La mirada de Turgut era penetrante.

– ?Desaparecido, amigo mio?

– Si.

Le hable a toda prisa de mi relacion con Rossi, de mi tesis doctoral, en la que estabamos trabajando, y del extrano libro que habia encontrado en mi cubiculo de la biblioteca.

Cuando empece a describir el libro, Turgut se incorporo en su asiento y dio una palmada, pero sin decir nada. Se limito a escuchar con mayor atencion. Prosegui explicando que habia ensenado el libro a Rossi y conte la historia del hallazgo de su libro. Tres libros, pense cuando hice una pausa para recuperar el aliento. Conociamos la existencia de tres de esos extranos libros: un numero magico. Pero ?como estaban relacionados, cosa indudable?

Hable de lo que Rossi nos habia revelado sobre su investigacion en Estambul (en este punto Turgut meneo la cabeza, como desconcertado) y de su descubrimiento en el archivo de que la imagen del dragon coincidia con la silueta de los mapas antiguos.

Conte a Turgut el modo en que Rossi habia desaparecido, y tambien hable de la grotesca sombra que habia visto pasar sobre la ventana de su despacho la noche de su desaparicion, y de que habia empezado a buscarle sin ayuda de nadie, al principio esceptico acerca de su historia. Hice una nueva pausa, para dejar hablar a Helen, pues no queria revelar su historia sin permiso. Se removio y me miro en silencio desde las profundidades del divan, y ante mi sorpresa retomo la historia donde yo la habia interrumpido y conto a Turgut todo lo que ya me habia dicho, hablando con su voz grave y a veces aspera: la historia de su nacimiento,

su venganza personal contra Rossi, la intensidad de su investigacion de la historia de Dracula y su intencion de investigar la leyenda en esta ciudad. Las cejas de Turgut se enarcaron hasta el borde de su pelo untado con brillantina. Las palabras de Helen, su profunda y clara articulacion, la evidente magnificencia de su mente y tal vez tambien el rubor de sus mejillas en contraste con el azul claro del cuello de su blusa tineron de admiracion el rostro del turco, o eso pense yo, y por primera vez desde que habiamos conocido a Turgut senti una punzada de hostilidad hacia el.

Cuando Helen hubo terminado nuestra historia, todos guardamos silencio unos momentos. La luz verde que banaba aquella hermosa sala dio la impresion de acentuarse a nuestro alrededor, y una sensacion de irrealidad todavia mayor me invadio. Por fin, Turgut hablo.

– Su experiencia es muy notable y les agradezco que me la hayan contado. Y siento la triste historia de su familia, senorita Rossi. Aun me gustaria saber por que el profesor Rossi se vio impelido a escribirme diciendo que no conocia nuestros archivos, lo cual parece una mentira, ?verdad? Pero es terrible la desaparicion de un erudito tan brillante. El profesor Rossi fue castigado por algo…, o tal vez este padeciendo el castigo en estos mismos momentos.

La sensacion de languidez en mi mente se desvanecio al instante, como si una brisa fresca la hubiera barrido.

– ?Por que esta tan seguro de eso? ?Como demonios podremos encontrarle si es cierto?

– Soy un racionalista, como usted -dijo en voz baja Turgut-, pero creo instintivamente en lo que el profesor Rossi le dijo aquella noche. Y tenemos pruebas de sus palabras en lo que el antiguo bibliotecario del archivo me dijo, acerca de que un investigador extranjero huyo aterrado de alli, y en mi descubrimiento del nombre del profesor Rossi en el archivo.

Por no hablar de la aparicion de un monstruo con sangre… -Callo-. Y ahora esa horrible aberracion, su nombre, el nombre de su articulo, anadido a la bibliografia del archivo. ?Me confunde ese anadido! Han hecho lo correcto, amigos, al venir a Estambul. Si el profesor Rossi esta aqui, le encontraremos. Hace tiempo que me pregunto si la tumba de Dracula podria estar aqui. Me parece que si alguien ha puesto hace poco el nombre de Rossi en esa bibliografia, es probable que el profesor este aqui. Y usted cree que le encontraremos en el lugar donde Dracula fue enterrado. Me dedicare por entero a su servicio en este asunto. Me siento… responsable de ustedes en esto.

– Debo hacerle una pregunta. -Helen nos miro a los dos con los ojos entornados-. Profesor Bora, ?como es que aparecio en nuestro restaurante anoche? Me parece una coincidencia excesiva que se presentara cuando acababamos de llegar a Estambul en busca de un archivo que a usted tanto le ha interesado durante todos estos anos.

