habia sido puntual) y entramos en silencio. Turgut tuvo la galanteria de dejar que Helen nos precediera. El pequeno vestibulo de entrada, con sus hermosos mosaicos y el libro de registro abierto a la atencion de los visitantes, estaba desierto. Turgut abrio la puerta interior a Helen, y ella se habia internado lo bastante en el pasillo oscuro y silencioso de la biblioteca, cuando oi su exclamacion ahogada y la vi detenerse con tal brusquedad que nuestro amigo casi tropezo con ella. Algo provoco que se me erizara el vello de la nuca antes de saber que estaba pasando, y despues algo muy diferente me impulso a correr al lado de Helen.
El bibliotecario que nos esperaba se hallaba inmovil en mitad de la sala, con la cabeza vuelta como ansioso por nuestra llegada. Sin embargo, no era la figura amistosa que esperabamos, ni sostenia la caja que esperabamos volver a examinar, ni una pila de antiguos manuscritos sobre la historia de Estambul. Tenia la cara palida, como desprovista de vida. Exactamente como desprovista de vida. No era el bibliotecario amigo de Turgut, sino el nuestro, con los ojos brillantes y vivaces, los labios de un rojo anormal, la mirada codiciosa desviada en nuestra direccion. Cuando sus ojos se posaron en mi, senti una punzada en la mano que el me habia retorcido en la biblioteca de la universidad. Estaba ansioso por algo. Aunque hubiera tenido la tranquilidad de espiritu de poder preguntarme por esa ansia (si era de conocimiento o de otra cosa), no habria tenido tiempo de formar el pensamiento. Antes de poder interponerme entre Helen y la figura fantasmal, ella saco una pistola del bolsillo de la chaqueta y disparo contra el.
35
Mas adelante vi actuar a Helen en toda clase de situaciones, incluidas las que conforman la vida cotidiana, y nunca dejo de sorprenderme. Lo que me asombraba de ella a menudo eran las rapidas asociaciones que efectuaba entre un hecho y otro, asociaciones que solian dar lugar a deducciones que yo habria tardado en alcanzar. Tambien me desconcertaban sus extensos conocimientos. Era una caja de sorpresas, y llegue a considerarlas mi manjar diario, una agradable adiccion que desarrolle a su capacidad de pillarme desprevenido. Pero nunca me sorprendio mas que en aquel momento, en Estambul, cuando disparo sin previo aviso al bibliotecario.
Sin embargo, no tuve tiempo para continuar estupefacto, porque el hombre se tambaleo a un lado y nos lanzo un libro, que paso rozando mi cabeza. Helen volvio a disparar, mientras avanzaba y apuntaba con una resolucion que me dejo sin respiracion. Nunca habia visto disparar a nadie, salvo en las peliculas, en las que habia visto morir a miles de indios a punta de pistola cuando tenia once anos, y despues a toda clase de bandidos, ladrones de bancos y villanos, incluidos montones de nazis creados expresamente para ser liquidados por un Hollywood entusiasta en tiempos de guerra. Lo raro de ese tiroteo, ese tiroteo real, fue que, si bien aparecio una mancha oscura en la ropa del bibliotecario, un poco mas abajo de su esternon, no se llevo una mano agonizante a dicho punto. El segundo disparo rozo su hombro, pues el hombre ya habia echado a correr. Luego desaparecio entre las estanterias que habia al final de la sala.
– ?Una puerta! -grito Turgut a mi espalda-. ?Hay una puerta ahi!
Todos corrimos tras el, tropezando con sillas y esquivando mesas. Selim Aksoy, veloz y ligero como un antilope, fue el primero en llegar a las estanterias y desaparecio entre ellas.
Oimos el fragor de una escaramuza y un estrepito, y despues una puerta al cerrarse con violencia, y encontrarnos al senor Aksoy poniendose de pie entre un monton de fragiles manuscritos otomanos, con un bulto purpura en un costado de la cara. Turgut corrio hacia la puerta y yo le segui, pero estaba cerrada a cal y canto. Cuando conseguimos abrirla, solo descubrimos un callejon, desierto salvo por una pila de cajas de madera. Registramos a toda prisa el laberintico barrio, pero no vimos ni rastro del ser. Turgut interrogo a varios transeuntes, pero nadie habia visto a nuestro hombre.
