leve fruncimiento del ceno. Por lo visto, su tia Eva, al otro lado de la linea, tenia muchas cosas que decir, y a veces Helen escuchaba con atencion, para luego desencadenar otra vez aquel extrano retumbar de cascos de caballo silabico.

Daba la impresion de que Helen habia olvidado mi presencia, pero de repente alzo la vista y me dedico una leve sonrisa ironica y un movimiento de cabeza triunfal, como si el resultado de su conversacion fuera favorable. Sonrio al auricular y colgo. Al instante, la duena de la pension se abalanzo sobre nosotros, al parecer preocupada por la factura del telefono, de modo que conte a toda prisa la cantidad acordada, mas una pequena propina, y la deposite en sus manos extendidas. Helen ya estaba camino de su habitacion y me hizo un gesto para que la siguiera. Considere innecesario su secretismo, pero ?que sabia yo al fin y al cabo?

– Deprisa, Helen -masculle, y me derrumbe de nuevo en la butaca- La incertidumbre me esta matando.

– Buenas noticias -dijo con calma-. Sabia que mi tia procuraria ayudarnos.

– ?Que demonios le dijiste?

Helen sonrio.

– Bien, no he podido revelar gran cosa por telefono, y he tenido que hacerlo con mucha formalidad, pero le he dicho que estoy en Estambul, trabajando en una investigacion academica con un colega, y que necesitamos cinco dias en Budapest para concluir nuestra tarea. Le he explicado que eres un profesor norteamericano y que estamos escribiendo un articulo conjunto.

– ?Sobre que? -pregunte con cierta aprension.

– Sobre las relaciones laborales en Europa bajo la ocupacion otomana.

– No esta mal. No tengo ni idea de eso.

– No pasa nada. -Helen sacudio un poco de pelusa de la rodilla de su pulcra falda negra-. Te explicare algo sobre el tema.

– Eres digna de tu padre.

Su despreocupada erudicion me recordo de repente a Rossi, y el comentario escapo de mi boca antes de pensarlo. La mire enseguida, temeroso de haberla ofendido. Me sorprendio que esta fuera la primera vez que pensara en ella, con toda naturalidad, como la hija de Rossi, como si en algun momento que no podia concretar hubiera aceptado la idea.

Helen me sorprendio cuando mostro una expresion triste.

– Es un buen argumento para los que defienden la preponderancia de la genetica sobre los factores ambientales -fue todo cuanto dijo-. En cualquier caso, Eva sonaba irritada, sobre todo cuando le dije que eras estadounidense. Sabia que se enfadaria, porque siempre cree que soy impulsiva y que corro demasiados riesgos. Es cierto, desde luego. Y tambien lo es que al principio tenia que parecer enfadada para que sonara convincente por telefono.

– ?Para que sonara convincente?

– Ha de pensar en su trabajo y en su posicion social. No obstante, dijo que nos arreglaria algo y que la llamara manana por la noche. Asi estan las cosas. Mi tia es muy lista, de modo que no me cabe duda de que encontrara una manera. Iremos a buscar billetes de ida y vuelta de Budapest a Estambul, tal vez en avion, cuando sepamos algo mas.

Suspire. Pense en los gastos probables y me pregunte cuanto durarian mis fondos.

– Creo que sera un milagro si consigue que yo entre en Hungria y que no tengamos problemas durante la estancia -me limite a decir. Helen rio.

– Ella hace milagros. Por eso no estoy en mi pais, trabajando en el centro cultural del pueblo de mi madre.

Bajamos otra vez y, como por mutuo consenso, salimos a la calle.

– No hay gran cosa que hacer -musite-. Hemos de esperar hasta manana para saber lo que habran conseguido Turgut y tu tia. Debo decir que esta espera me resulta dificil. ?Que vamos a hacer entre tanto?

Helen penso un momento, parada en la luz cada vez mas dorada de la calle. Se habia puesto de nuevo los guantes y el sombrero, pero los rayos del sol, ya en declive, arrancaban algun reflejo rojo de su cabello negro.

