– Ya te lo dire manana -contesto-. Vamos, ya son mas de las cinco.
Entramos en la sala con varios jovenes que parecian muy animados, a los cuales tome por estudiantes, y nos encaminamos a una enorme estancia del segundo piso. Mi estomago se revolvio un poco. La sala estaba llena de profesores con trajes grises, negros o de tweed y corbatas torcidas (tenian que ser profesores, razone), que comian pimientos rojos y queso blanco y bebian algo que olia a un medicamento muy potente. Todos eran historiadores, pense acongojado, y si bien en teoria era un colega mas, el corazon me dio un vuelco. Un grupo de colegas rodeo de inmediato a Helen, y la vi estrechar la mano con franca camaraderia a un hombre cuyo copete me recordo una especie de perro. Casi habia decidido fingir que estaba mirando por la ventana la magnifica fachada de la iglesia de enfrente, cuando Helen me agarro por el codo durante una fraccion de segundo (?era un comportamiento juicioso?) y me arrastro hacia el nucleo de la muchedumbre.
– Te presento al profesor Sandor, jefe del Departamento de Historia de la Universidad de Budapest y nuestro medievalista mas importante -me dijo, al tiempo que indicaba al perro blanco, y yo me apresure a presentarme.
Un apreton de hierro estrujo mi mano, y el profesor Sandor manifesto que se sentian muy honrados por que yo me hubiera sumado al congreso. Me pregunte por un momento si seria el amigo de la misteriosa tia. Para mi sorpresa, hablo en un ingles claro, aunque lento.
– Es todo un placer tenerle aqui -dijo cordialmente-. Estamos ansiosos por escuchar su conferencia de manana.
Exprese a mi vez el honor que sentia por haberme permitido hablar en el congreso, y procure no mirar a Helen mientras lo decia.
– Excelente -trono el profesor Sandor-. Sentimos un gran respeto por las universidades de su pais. Ojala nuestras dos naciones vivan en paz y amistad por siempre. -Brindo con su vaso de producto medicinal transparente que yo habia estado oliendo, y me apresure a devolver el brindis, pues un vaso se habia materializado como por arte de magia en mi mano-. Y ahora, si podemos hacer algo para que su estancia en Budapest sea mas feliz, digalo.
Sus grandes ojos oscuros, brillantes en un rostro envejecido y que contrastaban con su melena blanca, me recordaron por un momento a los de Helen, y de repente me cayo mejor.
– Gracias, profesor -le dije con sinceridad, y me dio una palmada en la espalda con su gigantesca manota.
– Por favor, vengan. Coman y beban, y luego ya hablaremos.
Enseguida desaparecio para atender a sus demas responsabilidades, y yo me encontre asediado por las ansiosas preguntas de otros miembros de la facultad y estudiosos visitantes, algunos de los cuales parecian mas jovenes que yo. Se congregaron alrededor de Helen y de mi, y poco a poco distingui entre sus voces un parloteo en frances y aleman, y algun otro idioma que tal vez era ruso. Era un grupo muy animado, un grupo encantador, y empece a olvidar mis nervios. Helen me presento con una gracia distante que se me antojo la nota apropiada para la ocasion, y explico con delicadeza la naturaleza de nuestro trabajo conjunto y el articulo que publicariamos pronto en una revista norteamericana. Las caras ansiosas se arremolinaron en torno a ella, y se ruborizo un poco cuando estrecho las manos, e incluso beso las mejillas, de algunos viejos conocidos. Estaba claro que no la habian olvidado, pero ?como seria eso posible?, pense. Repare en que habia otras mujeres en la sala, algunas mayores y otras mas jovenes, pero las eclipsaba a todas. Era mas alta, mas vivaracha, mas desenvuelta, con sus hombros anchos, su hermosa cabeza y abundantes rizos, su expresion de ironia vivaz. Me volvi hacia uno de los miembros de la facultad hungara con tal de no mirarla. La feroz bebida empezaba a correr por mis venas.
– ?Es la tipica reunion previa a un congreso aqui?
No sabia muy bien a que me referia, pero era una excusa para apartar mis ojos de Helen.
– Si -dijo mi interlocutor con orgullo. Era un hombre bajo, de unos sesenta anos, con chaqueta gris y corbata gris-. Celebramos muchos congresos internacionales en la universidad, sobre todo ahora.
Iba a preguntar lo que significaba «sobre todo ahora», pero el profesor Sandor se habia materializado a mi lado de nuevo y me estaba guiando hacia un hombre apuesto que parecia ansioso por conocerme.
