cara enmarcada por el fleco de su panoleta, que bailaba cuando el autobus traqueteaba-. Fijate bien -dijo mi padre-. Vas a ver una de las vistas mas espectaculares de esta costa.

Mire obediente por la ventanilla, fastidiada por recibir tantas instrucciones, pero sin perder detalle de las montanas y las aldeas de piedra que las coronaban. Justo antes del ocaso me vi recompensada por la vision de una mujer parada en la cuneta, tal vez a la espera de un autobus que fuera en direccion contraria. Era alta, vestida con una falda larga y pesada, coronada por un fabuloso tocado que semejaba una mariposa de organdi. Estaba sola entre las rocas, banada por el sol poniente, y a su lado, en el suelo, habia una cesta. Habria pensado que era una estatua, de no ser porque volvio su magnifica cabeza cuando pasamos.

Su rostro era un ovalo palido, pero estaba demasiado lejos de mi para distinguir su expresion. Cuando la describi a mi padre, dijo que debia llevar la indumentaria tradicional de esta parte de Dalmacia.

– ?Una toca grande, con alas a cada lado? Las he visto en fotos. Podria decirse que esa mujer es una especie de fantasma. Debe vivir en un pueblo muy pequeno. Supongo que ahora la mayoria de jovenes iran en tejanos.

Yo tenia la cara pegada a la ventanilla. No aparecieron mas fantasmas, pero no me perdi ni una sola perspectiva del milagro: Ragusa, muy abajo, una ciudad de marfil con un mar fundido iluminado por el sol, tejados mas rojos que el cielo nocturno en el interior del imponente recinto medieval. La ciudad estaba aposentada sobre una amplia peninsula redondeada, y sus murallas parecian inexpugnables a las tempestades y las invasiones, un gigante a orillas del Adriatico. Al mismo tiempo, desde la imponente altura de la carretera, poseia una apariencia diminuta, como algo tallado a mano a escala y colocado en la base de las montanas.

La calle principal de Ragusa, cuando llegamos un par de horas mas tarde, tenia el suelo de marmol, pulido por siglos de suelas de zapatos, asi como salpicaduras de luz procedentes de las tiendas y palacios circundantes, de modo que relucia como la superficie de un gran canal. En el extremo de la calle que daba al puerto, a salvo en el corazon antiguo de la ciudad, nos derrumbamos en las sillas de un cafe y yo volvi la cara hacia el viento, que olia a las olas que rompian y (algo extrano para mi, dado lo avanzado de la estacion) a naranjas maduras. El mar y el cielo estaban casi oscuros. Barcos de pesca bailaban sobre una extension de agua mas embravecida al final del puerto. El viento me traia sonidos y perfumes marinos, y una suavidad nueva.

– Si, el sur -dijo mi padre satisfecho, provisto de un vaso de whisky y un plato de sardinas sobre tostadas-. Pongamos que tienes tu barco amarrado aqui y hace una noche clara para navegar. Podrias guiarte por las estrellas e ir directamente a Venecia, a la costa de Albania o al Egeo.

– ?Cuanto tardariamos en llegar a Venecia?

Revolvi mi te y la brisa se llevo el humo hacia el mar.

– Oh, una semana o mas, supongo, en un barco medieval. -Me sonrio, relajado un momento-. Marco Polo nacio en esta costa, y los venecianos la invadian con frecuencia.

En este momento estamos sentados en una especie de puerta al mundo.

– ?Cuando viniste aqui antes?

Solo estaba empezando a creer en la vida anterior de mi padre, en su existencia previa a mi.

– He venido varias veces. Unas cuatro o cinco. La primera fue hace anos, cuando aun estudiaba. El director de mi tesis me recomendo que visitara Ragusa desde Italia, solo para ver esta maravilla, cuando yo estudiaba… Ya te dije que estudie italiano un verano en Florencia.

– Te refieres al profesor Rossi.

– Si.

Mi padre me miro fijamente, y luego desvio la vista hacia su whisky.

Siguio un breve silencio, roto por el toldo del cafe, que aleteaba sobre nosotros debido a aquella brisa calida impropia de la estacion. Desde el interior del bar-restaurante llegaba una mezcla de voces de turistas, porcelana al ser depositada sobre las mesas, un saxo y un piano. Desde mas alla se oia el chapoteo de los barcos en el puerto a oscuras. Mi padre hablo por fin.

– Deberia contarte algo mas sobre el.

No me miro, pero crei percibir cierta ironia en su voz.

– Me gustaria -dije con cautela.

Bebio su whisky.

