De modo que manejo hasta Newton para hacer las cosas bien. Para apaciguar su conciencia.
Llevaba un ramo de margaritas mientras subia los peldanos del parque delantero y cerraba tras el la verja de hierro. «Es como llevar carbon al distrito minero de Newcastle», penso, mirando el jardin sobre el que ahora caian las sombras de la tarde. Cada vez que lo visitaba parecia haber mas flores apretujadas en los pequenos canteros. Las enredaderas y los rosales habian sido disciplinados para trepar por una pared de la casa, de modo que el jardin tambien parecia trepar hacia el cielo. Se sintio casi abochornado por su magro presente de margaritas. Pero de todas las flores, Mary preferia las margaritas, y era para el casi un habito elegirlas en el puesto de flores. Ella amaba esa alegre sencillez, los bordes de blanco alrededor de soles alimonados. Ella amaba su perfume, nada dulce ni empalagoso como el de otras flores, sino fuerte. Afirmativo. Amaba la forma en que crecian salvajes en los baldios y al costado de los caminos, como recordatorio de que la verdadera belleza es espontanea e irreprimible.
Igual que la propia Mary.
Toco el timbre. Poco despues la puerta se abrio y la cara que le sonrio era tan parecida a la de Mary que sintio una conocida punzada de panico. Rose Connelly poseia los ojos azules y las mejillas redondas de su hija, y si bien su pelo era enteramente gris, y la edad habia trazado sus surcos sobre la cara, las similitudes no dejaban dudas de que se trataba de la madre de Mary.
– Es tan bueno verte, Thomas -dijo la mujer-. Hace mucho que no venias.
– Lo lamento, Rose. Me resulta dificil hacerme un momento ultimamente. A duras penas se en que dia vivo.
– He seguido el caso por la television. Estas metido en un asunto terrible.
Avanzo dentro de la casa y le entrego las margaritas.
– No porque necesites mas flores -dijo con timidez.
– Las flores nunca estan de mas. Y sabes lo mucho que me gustan las margaritas. ?Quieres un poco de te helado?
– Me encantaria, gracias.
Se sentaron en el living, sorbiendo el te. Su sabor era dulzon y claro, a la manera que se toma en Carolina del Sur, donde Rose habia nacido. Nada que ver con el sombrio brebaje de Nueva Inglaterra que tomaba el desde nino. Tambien el cuarto era dulce, un caso perdido de gusto anticuado para los parametros de Boston. Demasiada cretona, demasiadas chucherias. Pero, oh, ?cuanto le recordaba a Mary! Ella estaba en todas partes. Fotos suyas colgaban de las paredes. Sus trofeos de natacion aparecian desplegados entre los estantes de libros. Su piano de la juventud dominaba el living. El fantasma de esa nina todavia estaba alli, en esa casa donde habia sido criada. Y alli estaba Rose, que mantenia viva la llama y que se parecia tanto a su hija que Moore a veces pensaba que veia a Mary en los ojos azules de Rose.
– Te ves cansado -dijo ella.
– ?En serio?
– Nunca te tomaste vacaciones, ?o si?
– Me llamaron para que volviera. Ya estaba en el auto, dirigiendome hacia la autopista de Maine. Tenia las canas de pescar en el auto. Me habia comprado una caja nueva de aparejos. -Suspiro-. Me perdi el lago. Lo unico que habia estado esperando todo el ano.
Era lo unico que Mary esperaba tambien. Miro los trofeos de natacion sobre los estantes. Mary habia sido una rechoncha sirenita que habria pasado alegremente su vida entera en el agua, de haber tenido agallas. Recordo lo preciso y seguro de sus movimientos una vez que cruzo a nado el lago. Recordo como esos mismos brazos se convirtieron en fragiles ramitas en la clinica.
– Una vez que el caso se resuelva -dijo Rose-, podras ir al lago.
– No se si se resolvera.
– Eso no me suena a ti para nada. Tan desinflado.
– Esta es una clase distinta de crimenes, Rose. Cometidos por alguien que no logro entender.
– Siempre te las ingenias para hacerlo.
– ?Siempre? -Movio la cabeza y sonrio-. Tu consideracion hacia mi es demasiado alta.
