– ?Donde nos encontraremos? -pregunte.

– Oh, vendre aqui a buscarlos. ?Les parece bien a las diez de la manana? Estupendo. Les deseo una feliz velada.

Hizo una inclinacion de cabeza y se fue. Al cabo de un momento me di cuenta de que habia dejado casi intacta su cena, habia pagado nuestra cuenta al mismo tiempo que la suya y nos habia dejado el talisman contra el mal de ojo, que brillaba en el centro del mantel blanco.

Aquella noche dormi como un tronco, despues del agotamiento del viaje y la visita a la ciudad. Cuando los sonidos urbanos me despertaron, ya eran las seis y media. Mi pequena habitacion apenas estaba iluminada. En el primer momento de conciencia pasee la vista por el dormitorio y vi las paredes encaladas, los muebles sencillos, de diseno extranjero, y el brillo del espejo que habia sobre el lavabo, y experimente una extrana confusion. Pense en la estancia de Rossi en Estambul, su alojamiento en otro hotelito (?donde?), de la cual habian robado sus bocetos de los valiosos mapas, y me parecio recordar todo eso como si yo hubiera estado alli, o como si reviviera la escena en ese momento. Al cabo de un instante cai en la cuenta de que la habitacion seguia tal como la habia dejado. Mi maleta estaba sobre la comoda y -lo mas importante de todo- mi maletin, con su valioso contenido, continuaba en el mismo sitio, al lado de la cama, y podia tocarlo con solo estirar la mano. Incluso durmiendo habia sido consciente de aquel libro antiguo y silencioso que descansaba en su interior.

Oi a Helen en el cuarto de bano del pasillo. Habia abierto el agua y se movia de un lado a otro. Al cabo de un momento, cai en la cuenta de que esto podia considerarse espionaje y me senti avergonzado. Para aplacar esa sensacion, me levante y me lave la cara y los brazos en el lavabo de la habitacion. En el espejo, mi cara (soy incapaz de comunicarte, hija mia, lo joven que parecia entonces, incluso a mis ojos) se veia como de costumbre. Mis ojos estaban bastante cansados despues de tanto viajar, pero vivaces. Me unte el pelo con la brillantina tipica de la epoca, lo peine hacia atras y me vesti con mis pantalones y chaqueta arrugados, ademas de una camisa y corbata limpias, aunque tambien arrugadas. Mientras alisaba la corbata en el espejo, oi que enmudecian los ruidos del cuarto de bano, y al cabo de unos momentos saque mis utiles de afeitar y me obligue a llamar con vigor a la puerta.

Como no hubo respuesta, entre. El perfume de Helen, una colonia de olor barato y fuerte, tal vez la que habia traido de su casa, perduraba en el diminuto cuarto. Casi habia llegado a gustarme.

El desayuno del restaurante consistio en un cafe fuerte, muy fuerte, servido en una cafetera de cobre de asa larga, acompanado de pan, queso salado y aceitunas, junto con un diario que eramos incapaces de leer. Helen comio y bebio en silencio, mientras yo meditaba y percibia el olor a humo de cigarrillo que nos llegaba desde el rincon del camarero. El local estaba vacio esa manana, aparte del sol que entraba por las ventanas arqueadas, pero el estruendo del trafico matutino lo llenaba de sonidos agradables, ademas de los vislumbres de la gente que pasaba, vestida para ir a trabajar o cargada con cestas de productos del

mercado. Habiamos buscado instintivamente una mesa que estuviera lo mas alejada posible de las ventanas.

– El profesor aun tardara dos horas en llegar -observo Helen al tiempo que anadia mas azucar al cafe y lo revolvia vigorosamente-. ?Que vamos a hacer?

– Estaba pensando en volver a Santa Sofia -dije-. Quiero verla otra vez.

– ?Por que no? -murmuro ella-. No me importa hacer de turista mientras estemos aqui.

Parecia descansada, y repare en que se habia puesto una blusa azul claro con el traje negro, el primer color que la veia llevar, una excepcion a su indumentaria blanca y negra habitual.

Como siempre, se habia envuelto con su pequeno panuelo el punto del cuello donde la habia mordido el bibliotecario. Su expresion era ironica y cautelosa, pero yo albergaba la sensacion (sin poseer ninguna prueba) de que se estaba acostumbrando a mi presencia al otro lado de la mesa, casi hasta el punto de que su ferocidad se habia relajado un poco.

Las calles estaban atestadas de gente y coches cuando salimos, y atravesamos entre ellos el corazon de la ciudad vieja, hasta entrar en uno de los bazares. Todos los pasillos estaban

llenos de clientes, ancianas vestidas de negro que examinaban arco iris de hermosas telas, mujeres jovenes ataviadas con brillantes colores, la cabeza cubierta, que regateaban cuando compraban frutas que yo no habia visto nunca o examinaban bandejas llenas de joyas de oro, ancianos con gorros de punto sobre el pelo blanco o la calva, que leian periodicos o se inclinaban para examinar una seleccion de pipas talladas en madera. Algunos llevaban en la mano sartas de cuentas para orar. Dondequiera que mirase veia rostros olivaceos, armoniosos, astutos y de facciones pronunciadas, manos gesticulantes, dedos perentorios, sonrisas amplias que a veces dejaban al descubierto destellos de dientes dorados. A nuestro alrededor se oia el clamor de voces enfaticas, seguras al regatear, y en ocasiones alguna carcajada.

