– Mire, Corrigan -intervino Potter-. Su vida depende de que los encontremos a tiempo.
– Cuentenme otro cuento.
Van Dam se inclino hacia adelante con los ojos fijos en el.
– Estan metidos en algo grave. Necesitan proteccion.
– ?Por que voy a creerlo?
– Si no nos ayuda usted, tendra su sangre en sus manos.
Wes movio la cabeza.
– No puedo ayudarlos.
– ?No puede o no quiere?
– No puedo. No se donde esta. Y es la verdad.
Van Dam y Potter se miraron.
– Esta bien -dijo el primero-. Coloque a sus hombres. Tendremos que esperar.
Potter asintio y salio del despacho.
Wes empezo a levantarse. Van Dam le hizo senas de que volviera a sentarse.
– Me temo que no saldra de este edificio en un buen rato. Si tiene que usar el lavabo, avisenos y le enviaremos una escolta.
– ?Maldita sea! ?Que pasa aqui?
Van Dam sonrio.
– Vamos a esperar, senor Corrigan. Nos quedaremos todos aqui hasta que suene su telefono.
Doce
A la una menos cuarto del dia siguiente, Sarah bajaba de un taxi en la Potsdamer Platz. Iba sola. Despistar a Nick habia sido mas facil de lo que pensaba. Espero a que saliera a llamar a Wes Corrigan, tomo su bolso y salio por la puerta.
Cruzo la plaza esforzandose por no pensar en el. Habia visto en un mapa que la Potsdamer Platz era un punto de interseccion de los sectores britanico, americano y sovietico. El Muro de Berlin cruzaba la plaza. Se detuvo cerca de un grupo de estudiantes y fingio escuchar al profesor, pero buscaba incesantemente un rostro. ?Donde estaba la mujer?
De repente oyo una voz femenina.
– Sigame. Mantenga la distancia.
Se volvio y vio a la mujer de la floristeria alejandose con una bolsa de compras al brazo. La mujer se dirigia hacia el noroeste,en direccion a Bellevuestrasse. Sarah la siguio a una distancia discreta.
Tres manzanas mas alla, la tendera desaparecio en una tienda de velas. La joven vacilo un momento en el exterior. Una cortina cubria el escaparate y no podia ver el interior. Al fin, opto por entrar.
La tendera no estaba a la vista. El olor a lavanda y pino de velas encendidas impregnaba la habitacion. En las mesas de muestras habia criaturas extranas hechas de cera. Una llama ardia en un gnomo viejo, fundiendole lentamente la cara. Sobre el mostrador habia una vela en forma de mujer. La cera fundida caia por sus pechos como si fuera mechones de pelo.
Sarah miro sorprendida al hombre viejo que aparecio al otro lado del mostrador. Le hizo senas de que avanzara.
La joven obedecio. Entro en un pequeno almacen con el corazon en un puno y salio por la puerta de atras.
El sol resultaba cegador. La puerta se cerro y se quedo de pie en el callejon. A la derecha estaba Potsdamer Platz. ?Donde estaba la mujer?
El sonido de un motor la empujo a volverse. Un Citroen negro se dirigia directamente hacia ella. No podia huir. La puerta de la tienda estaba cerrada. El callejon era un tunel interminable de edificios contiguos. Se apoyo aterrorizada contra la pared, mirando fijamente el coche que se acercaba.
El vehiculo se detuvo y se abrio la puerta de atras.
– Suba -siseo la mujer-. Deprisa.
Sarah se separo de la pared y subio al coche.
El vehiculo se puso en marcha. Giro primero a la izquierda, luego a la derecha y despues otra vez a la izquierda. La joven no sabia donde estaba. La tendera miraba continuamente hacia atras.
Cuando parecio convencida de que nadie los seguia, se volvio a Sarah.
– Ahora podemos hablar -dijo.
La joven miro al conductor con aire interrogante.
– Podemos hablar -repitio la mujer.
– ?Quien es usted?
– Una amiga de Geoffrey.
– ?Y sabe donde esta?
La mujer no contesto. Dijo algo en aleman al conductor y este dejo la calle que llevaba y entro en un parque. Poco despues paro entre arboles.
– Vamos a andar un poco -dijo la tendera.
Cruzaron juntas la hierba.
– ?Como conocio a mi esposo? -pregunto la joven.
– Trabajamos juntos hace anos. Entonces se llamaba Simon. Era uno de los mejores.
– ?Y usted esta tambien en… ese negocio?
– Lo estaba. Hasta hace cinco anos.
Era dificil imaginar que fuera otra cosa que un ama de casa robusta. Aunque quiza su fuerza estuviera precisamente alli… en que parecia muy corriente.
– No, ya se que no lo parezco -musito-. Los mejores no lo parecen nunca.
Dieron unos pasos en silencio.
– Yo era de los buenos, como Simon -dijo-. Y ahora hasta yo tengo miedo.
Se detuvieron y se miraron a los ojos.
– ?Donde esta? -pregunto Sarah.
– No lo se.
– ?Y por que me ha citado aqui?
– Para avisarla. Como un favor a un viejo amigo.
– ?Se refiere a Geoffrey?
– Si. En este mundillo tenemos pocos amigos, pero los que tenemos son todo para nosotros.
Echaron a andar de nuevo. Sarah miro hacia atras y vio que el Citroen las esperaba en la calle.
– Lo vi hace poco mas de dos semanas -siguio la mujer-. Estaba preocupado. Pensaba que lo habia traicionado la gente para la que trabajaba. Queria desaparecer.
– ?Traicionado? ?Quien?
– La CIA.
Sarah se detuvo atonita.
– ?Trabajaba para la CIA?
– Lo obligaron. Era muy bueno. Pero empezaron a fallar demasiadas cosas y Simon queria marcharse. Vino a verme y yo le di un pasaporte nuevo y otros papeles que necesitaria para salir de Berlin cuando cambiara de identidad -movio la cabeza-. Conversamos unas horas y me enseno una foto suya. Por eso la reconoci en la tienda.
Hizo una pausa.
– Me dijo que era usted una persona muy… delicada. Que sentia hacerle dano. Me prometio que volveria a verlo algun dia. Pero aquella noche me entere de lo del fuego. Oi que habian encontrado un cuerpo.
– ?Cree usted que esta muerto?