– Es lo que Mary solia decir. Le gustaba alardear sobre ti, ?sabes? «Siempre encuentra al criminal».
«?Pero a que costo?», se preguntaba mientras su sonrisa se desvanecia. Recordo todas las noches fuera de su casa en escenas de crimen, las cenas postergadas, los fines de semana en los que su mente solo estaba ocupada por pensamientos de trabajo. Y alli estaba siempre Mary, esperando con paciencia a que le prestara atencion. «Si solo pudiera revivir un dia, lo pasaria cada minuto contigo. Abrazandote en la cama. Susurrandote secretos bajo las sabanas tibias».
Pero Dios no concede segundas oportunidades.
– Estaba tan orgullosa de ti -dijo Rose.
– Yo estaba orgulloso de ella.
– Pasaron veinte buenos anos juntos. Es mas de lo que mucha gente puede decir.
– Soy codicioso, Rose. Yo queria mas.
– Y te da rabia no haberlo conseguido.
– Si, supongo que si. Y me da rabia que el aneurisma le tocara a ella. Que ella fuera la persona que no pudieron salvar. Y me da rabia que… -Se detuvo. Dejo escapar un profundo suspiro-. Lo siento. Solo que es dificil. Todo es tan dificil en estos dias.
– Es asi para ambos -dijo con delicadeza.
Se miraron en silencio. Si, por supuesto que debe de haber sido incluso mas dificil para la viuda Rose, que perdio a su unica hija. Se preguntaba si alguna vez lo perdonaria en el caso de volver a casarse. ?O lo consideraria una traicion? ?Confinar la memoria de su hija a una tumba aun mas profunda?
De repente advirtio que no le podia sostener la mirada, y la retiro con una punzada de culpabilidad. La misma culpabilidad que habia sentido mas temprano en la tarde cuando miraba a Catherine Cordell con una reconocible agitacion de deseo.
Dejo su vaso vacio y se levanto.
– Tengo que irme.
– ?De vuelta al trabajo?
– No tendremos descanso hasta que lo atrapemos.
Ella lo condujo hasta la puerta y se quedo alli observandolo mientras atravesaba el pequeno jardin delantero. Se volvio para decir:
– Cierra tus puertas con llave, Rose.
– Vamos, siempre dices eso.
– Y lo digo para que lo hagas. -Agito su mano en un saludo y se alejo pensando: «Esta noche mas que nunca».
«El lugar al que vamos depende de lo que sabemos, y lo que sabemos depende de hacia donde vamos».
El adagio se repetia en la cabeza de Jane Rizzoli como un irritante estribillo infantil mientras miraba el mapa de Boston clavado sobre una larga pizarra de corcho de la pared de su departamento. Habia puesto el mapa al dia siguiente del descubrimiento del cuerpo de Elena Ortiz. A medida que la investigacion avanzaba, habia ido clavando mas y mas alfileres de colores sobre el mapa. Habia tres colores distintos para cada una de las mujeres. Blanco para Elena Ortiz, azul para Diana Sterling y rojo para Nina Peyton. Cada color senalaba un area conocida dentro de la esfera de actividad de cada mujer. Su casa, su lugar de trabajo. Las casas de los amigos o parientes. A que institucion medica acudia. En resumen, el habitat de la presa. En algun momento del curso de sus actividades cotidianas, el mundo de cada mujer se habia cruzado con el del Cirujano.
«El lugar al que vamos depende de lo que sabemos, y lo que sabemos depende de hacia donde vamos».
«?Y el Cirujano a donde va?, -se preguntaba-. ?Cual es su mundo?»
Se sento a comer su cena fria de sandwich de atun y papas fritas de copetin que pensaba bajar con cerveza, estudiando el mapa mientras masticaba. Habia colgado el mapa sobre la pared proxima a su mesa de comedor, y cada manana mientras tomaba su cafe, cada noche cuando comia su cena -en el caso de que llegara a casa para la cena- descubria que su mirada era atraida inexorablemente por los alfileres de color. Mientras que otras mujeres cuelgan cuadros de flores o hermosos paisajes o posters de cine, aqui estaba ella, mirando el mapa de la muerte, siguiendo los movimientos de los difuntos.