Volvimos a reganadientes al archivo por la puerta trasera y encontramos a Helen apretando un panuelo contra la mejilla del senor Aksoy. La pistola habia desaparecido y los manuscritos estaban apilados de nuevo sobre el estante. Levanto la vista cuando entramos.
– Se desmayo un momento -dijo en voz baja-, pero ahora ya se encuentra bien.
Turgut se arrodillo al lado de su amigo.
– Mi querido Selim, menudo golpe te han dado.
Selim Aksoy forzo una sonrisa.
– Estoy en buenas manos -dijo.
– Ya lo veo -admitio Turgut-. Madame, la felicito por su intentona, pero es inutil tratar de matar a un hombre muerto.
– ?Como lo sabias? -exclame.
– Oh, lo se -contesto el con semblante sombrio-. Conozco esa expresion de la cara. Es la expresion de los No Muertos. No hay otra cara igual. La he visto antes.
– Era una bala de plata, por supuesto. -Helen apreto el panuelo con mas firmeza contra la mejilla del senor Aksoy, y apoyo la cabeza del librero contra su hombro-. Pero, como ya visteis, se movio y erre su corazon. Se que corri un gran riesgo -me miro un momento, pero fui incapaz de leer sus pensamientos-, pero ya visteis que calcule bien. Esos disparos habrian herido de gravedad a un hombre mortal.
Suspiro y apreto el panuelo contra la mejilla del herido. Los mire a ambos estupefacto.
– ?Has llevado encima esa pistola todo el tiempo? -pregunte.
– Oh, si. -Paso el brazo de Aksoy sobre su hombro-. Ayudame a levantarle. -Los dos le izamos (era ligero como un nino) y le pusimos en pie. Sonrio y asintio, pero desecho nuestra ayuda-. Si, siempre llevo mi pistola encima cuando siento alguna especie de… inquietud. No es tan dificil conseguir una o dos balas de plata.
– Eso es cierto -asintio Turgut.
– Pero ?donde aprendiste a disparar asi?
Aun estaba asombrado por ese momento en que Helen habia sacado el arma y disparado con tanta rapidez.
Ella rio.
– En nuestro pais, nuestra educacion es tan profunda como estrecha -dijo-. Recibi un premio de nuestra brigada juvenil por mi buena punteria cuando tenia dieciseis anos. Me alegra descubrir que no la habia olvidado.
De pronto Turgut lanzo una exclamacion y se dio una palmada en la frente.
– ?Mi amigo! -Todos le miramos-. ?Mi amigo, el senor Erozan! Me habia olvidado de el.
Solo tardamos un segundo en comprender el significado de sus palabras. Selim Aksoy, quien ya parecia recuperado, fue el primero en correr hacia las estanterias donde habia sido herido, y los demas nos diseminamos a toda prisa por la larga sala, buscando debajo de las mesas y detras de las sillas. Durante algunos minutos la busqueda fue infructuosa. Despues oimos que Selim nos llamaba y todos corrimos a su lado. Estaba arrodillado entre las estanterias, al pie de una muy alta que estaba llena de todo tipo de libros, bolsas y rollos de pergamino. La caja que contenia los papeles de la Orden del Dragon estaba en el suelo a su lado, con la tapa adornada abierta y su contenido esparcido alrededor.
Entre esos documentos, el senor Erozan estaba tendido de espaldas, blanco e inmovil, con la cabeza vuelta hacia un lado. Turgut se arrodillo y aplico el oido al pecho del hombre.
– Gracias a Dios -dijo al cabo de un momento-. Todavia respira.
Despues, cuando le examino con mas detenimiento, senalo el cuello de su amigo. En la piel palida que sobresalia por encima del cuello de la camisa, habia una herida desigual. Helen se arrodillo al lado de Turgut. Todos guardamos silencio un momento. Incluso despues de la descripcion que habia hecho Rossi del burocrata con el que habia discutido muchos anos antes, incluso despues de la herida sufrida por Helen en la biblioteca de nuestra universidad, me costo dar credito a mis ojos. El rostro del hombre estaba muy palido, casi gris, y su respiracion apenas era audible.
– Esta contaminado -anuncio Helen en voz baja-. Creo que ha perdido mucha sangre.
– ?Maldito sea este dia!
La expresion de Turgut delato su angustia, y apreto la mano de su amigo entre sus dos manazas.
Helen fue la primera en reaccionar.
– Pensemos con sensatez. Tal vez sea la primera vez que le atacan. -Se volvio hacia Turgut-. ?Tenia esta
