conferencia que yo pronunciaria en el congreso de Budapest. Tuve que reconocerle mayores conocimientos sobre las batallas de Vlad contra los turcos de los que yo habia disfrutado (o no) antes, aunque eso no era decir mucho. Confiaba en que nadie haria preguntas a continuacion de mi recitado de este material solo aprendido a medias. No obstante, era notable lo que Helen almacenaba en su cerebro, y me maraville una vez mas

de que su autoeducacion sobre Dracula hubiera sido estimulada por la escurridiza esperanza de darle lecciones a un padre al que apenas podia reivindicar como suyo. Cuando su cabeza descanso sobre mi hombro, la deje posada alli y procure no aspirar el aroma (?champu hungaro?) de sus rizos. Estaba cansada. Me mantuve meticulosamente inmovil mientras dormia.

Mi primera impresion de Budapest, a traves de las ventanillas del taxi que tomamos en el aeropuerto, fue de inmensa nobleza. Helen me habia explicado que nos hospedariamos en un hotel cercano a la universidad, en la orilla este del Danubio, en Pest, pero por lo visto pidio a nuestro conductor que nos llevara junto al Danubio antes de dejarnos. En un momento dado estabamos recorriendo senoriales calles de los siglos XVIII y XIX, animadas de vez en cuando por estallidos de fantasias art nouveau o un majestuoso arbol viejo, y al siguiente vimos el Danubio. Era enorme (yo no estaba preparado para su grandeza), y tres grandes puentes lo cruzaban. En nuestra orilla del rio se alzaban las increibles agujas y cupulas neogoticas del Parlamento, y en el lado contrario se elevaban los flancos, alfombrados de arboles, del palacio real y las agujas de iglesias medievales. En mitad de todo se hallaba la extension del rio, verdegrisacea, con la superficie agitada apenas por el viento y reflejando la luz del sol. Un gigantesco cielo azul se arqueaba sobre las cupulas, monumentos e iglesias, y pintaba el agua con colores cambiantes.

Habia esperado que Budapest me intrigara y que llegara a admirarla. No esperaba que me sobrecogiera. Habia asimilado innumerabies invasores y aliados, empezando con los romanos y terminando con los austriacos, o los sovieticos, pense, al recordar los amargos comentarios de Helen, y no obstante era diferente de todos ellos. No era del todo occidental, ni oriental como Estambul, ni del norte de Europa, pese a toda su arquitectura gotica. Veia por la ventanilla del taxi un esplendor de lo mas personal. Helen tambien estaba mirando, y al cabo de un momento se volvio hacia mi. Parte de la emocion debia

reflejarse en mi cara, porque estallo en carcajadas.

– Veo que te gusta nuestra pequena ciudad -dijo, y percibi bajo su ironia un gran orgullo-. ?Sabias que Dracula es uno de los nuestros aqui? En 1462 fue encarcelado por el rey Matias Corvino a unos treinta kilometros de Buda, porque habia amenazado los intereses de Hungria en Transilvania. Al parecer, Corvino le trato mas como a un invitado que como a un prisionero, e incluso le dio una esposa de una familia real hungara, aunque nadie sabe con exactitud quien fue. Se convirtio en la segunda esposa de Dracula. Este demostro su gratitud convirtiendose al catolicismo, y se les permitio vivir en Pest una temporada. En cuanto le liberaron…

– Creo que me lo puedo imaginar -dije-. Volvio de inmediato a Valaquia, se apodero del trono sin mas tardanza y renuncio a su conversion.

– Eso es basicamente correcto -admitio ella-. Empiezas a conocer bien a nuestro amigo.

Lo que mas deseaba era apoderarse del trono de Valaquia.

El taxi se desvio demasiado pronto hacia el barrio antiguo de Pest, lejos del rio, pero aqui me esperaban mas prodigios, que devore con la vista sin la menor verguenza: cafeterias que imitaban las glorias de Egipto o Asiria, calles peatonales abarrotadas de energicos compradores y provistas de farolas de hierro, mosaicos y esculturas, angeles y santos en marmol y bronce, reyes y emperadores, violinistas con blusas blancas que tocaban en la esquina de una calle.

– Ya hemos llegado -dijo de repente Helen-. Este es el barrio de la universidad, y alli esta la biblioteca. -Estire el cuello para echar un vistazo a un bello edificio clasico de piedra amarilla-. Ya iremos cuando podamos. De hecho, quiero consultar algo en ella.

Aqui esta nuestro hotel, al lado de la utca Magyar, para ti calle Magyar. He de conseguirte un plano para que no te pierdas.

El taxista deposito nuestras maletas delante de una fachada de piedra gris elegante y aristocratica, y yo le di la mano a Helen para ayudarla a bajar del coche.