Helen exhibia su sonrisa perpleja y miraba a esos desconocidos como si le gustaran, pero tambien como si creyera comprenderlos a la perfeccion. Para mi, la escena era deliciosa, pero yo tambien experimentaba cierta cautela, una sensacion que, segun mis calculos, no tenia mas de una semana de antiguedad, sensacion que me embargaba en todos los lugares publicos. Una sensacion de escudrinar la multitud, de mirar por encima del hombro, de examinar las caras en busca de buenas o malas intenciones… y tambien, quiza, de ser vigilado. Era una sensacion desagradable, una nota aspera en la armonia de todas aquellas animadas conversaciones que se mantenian a nuestro alrededor, y me pregunte, no por primera vez, si se debia en parte a que se me hubiera contagiado la actitud esceptica de Helen en relacion con la raza humana. Tambien me pregunte si dicha actitud formaba parte de su idiosincrasia o solo era el resultado de vivir en un Estado policial.

Fueran cuales fueran sus raices, consideraba mi paranoia una afrenta a mi yo anterior. Una semana antes era un estudiante de postgrado norteamericano normal, satisfecho en mi insatisfaccion con el trabajo y, en el fondo, disfrutando con la sensacion de prosperidad y elevada tesitura moral de mi cultura, aunque fingiera poner en cuestion tanto esa cultura como todo lo demas. Ahora la Guerra Fria habia cobrado realidad para mi, en la persona de Helen y en su postura desilusionada, y una guerra fria aun mas antigua se insinuaba en mis venas. Pense en Rossi, que habia recorrido aquellas calles en el verano de 1930, antes de que su aventura en el archivo le expulsara precipitadamente de Estambul, y el tambien era real para mi, no solo el Rossi que yo conocia, sino el Rossi joven de sus cartas.

Helen dio unos golpecitos sobre mi hombro mientras andabamos y movio la cabeza en direccion a un par de ancianos que estaban sentados a una pequena mesa de madera, encajada cerca de un puesto ambulante.

– Mira: ahi tienes tu teoria del ocio personificada -dijo-. Son las nueve de la manana y ya estan jugando al ajedrez. Es raro que no jueguen a la tabla. Es el juego favorito en esta parte del mundo. Pero yo creo que eso es ajedrez. -Los dos hombres estaban disponiendo sus piezas en un tablero de madera que parecia muy usado. Negras contra marfil, caballeros y torres protegian a sus vasallos, los peones plantaban cara en formacion de combate. La misma disposicion guerrera en todo el mundo, reflexione, y me detuve a mirar-. ?Sabes jugar al ajedrez? -pregunto Helen.

– Por supuesto -replique algo indignado-. Jugaba con mi padre.

– Ah. -El sonido fue amargo, y recorde demasiado tarde que ella no habia gozado de lecciones semejantes en su infancia, y que jugaba su version particular del ajedrez con su padre, con la imagen paterna, en cualquier caso. No obstante, parecia absorta en una reflexion de tipo historico-. No es occidental, ?sabes? Es un juego procedente de India.

Jaque mate, en persa, se dice: shahmat. Shah significa rey. Una batalla de reyes.

Vi que los dos hombres empezaban a jugar, y sus dedos deformes elegian los primeros guerreros. Intercambiaron bromas. Debian ser viejos amigos. Podria haberme quedado todo el dia mirando, pero Helen se alejo y yo la segui. Cuando pasamos a su lado, los hombres parecieron reparar en nosotros por primera vez y nos miraron con aire intrigado un momento. Debiamos parecer extranjeros, comprendi, si bien la cara de Helen se mezclaba de maravilla con los semblantes que nos rodeaban. Me pregunte cuanto se prolongaria su partida (tal vez toda la manana) y cual de los dos ganaria esa vez.

Estaban abriendo el puesto cerca del cual se habian sentado. En realidad, era una especie de cobertizo, alojado bajo una higuera venerable que se alzaba en el limite del bazar. Un joven de camisa blanca y pantalones oscuros estaba tirando con vigor de las puertas y cortinas del puesto, disponiendo mesas fuera y desplegando su mercancia: libros. Pilas de libros sobre los mostradores de madera, cajas de madera rebosantes en el suelo, estantes atestados en el interior.

Me acerque ansioso y el joven propietario movio su cabeza a modo de saludo y sonrio, como si reconociera a un bibliofilo fuera cual fuera su nacionalidad. Helen me siguio con mas parsimonia y nos dedicamos a hojear

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