las yemas de los dedos-. Dice: «Esto contiene…» o, mmm…: «Esto aloja el mal. Encierralo con las llaves del sagrado Coran».

El corazon me dio un vuelco. Las frases eran demasiado similares a las que Rossi habia leido en los margenes del misterioso mapa y pronunciado en voz alta en los viejos archivos donde una vez habia estado almacenado. No habia hablado de esa caja en sus cartas, pero quiza nunca la habia visto, si un bibliotecario le habia prestado tan solo los documentos. O tal vez los habian guardado en la caja despues de la estancia de Rossi.

– ?Que antiguedad tiene la caja? -pregunte a Turgut. Meneo la cabeza.

– No lo se, ni tampoco mi amigo. Como es de madera, no creo que sea de la epoca de Mehmet. Mi amigo me dijo una vez -sonrio en direccion al senor Erozan, y el hombre sonrio a su vez sin entender nada- que guardaron estos documentos en la caja alrededor de 1930 para que no se estropearan. Lo sabe porque hablo de ello con el anterior bibliotecario.

Mi amigo es muy meticuloso.

;Mil novecientos treinta! Helen y yo intercambiamos una mirada. Era muy probable que en la epoca en que Rossi habia escrito sus cartas (diciembre de 1930) a quienquiera que fuese a recibirlas los documentos que habia examinado ya estuvieran guardados en esa caja. Un receptaculo de madera normal habria mantenido a raya la humedad y los ratones, pero ?que habia impulsado al bibliotecario de aquella epoca a guardar bajo llave los documentos de la Orden del Dragon dentro de una caja adornada con una sagrada advertencia?

El amigo de Turgut saco un llavero e introdujo una llave en la cerradura. Estuve a punto de reir cuando recorde nuestros modernos ficheros, el poder acceder a miles de libros raros gracias al sistema de clasificacion de la universidad. Jamas me habia imaginado enfrascado en una investigacion que requiriera una vieja llave. La llave chasqueo en la cerradura.

– Ya esta -murmuro Turgut, y el bibliotecario se retiro. Turgut nos sonrio a ambos, con cierta tristeza, pense, y levanto la tapa.

En el tren, Barley habia acabado de leer las dos primeras cartas de mi padre. Senti una punzada de dolor al verlas abiertas en sus manos, pero sabia que Barley confiaria en la voz autoritaria de mi padre, mientras que solo confiaria a medias en la mia, mas debil.

– ?Has estado ya en Paris? -pregunte, en parte para disimular mi emocion.

– Por supuesto que si -dijo Barley indignado-. Estudie alli un ano antes de ir a la universidad. Mi madre queria que mejorara mi frances. -Me habria gustado preguntarle,por que su madre habia insistido en ese delicioso deber y tambien que se sentia al tener una madre, pero Barley estaba absorto de nuevo en la carta-. Tu padre ha de ser un conferenciante muy bueno -musito-. Esto es mucho mas entretenido que lo que tenemos en Oxford.

Esto me abrio otro reino de posibilidades. ?Habia clases en Oxford que fueran aburridas?

?Era eso posible? Barley era un saco sin fondo de cosas que yo deseaba saber, un

mensajero de un mundo tan amplio que ni siquiera era capaz de empezar a imaginarlo. Esa vez me interrumpio un revisor que paso a nuestro lado como una exhalacion.

– ?Bruselas! -anuncio.

El tren ya estaba aminorando la velocidad, y al cabo de pocos minutos estabamos viendo por la ventanilla la estacion de Bruselas. Los agentes de aduanas subieron al tren. En el anden, la gente corria hacia sus trenes y las palomas buscaban restos de comida.

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