pletorico de vida, la cabeza y los hombros de un joven viril de cuello grueso. Llevaba el pelo largo. Espesos rizos negros caian sobre sus hombros. El rostro era hermoso y cruel en extremo, de luminosa piel palida, ojos verdes de un brillo anormal, nariz larga y recta de aletas dilatadas. Sus labios rojos estaban curvados de manera sensual bajo un largo bigote oscuro, pero tambien apretados con fuerza, como para controlar un tic de la barbilla. Tenia pomulos salientes y espesas cejas negras, bajo un gorro picudo de terciopelo verde oscuro provisto de una pluma blanca y marron encajada en la parte delantera. Era una cara llena de vida, pero carente por completo de compasion, que rezumaba energia y vitalidad, y al mismo tiempo delataba inestabilidad de caracter. Los ojos constituian el rasgo mas inquietante del cuadro. Nos taladraban con una intensidad casi real, y al cabo de un segundo aparte la vista para buscar un poco de alivio. Helen, de pie a mi lado, se acerco un poco mas a mi hombro, mas para ofrecer solidaridad que para confortarse.

– Mi amigo es un artista muy bueno -dijo en voz baja Turgut-. Ya comprenderan por que guardo este cuadro detras de una cortina. No me gusta mirarlo mientras trabajo. – Tambien habria podido decir que no le gustaba que el retrato le mirara, pense-. Es una idea sobre la apariencia de Vlad Dracula alrededor de 1456, cuando empezo su largo reinado sobre Valaquia. Tenia veinticinco anos y era culto segun los canones de su epoca, ademas de un jinete excelente. Durante los siguientes veinte anos, mato a unos quince mil subditos, a veces por motivos politicos, a menudo por el placer de verlos morir.

Turgut corrio la cortina de nuevo y yo me alegre de ver desaparecer aquellos ojos terribles y brillantes.

– Tengo otras curiosidades que ensenarles -dijo al tiempo que senalaba una vitrina de madera-. Esto es un sello de la Orden del Dragon que encontre en un mercado de anticuarios cerca del puerto de la ciudad vieja. Y esto es una daga, hecha de plata, que procede de la primera era otomana de Estambul. Creo que se utilizaba para cazar vampiros, porque unas palabras en la funda indican algo por el estilo. Estas cadenas y puas -nos enseno otra vitrina- eran instrumentos de tortura, me temo, de la propia Valaquia. Y aqui, amigos mios, hay una joya.

Del borde del escritorio tomo una caja de madera con hermosas incrustaciones y abrio el cierre. Dentro, entre pliegues de raso negro herrumbrado, habia varias herramientas afiladas que parecian instrumentos quirurgicos, asi como una diminuta pistola de plata y un cuchillo de plata.

– ?Que es esto?

Helen extendio una mano vacilante hacia la caja, pero enseguida la retiro.

– Es un autentico equipo de cazar vampiros, de cien anos de antiguedad -informo Turgut con orgullo-. Creo que procede de Bucarest. Un amigo mio, coleccionista de antiguedades, lo compro para mi hace varios anos. Habia muchos como este. Los vendian a quienes viajaban por la Europa del Este en los siglos dieciocho y diecinueve. En este espacio de aqui se ponia ajo, pero yo cuelgo los mios.

Senalo con el dedo, y vi con un nuevo escalofrio largas ristras de ajos secos a cada lado de la puerta, encarados hacia su escritorio. Se me ocurrio, al igual que con Rossi la semana anterior, que tal vez el profesor Bora no solo era meticuloso, sino que tambien estaba loco.

Anos despues comprendi mejor esta primera reaccion, la cautela que experimente cuando vi el estudio de Turgut, que bien habria podido ser una habitacion del castillo de Dracula, una estancia medieval con instrumentos de tortura. Es un hecho que los historiadores nos interesamos por lo que es, en parte, un reflejo de nosotros, tal vez un aspecto que preferimos no examinar salvo por mediacion de la erudicion. Tambien es cierto que, a medida que profundizamos en nuestros intereses, cada vez arraigan mas en nuestro ser.

Cuando visite una universidad norteamericana (no era la mia) varios anos despues de esto, me presentaron a uno de los primeros historiadores norteamericanos de la Alemania nazi, uno de los mejores en su especialidad. Vivia en una comoda casa situada en el limite del campus, donde coleccionaba no solo libros sobre el tema, sino tambien la vajilla oficial del

Tercer Reich. Sus perros, dos enormes pastores alemanes, patrullaban el patio delantero dia y noche. Mientras tomabamos unas copas en su sala de estar, en compania de otros miembros de la facultad, me confeso sin el menor asomo de ambiguedad lo mucho que despreciaba los crimenes de Hitler y cuanto deseaba revelar hasta el mas infimo detalle de ellos al mundo civilizado. Me fui de la fiesta temprano, despues de pasar con suma cautela junto a los enormes perros, incapaz de sacudirme de encima mi asco.