– Eres tozuda con lo de las historias, ?eh?

Tu si que eres tozudo, quise decir, pero me contuve. Me interesaba la historia mas que discutir.

Mi padre suspiro.

– De acuerdo. Te contare algo mas sobre el manana, a la luz del dia, cuando no este tan cansado y tengamos un poco de tiempo para pasear por las murallas. -Senalo con el vaso las almenas blanco-grisaceas iluminadas que se alzaban sobre el hotel-. Sera un momento mejor para contar historias. Especialmente esa historia.

A media manana estabamos sentados a treinta metros sobre el oleaje, que se estrellaba y lanzaba espuma alrededor de las gigantescas raices de la ciudad. El cielo de noviembre era tan brillante como el de un dia de verano. Mi padre se puso sus gafas de sol, consulto su reloj, doblo el folleto que hablaba de la arquitectura rojiza de abajo y dejo que un grupo de turistas alemanes se alejara hasta perderse de vista. Mire hacia el mar, al otro lado de una isla boscosa, hacia el lejano horizonte azul. De esa direccion habian llegado los barcos venecianos, trayendo guerra o comercio, con sus banderas rojas y doradas tremolando sin descanso bajo el mismo arco de cielo centelleante. Mientras esperaba a que mi padre hablara, senti un estremecimiento de aprension muy poco docto. Tal vez esos barcos que imaginaba en el horizonte no eran solo parte de una exhibicion abigarrada. ?Por que le costaba tanto a mi padre empezar?

4

Como ya te he dicho -empezo mi padre, despues de carraspear una o dos veces-, el profesor Rossi era un gran estudioso y un verdadero amigo. No me gustaria que pensaras algo diferente. Se que lo que dije antes de el puede llevarte a pensar que esta… loco. Recordaras que me explico algo muy dificil de creer, y yo me quede asombrado, hasta llegue a dudar de el, aunque vi sinceridad y aceptacion en su cara. Cuando termino de hablar, me miro con aquellos ojos acerados. -?Que demonios quieres decir? Debi de tartamudear.

– Lo repito -dijo Rossi tajantemente-. Descubri en Estambul que Dracula sigue viviendo entre nosotros. O, al menos, vivia entonces. Le mire con ojos desorbitados.

– Se que pensaras que estoy loco -prosiguio, mas calmado-. Te aseguro que cualquier persona que husmea en la historia mucho tiempo puede volverse loca. -Suspiro-. En Estambul hay un deposito de materiales muy poco conocido, fundado por el sultan Mehmet II, quien conquisto la ciudad a los bizantinos en 1453. Este archivo se reduce a fragmentos dispersos reunidos con posterioridad por los turcos, a medida que iban siendo expulsados de los limites de su imperio. No obstante, tambien contiene documentos de finales del siglo quince, y entre ellos encontre algunos mapas que, en teoria, indicaban el emplazamiento de la Tumba Impia del mataturcos, quien supuse que seria Vlad Dracula. De hecho, habia tres mapas, graduados en escala para plasmar la misma region cada vez en mayor detalle. No reconoci nada en dichos mapas, ni los relacione con ninguna zona que yo conociera. Casi todos los nombres estaban en arabe, y databan de finales del siglo quince, segun los bibliotecarios del archivo. -Dio unos golpecitos sobre el extrano volumen, que como ya te dije se parecia mucho al mio-. La informacion que habia en el centro del tercer mapa estaba en un dialecto eslavo muy antiguo. Solo un erudito ayudado por muchos especialistas en linguistica habria podido descifrarlo. Hice lo que pude, pero fue un trabajo incierto.

En ese momento, Rossi meneo la cabeza, como si todavia lamentara sus limitaciones. -El esfuerzo que inverti en este descubrimiento me alejo de manera irracional de mi investigacion oficial de aquel verano sobre el comercio en la antigua Creta, pero creo que habia perdido un poco la razon, sentado en aquella calurosa y pegajosa biblioteca de Estambul. Recuerdo que podia ver los minaretes de Santa Sofia a traves de las mugrientas ventanas. Trabajaba con las pistas sobre la version turca del reino de Vlad sobre el escritorio, consultando mis diccionarios, tomando numerosas notas y copiando los mapas a mano.

Para abreviar la historia de una larga investigacion, una tarde me encontre concentrado en el punto cuidadosamente marcado de la Tumba Impia, en el tercer mapa, el mas desconcertante. Recordaras que, en teoria, Vlad Tepes esta enterrado en el monasterio de la isla del lago Snagov, en Rumania. Este mapa, como los

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