– Me gustaria seguir visitando la ciudad -contesto por fin-. Al fin y al cabo, es posible que no vuelva nunca. ?Volvemos a Santa Sofia? Podriamos pasear por la zona antes de ir a cenar.

– Si, a mi tambien me gustaria.

No volvimos a hablar durante nuestro paseo hasta el enorme edificio, pero a medida que nos acercabamos y veia sus cupulas y minaretes llenar el paisaje, note que nuestro silencio se intensificaba, como si nuestra intimidad hubiera aumentado durante la caminata. Me pregunte si Helen experimentaba la misma sensacion y si ello se debia al embrujo de la gigantesca iglesia, ante cuyo tamano nos sentiamos muy pequenos. Aun seguia meditando

sobre lo que Turgut nos habia dicho el dia anterior: su conviccion de que Dracula habia dejado una estela de vampirismo en la gran ciudad.

– Helen -dije, aunque no tenia muchas ganas de romper el silencio-, ?crees que podria estar enterrado aqui, en Estambul? Eso explicaria la angustia del sultan Mehmet despues de su muerte, ?verdad?

– ?Eh? Ah, si. -Asintio, como si aprobara que no hubiera pronunciado el nombre en la calle-. Una idea interesante, pero ?no se habria enterado Mehmet del hecho? ?Y no habria descubierto Turgut algunas pruebas al respecto? Me resulta imposible creer que algo semejante pueda estar oculto en esta ciudad durante siglos.

– Tambien cuesta creer que, de haberse enterado, Mehmet hubiera permitido que uno de sus enemigos fuera enterrado en Estambul.

Dio la impresion de que Helen le daba vueltas a la idea. Casi habiamos llegado a la gran entrada de Santa Sofia.

– Helen -dije poco a poco.

– ?Si?

Nos detuvimos entre la gente, los turistas y peregrinos que entraban en manadas por la inmensa puerta. Me acerque mas a ella para poder hablar en voz baja, muy cerca de su oido.

– Si existe alguna posibilidad de que la tumba se encuentre aqui, eso podria significar que Rossi tambien esta aqui.

Se volvio y escudrino mi cara. Sus ojos brillaban y habian aparecido finas arrugas, debidas a la preocupacion, en su frente.

– Eso es evidente, Paul.

– He leido en la guia que Estambul tambien tiene ruinas subterraneas (catacumbas, cisternas), como en Roma. Nos queda al menos un dia mas antes de irnos. Quiza podriamos hablar de eso con Turgut.

– No es mala idea -admitio Helen-. El palacio de los emperadores bizantinos debia tener una zona subterranea. -Casi sonrio, pero se llevo la mano al panuelo del cuello, como si algo la preocupara en esa zona-. En cualquier caso, lo que quede del palacio debe estar invadido de espiritus malignos: emperadores que sacaron los ojos a sus primos y ese tipo de cosas. La compania adecuada.

Como estabamos leyendo con tanta precision los pensamientos escritos en el rostro de cada uno, e imaginabamos al unisono la extrana e inmensa busqueda a la que nos podian conducir, al principio no mire con detenimiento la figura que, de repente, parecia estar mirandome fijamente. Ademas, no era un espectro alto y amenazador, sino un hombre menudo y enclenque, que no destacaba entre la multitud, apoyado en la pared de la iglesia a unos seis metros de distancia.

Entonces, estupefacto, reconoci al pequeno erudito de la barba gris, tocado con un gorro de punto, vestido con camisa y pantalones de tonos oscuros, que habia aparecido en el archivo aquella manana. Pero al instante siguiente la sorpresa fue aun mayor. El hombre habia cometido el error de mirarme con tal descaro que de pronto pude ver su cara con claridad entre la muchedumbre. Desaparecio en un abrir y cerrar de ojos, como un espiritu entre los alegres turistas. Eche a corre hacia el y casi tire a Helen al suelo con la precipitacion, pero fue inutil. El hombre se habia desvanecido. Se habia dado cuenta de que le habia visto. Su rostro, la desalinada barba y el gorro nuevo, era un rostro de mi universidad. Lo habia mirado antes de que lo cubrieran con una sabana. Era el rostro del bibliotecario muerto.

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