Turgut se habia levantado, cogio una pequena caja de laton de una mesita auxiliar y la abrio para ofrecernos cigarrillos. Yo me negue, pero Helen tomo uno y dejo que el se lo encendiera. El hombre encendio uno para el y ambos se miraron, de modo que por un momento me senti excluido de una manera sutil. El tabaco tenia un perfume delicado y no cabia duda de que era de excelente calidad. Me pregunte si era el mismo tabaco turco tan famoso en Estados Unidos. Turgut exhalo el humo, mientras Helen se quitaba las zapatillas y doblaba las piernas bajo su cuerpo, como si estuviera acostumbrada a descansar sobre almohadones orientales. Era una faceta que no habia observado hasta entonces, esa elegancia espontanea bajo el hechizo de la hospitalidad.

Por fin Turgut hablo.

– ?Como fue que coincidi con ustedes en el restaurante? Me he hecho esta pregunta varias veces, porque yo tampoco encuentro la respuesta. Pero puedo decirles con absoluta sinceridad, amigos mios, que no sabia quienes eran ustedes o que estaban haciendo en Estambul cuando me sente cerca de su mesa. De hecho, voy a comer con frecuencia a ese lugar porque es mi favorito del barrio viejo, y a veces me llego paseando entre clase y clase. Aquel dia entre casi sin pensarlo, y como solo vi a dos extranjeros, me senti solo y no quise sentarme en un rincon. Mi esposa dice que soy un caso perdido de entablar amistades.

Sonrio y dejo caer la ceniza del cigarrillo en un platillo de cobre, al tiempo que lo empujaba hacia Helen.

– Pero no es una costumbre tan mala, ?verdad? En cualquier caso, cuando vi su interes en mi archivo, me sorprendi y conmovi, y ahora que he escuchado una historia tan notable, siento que debo ayudarles durante su estancia en Estambul. Al fin y al cabo, ?por que fueron ustedes a mi restaurante favorito? ?Por que entre a cenar con mi libro? Veo que es usted suspicaz, madame, pero no puedo darle ninguna respuesta, excepto decir que esa coincidencia me da esperanzas. «Hay mas cosas en el cielo y en la tierra…»

Nos miro con aire pensativo, y su rostro era franco y sincero, y algo mas que triste.

Helen exhalo una bocanada de humo turco hacia la luz vaporosa del sol.

– Muy bien -dijo-. Tendremos esperanza. Y ahora, ?que haremos con nuestra

esperanza? Hemos visto los mapas originales y hemos visto la bibliografia de la Orden del Dragon, que Paul deseaba tanto ver. Pero ?adonde nos conduce eso?

– Acompanenme -dijo de repente Turgut. Se puso en pie y la ultima lasitud de la tarde se desvanecio. Helen apago el cigarrillo y tambien se levanto, de modo que su manga rozo mi mano. Los segui.

– Hagan el favor de venir a mi estudio un momento.

Turgut abrio una puerta entre los pliegues de seda y lana antiguas y se aparto a un lado educadamente.

31

Me quede muy quieta en el asiento del tren, mirando el periodico del hombre sentado delante de mi. Pense que debia moverme un poco, actuar con naturalidad, de lo contrario atraeria su atencion, pero estaba tan inmovil que empece a imaginar que no le habia oido respirar, y hasta me costo respirar a mi. Al cabo de un momento, mis peores temores se hicieron realidad: hablo sin bajar el diario. Su voz era igual que sus zapatos y sus pantalones a medida. Me hablo en ingles con un acento que no pude identificar, aunque poseia cierto toque frances… ?O acaso yo lo estaba mezclando con los titulares que bailaban en la portada de Le Monde, desordenandose ante mis ojos agonizantes? Estaban sucediendo cosas terribles en Camboya, en Argelia, en lugares de los que nunca habia oido hablar, y mi frances habia mejorado mucho ese ultimo ano. Pero el hombre me hablo desde detras del periodico, sin moverlo ni un milimetro. Se me puso la carne de gallina cuando escuche su voz, porque no di credito a mis oidos. Su voz era serena, culta. Formulo una sola pregunta:

– ?Donde esta tu padre, querida?

Me arranque del asiento y salte hacia la puerta. Oi que el periodico caia a mi espalda, pero toda mi concentracion estaba dedicada al pestillo. La puerta no estaba cerrada con llave. La abri en un momento de miedo

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