– Tal vez piensen que es demasiado -dijo Turgut un poco como disculpandose, como si hubiera captado mi expresion. Aun senalaba los ajos-. Es que no me gusta estar aqui rodeado de estos malvados pensamientos del pasado sin proteccion, ?saben? Y ahora permitanme ensenarles lo que ha hecho que les traiga aqui.

Nos invito a tomar asiento en unas butacas algo desvencijadas tapizadas en damasco. El respaldo de la mia parecia incrustado de… ?Era hueso? No quise apoyarme en el. Turgut saco un grueso expediente de una libreria. Extrajo de el copias hechas a mano de los documentos que habiamos examinado en los archivos (dibujos similares a los de Rossi, solo que estos habian sido ejecutados con mas cuidado) y luego una carta, que me tendio.

Estaba mecanografiada con membrete de una universidad y firmada por Rossi. No cabia duda en lo tocante a la firma, pense. Conocia muy bien sus bes y erres ensortijadas. Y Rossi habia estado dando clases en Estados Unidos cuando habia sido escrita. Las pocas lineas de la carta confirmaban lo que Turgut nos habia contado: el, Rossi, no sabia nada sobre el archivo del sultan Mehmet. Lamentaba decepcionarle y esperaba que el trabajo del profesor Bora saliera adelante. Era una carta muy desconcertante.

A continuacion, Turgut saco un pequeno libro encuadernado en piel envejecida. Me costo no lanzarme sobre el de inmediato, pero espere inmerso en una fiebre de autocontrol mientras el lo abria con delicadeza y nos ensenaba las paginas en blanco del principio y el final, y despues la xilografia del centro, aquel perfil ya familiar, el dragon coronado con las malvadas alas extendidas, y en sus garras la bandera que albergaba una sola y amenazadora palabra. Abri mi maletin, que habia traido conmigo, y saque mi libro. Turgut puso los dos volumenes uno al lado del otro sobre el escritorio. Cada uno comparo su tesoro con el otro regalo malefico y comprobamos que los dos dragones eran iguales, que el suyo llenaba las paginas hasta los bordes, con la imagen mas oscura, la mia mas destenida, pero eran iguales, iguales. Incluso habia una mancha similar cerca de la punta de la cola del dragon, como si la xilografia hubiera tenido un punto rugoso que hubiera corrido un poco la tinta en cada impresion. Helen meditaba en silencio mientras los examinaba.

– Es notable -susurro Turgut por fin-. Nunca habia sonado que un dia veria otro libro como este.

– Y oiria hablar de un tercero -le recorde-. Este es el tercer libro que yo he visto con mis propios ojos, recuerde. La xilografia del de Rossi tambien era la misma.

Turgut asintio.

– ?Y que puede significar esto, amigos mios? -Pero ya estaba colocando las copias de los mapas al lado de nuestros libros y comparando con un grueso dedo los perfiles de los dragones y el rio y las montanas-. Asombroso -murmuro-. Pensar que nunca me habia dado cuenta. Es muy similar. Un dragon que es un mapa. Pero un mapa ?de que?

Sus ojos brillaban.

– Eso era lo que Rossi vino a descubrir en los archivos de aqui -dije con un suspiro-. Ojala hubiera dado mas pasos para averiguar lo que significaba. -Quiza lo hizo.

La voz de Helen era pensativa, y me volvi hacia ella para preguntarle que queria decir. En aquel momento, la puerta que habia entre las siniestras ristras de ajos se abrio mas y los dos pegamos un bote. No obstante, en lugar de una terrible aparicion, vimos a una menuda y sonriente dama vestida de verde. Era la esposa de Turgut, y todos nos levantamos para saludarla.

– Buenas tardes, querida. -Turgut la invito a entrar enseguida-. Estos son mis amigos, los profesores de Estados Unidos de los que te hable.

Hizo las presentaciones con mucha galanteria, y la senora Bora estrecho nuestra mano con una sonrisa afable. Media exactamente la mitad de Turgut, tenia ojos verdes de largas

pestanas, una delicada nariz aguilena y una mata de rizos rojizos.

– Siento muchisimo no haber venido antes. -Su ingles era lento, pronunciado con

cuidado-. Es probable que mi marido no les haya dado de comer, ?verdad?

Dijimos que nos habia alimentado de maravilla, pero ella meneo la cabeza.

– El senor Bora nunca da bien de comer a nuestros invitados. Le… renire!

Agito un diminuto puno en direccion a su marido, quien parecia muy complacido.

– Le tengo un miedo horroroso a mi esposa -nos dijo-. Es tan feroz como una amazona.

Helen, que le sacaba una cabeza a la senora Bora, sonrio a los dos. Eran irresistibles.

– Y ahora -dijo la senora Bora-, los aburre con sus horribles colecciones. Lo siento.

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