– Me lo imaginaba -resoplo-. Siempre utilizan este hotel para los congresos.

– A mi me parece bien -aventure.

– Oh, no esta mal. Te gustara en especial porque podras elegir entre agua fria y agua fria y

tambien por la comida precocinada.

Helen pago al conductor con una seleccion de grandes monedas de plata y cobre.

– Pensaba que la comida hungara era maravillosa -dije para consolarla- Estoy seguro de que lo he leido en algun sitio. Goulash y paprika, y todo eso.

Helen puso los ojos en blanco.

– Todo el mundo habla siempre del goulash y la paprika cuando dices Hungria, al igual que todo el mundo habla de Dracula si dices Transilvania. -Rio-. Pero no hagas caso de la comida del hotel. Ya veras cuando comamos en casa de mi tia o de mi madre. Luego hablaremos de cocina hungara.

– Pensaba que tu madre y tu tia eran rumanas -proteste, y 10 lamente al instante. El rostro de Helen se petrifico.

– Puedes pensar lo que te de la gana, yanqui -me dijo en tono perentorio, y levanto su maleta antes de que yo pudiera cogerla.

El vestibulo del hotel era silencioso y fresco, revestido de marmol y pan de oro de una epoca mas prospera. Lo encontre agradable, y no vi nada de lo que Helen debiera avergonzarse. Un momento despues cai en la cuenta de que habia pisado mi primer pais comunista. En la pared, detras del mostrador de recepcion, habia fotografias de autoridades del Gobierno, y el uniforme azul oscuro de todo el personal del hotel poseia algo timidamente proletario. Helen nos registro y me dio la llave de mi habitacion.

– Mi tia se ha encargado de todo a la perfeccion -dijo satisfecha-. Ha dejado un mensaje telefonico diciendo que nos encontraremos aqui con ella a las siete de la tarde para ir a cenar. Antes nos inscribiremos en el congreso y asistiremos a una recepcion a las cinco.

Me decepciono la noticia de que la tia no nos llevaria a su casa para probar la comida casera hungara, y para echar un vistazo a la vida de la elite burocratica, pero me recorde a toda prisa que, al fin y al cabo, yo era un norteamericano y no debia esperar que se me abrieran todas las puertas. Yo podia constituir un peligro, un inconveniente o, al menos, un engorro. De hecho, pense, haria bien en intentar pasar desapercibido y causar los menos problemas posibles a mis anfitriones. Tenia suerte de estar alli, y lo ultimo que deseaba eran problemas para Helen o su familia.

Mi habitacion, en la primera planta, era sencilla y limpia, con incongruentes toques de antigua grandeza en los querubines dorados de las esquinas superiores y el lavabo de marmol en forma de gran concha marina. Mientras me lavaba las manos y me peinaba en el espejo, desvie la vista desde los sonrientes tutti hasta la estrecha cama, ya hecha, que habria podido ser un catre del ejercito, y sonrei. Esta vez mi habitacion estaba en un piso diferente del de Helen (?prevision de la tia de Helen?), pero al menos tendria como compania a aquellos querubines anticuados y sus guirnaldas austrohungaras.

Helen me estaba esperando en el vestibulo, y me condujo en silencio a traves de las grandes puertas del hotel hasta la majestuosa calle. Llevaba de nuevo su blusa azul claro (en el curso de nuestros viajes, el aspecto de mi ropa se habia deteriorado bastante, mientras que ella habia conseguido que tuvieran un aspecto planchado y lavado, cosa que yo considere un talento propio de la Europa del Este) y se habia recogido el pelo en un mono cenido en la nuca. Estaba absorta en sus pensamientos mientras nos dirigiamos a la universidad. No me atrevi a preguntar en que estaba pensando, pero al cabo de un rato me lo revelo por voluntad propia.

– Me resulta muy raro volver aqui tan de repente -dijo, y me miro.

– ?Y con un norteamericano desconocido?

– Y con un norteamericano desconocido -murmuro, pero no sono como un cumplido.

La universidad estaba compuesta por edificios impresionantes, algunos de ellos ecos de la hermosa biblioteca que habiamos visto antes, y empece a sentir cierto nerviosismo cuando Helen indico con un ademan nuestro destino, una amplia sala de estilo clasico de la segunda planta, rodeada de estatuas. Me detuve para mirarlas y lei algunos de los nombres, escritos en sus versiones magiares: Platon, Descartes, Dante, todos coronados con laureles y vestidos con togas clasicas. Conocia menos las otras figuras: Szent Istvan, Matyas Corvinus, Janos Hunyadi. Blandian cetros o se tocaban con pesadas coronas.

– ?Quienes son? -pregunte a Helen.

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