– Le presento al profesor Geza Jozsef -me dijo-. Tiene muchas ganas de conocerle.
Helen se volvio al mismo tiempo, y ante mi sorpresa vi una expresion de desagrado (?o de disgusto?) destellar en su cara. Se precipito al instante hacia nosotros, como si quisiera intervenir.
– ?Como estas, Geza?
Le estrecho las manos con formalidad y cierta frialdad, antes de que yo tuviera tiempo de saludar al hombre.
– Me alegro de verte, Helen -dijo el profesor Jozsef al tiempo que hacia una breve reverencia, y percibi algo extrano en su voz, que tanto podia ser un toque burlon como cualquier otra emocion. Me pregunte si estaban hablando ingles en deferencia hacia mi.
– Y yo a ti -replico ella-. Permiteme presentarte a un colega con el que he estado trabajando en Estados Unidos…
– Es un placer conocerle -dijo, y me dedico una sonrisa que ilumino sus hermosas facciones. Era mas alto que yo, de espeso cabello castano y con el porte confiado de un hombre enamorado de su virilidad. Habria estado magnifico a lomos de un caballo, cabalgando por las llanuras con rebanos de ovejas, pense. Su apreton de manos fue calido, y me dio una palmada de bienvenida con la otra mano en el hombro. No pude fijarme en si Helen le consideraba repulsivo, aunque no pude sacudirme de encima la impresion de que asi era-. De modo que nos va a honrar manana con una conferencia. Esto es esplendido – dijo. Hizo una breve pausa-. Pero mi ingles no es muy bueno. ?Prefiere que hablemos en frances o aleman?
– Estoy seguro de que su ingles es mucho mejor que mi frances o mi aleman -respondi enseguida.
– Es usted muy amable. -Su sonrisa era un prado henchido de flores-. Tengo entendido que su especialidad es la dominacion otomana de los Carpatos, ?verdad?
Aqui, las noticias viajaban con celeridad, pense. Igual que en casa.
– Ah, si -admiti-. Aunque estoy seguro de que su facultad va a ensenarme muchas cosas sobre el tema.
– No creo -murmuro cortesmente-, pero he llevado a cabo una pequena investigacion sobre la materia, que me encantaria comentar con usted.
– Los intereses del profesor Jozsef son muy variados -intervino Helen. Su tono habria helado el agua caliente. Todo esto era muy desconcertante, pero me recorde que todo departamento academico padece disturbios civiles, cuando no una guerra declarada, y este no debia ser la excepcion. Antes de que pudiera pensar en una formula conciliadora, Helen se volvio hacia mi con brusquedad-. Profesor, hemos de ir a nuestra siguiente reunion.
Por un segundo, no supe a quien estaba hablando, pero apoyo la mano con firmeza debajo de mi brazo.
– Ah, ya veo que esta muy ocupado. -El profesor Jozsef era todo pesar-. Tal vez podamos hablar de la cuestion otomana en otro momento. Me encantaria ensenarle algunas cosas de nuestra ciudad, profesor, o llevarle a comer…
– El profesor estara muy ocupado mientras dure el congreso -dijo Helen. Estreche la mano del hombre con toda la cordialidad que la mirada gelida de Helen me permitio, y despues Geza Jozsef se apodero de la mano libre de ella.
– Es un placer volver a verte en tu patria -le dijo, inclino la cabeza y beso su mano. Helen la retiro al instante, pero una extrana expresion cruzo por su cara. Estaba algo conmovida por el gesto, decidi, y por primera vez me cayo mal el encantador historiador hungaro.
Helen me condujo de nuevo hacia el profesor Sandor. Nos disculpamos y expresamos nuestra impaciencia por escuchar las conferencias del dia siguiente.
– Y nosotros estamos deseosos de asistir a la suya.
Apreto mi mano entre las suyas. Los hungaros eran un pueblo muy afectuoso, pense, con una agradable sensacion de bienestar que solo era en parte el efecto de la bebida en mi organismo. Mientras aplazara cualquier pensamiento real sobre la conferencia, me sentiria ahito de satisfaccion. Helen me cogio del brazo, y crei que escudrinaba la habitacion con una veloz mirada antes de salir.
– ?Que ha pasado? -El aire de la noche era de un frescor vivificante, pero yo me sentia mejor que nunca-. Tus compatriotas son las persona mas cordiales que he conocido en mi vida, pero tuve la impresion de que estabas a punto de decapitar al profesor Jozsef.
– En efecto -replico-. Es insufrible.
– Insufrible, diria yo -corregi-. ?Por que le tratas asi? Te saludo como si fueras una vieja amiga.
